La reina de Shakespeare y la princesa de Tolkien: una reflexión

por Magdalena Yunes

Al pensar en los grandes autores de la historia, es probable que el nombre de Shakespeare sea uno de los primeros que resuenan en nuestra memoria, y un poco después, el del mismo Tolkien. Más allá de las diferencias que presentan en cuanto a época y género literario, como así también en su forma de tratar la fantasía (Juglar Prieto, 2023); pienso que pueden encontrarse en sus obras y en sus ideas algunos puntos en común. 

Leyendo Macbeth, hace algún tiempo, creo haber encontrado uno de esos nexos que pueden establecerse entre la obra de los dos escritores. A través del personaje de Lady Macbeth, en la mencionada obra de Shakespeare, y de Éowyn, en la obra máxima de Tolkien, El Señor de los Anillos, considero que podemos ver plasmada una misma idea:  el afán por hacer aquello que no debemos, nos lleva a dejar de ser lo que somos. En otras palabras, cuando nuestras acciones van en contra de lo que tenemos que hacer, inevitablemente estamos obrando, no sólo en contra de normas sociales, sino de nuestra propia naturaleza. Seguir a toda costa nuestra propia voluntad ambiciosa y mezquina, puede llevarnos a rechazar nuestra propia identidad, a estar dispuesto incluso a autodestruirnos para alcanzar lo que nos proponemos. 

Esto es lo que acontece en las historias de la reina de Shakespeare y la princesa de Tolkien. Si bien, desde luego, presentan distintos matices, podemos afirmar que ambas llegan a renegar de su feminidad con tal de cumplir sus torcidos propósitos.

Lady Macbeth, la usurpadora del trono de Escocia

En el caso de Lady Macbeth, esposa del noble escocés que da nombre a la tragedia de Shakespeare, su ambición de poder la lleva fuera de sí. Al enterarse de la profecía de unas brujas, que proclamaba que su esposo llegaría a ser Rey, se dispone a tramar un horrendo crímen y a convencer a Macbeth de llevarlo a cabo, con tal de conseguir el trono. Si bien eran ya señores de muchas tierras, y recientemente habían sido honrados con un nuevo título, su sed de dominio no estaba satisfecha.

En el soliloquio que la esposa del barón de Glamis despliega hacia el final del primer acto, es particularmente llamativo como el Bardo, con su característica agudeza, deja entrever hasta qué punto la oscuridad se apodera del alma de Lady Macbeth, por su propia petición y voluntad. No es mero coraje para facilitar el asesinato del rey lo que desea, es algo mucho más profundo. Esta ambiciosa mujer acude a los espíritus del mal, suplicando:

“…despojadme de mi sexo, y llenadme de la cabeza a los pies de la crueldad más horrenda. ¡Espesadme la sangre, obstruid el acceso y el paso a la piedad, para que los contritos sentimientos de compasión no sacudan mi propósito salvaje […] ¡Venid a mis pechos de mujer y trocad mi leche en hiel, espíritus del crimen, cualquiera que sean las sustancias que gobiernan el mal!…” (Shakespeare, 2010, p.20)

Para llevar a cabo su plan siniestro, Lady Macbeth pide ser “despojada de su sexo”. Va más allá de endurecer su corazón o rechazar toda virtud. La señora de Glamis pide dejar de ser una mujer, dejar de ser lo que ella es. Mucho podría decirse sobre este breve pasaje, pero quisiera quedarme con la simple, pero no menos poderosa, reflexión, de que su anhelo desenfrenado por el que se dispone a cometer un crimen, la conduce al extremo de querer deshacerse de su propia identidad. Su propósito y los medios para alcanzarlo, se presentan contrarios a esta, a todo aquello propio de su feminidad: la bondad, la compasión, el nutrir y dar vida. Y así, embriagada de maldad,  logra con astucia persuadir a su esposo y concretar sus macabros propósitos.

Éowyn de Rohan, el soldado

Por otro lado, el personaje de Éowyn, su historia, sus acciones y motivos, presentan similitudes y diferencias en relación a la flamante reina de Escocia. Princesa de Rohan, sobrina del Rey, descrita como “hermosa y fría, como una clara mañana de primavera que no ha alcanzado aún la plenitud de la vida” (Tolkien, 1997a, p.147)  y al mismo tiempo “valiente y de corazón magnánimo, amada por todos” (p.158).

Éowyn también es una mujer noble y ambiciosa, que está inconforme con su posición. Como se narra en Las dos torres, su tío Theoden, Rey de Rohan, le encomienda el gobierno del reino en su ausencia. Si bien Éowyn no expone sus quejas ante el soberano, más tarde ante la negativa de Aragorn en cuanto acompañarlo en su propia misión, la princesa descubre finalmente sus pensamientos:

—Vuestro deber está aquí entre los vuestros —respondió Aragorn.
—Demasiado he oído hablar de deber —exclamó ella—. Pero ¿no soy por ventura de la Casa de Eorl, una virgen guerrera y no una nodriza seca? Ya bastante he esperado con las rodillas flojas. Si ahora no me tiemblan, parece, ¿no puedo vivir mi vida como yo lo deseo?
—Pocos pueden hacerlo con honra —respondió Aragorn—. Pero en cuanto a vos, señora: ¿no habéis aceptado la tarea de gobernar al pueblo hasta el regreso del Señor? Si no os hubieran elegido, habrían nombrado a algún mariscal o capitán, y no podría abandonar el cargo, estuviese o no cansado de él.
—¿Siempre seré yo la elegida? —replicó ella amargamente—. ¿Siempre tendré yo que quedarme en casa cuando los caballeros parten, dedicada a pequeños menesteres mientras ellos conquistan la gloria, para que al regresar encuentren lecho y alimento?
—Quizá no esté lejano el día en que nadie regrese —dijo Aragorn—. Entonces ese valor sin gloria será muy necesario, pues ya nadie recordará las hazañas de los últimos defensores. Las hazañas no son menos valerosas porque nadie las alabe.
Y ella respondió: —Todas vuestras palabras significan una sola cosa: Eres una mujer, y tu misión está en el hogar. Sin embargo, cuando los hombres hayan muerto con honor en la batalla, se te permitirá quemar la casa e inmolarse con ella, puesto que ya no la necesitarán. Pero soy de la Casa de Eorl, no una mujer de servicio. Sé montar a caballo y esgrimir una espada y no temo el sufrimiento ni la muerte. (Tolkien, 1997b, p. 59-60)

Lady Macbeth quiere poder, un poder que no le corresponde, pero Éowyn quiere gloria, una gloria que no le es propia, la gloria de aquellos que realizan grandiosas hazañas en el campo de batalla. La tarea que le había sido encomendada, aunque ante cualquier par de ojos sensatos sería importante y loable, le parece poca cosa, porque no ostenta el brillo que ella desearía. 

Cegada por su deseo, no escucha las sabias palabras de Aragorn, quien parece tener una visión mucho más elevada de la mujer que la misma Éowyn, y procura mostrarle que hay mucho más valor del que cree en lo ella desprecia como “pequeños menesteres”. Pero la princesa no sólo desprecia su tarea, sino también lo que ella misma es. La razón a la que adjudica su situación es a su propia identidad, ser mujer. La mujer no va al campo de batalla, la mujer se queda en casa, no se ocupa de grandes tareas, la mujer, al parecer, no conquista la gloria. Y así es que se disfraza de soldado, utiliza otro nombre y oculta su identidad; y contra su deber y la voluntad del Rey, se dirige con el ejército al campo de batalla en busca de aquellos honores que ansía más que nada.

Una reflexión y dos desenlaces

El poder y la gloria no son, desde luego, objetos despreciables, y todos los seres humanos tenemos un deseo natural por ellos. El conflicto surge cuando deseamos estas cosas de manera desordenada, cuando tomamos por fin absoluto algo que no lo es. De alguna forma, rechazar nuestra realidad, nuestro lugar en el mundo, nuestro deber, nos lleva a rechazar lo que somos. Podemos llegar a ser capaces de despreciar y destruir nuestra identidad, ya sea de manera consciente y abierta, como Lady Macbeth, o más velada, como Éowyn.

Ambas doncellas al poner su corazón, todo su deseo y afán, en algo que no correspondía a su naturaleza y a la de sus circunstancias, acaban por ir en contra de ella. En su obstinación por alcanzar sus objetivos están dispuestas a pagar un precio tan alto como deshacerse de su propia esencia, renegar de lo que son. Las consecuencias en ambos casos son nefastas, si bien sus historias difieren en desenlace y lección.

Lady Macbeth pierde la razón, se vuelve loca. Después de una terrible agonía, finalmente muere, ante la indiferencia de Macbeth. Es notable que la esposa del usurpador del trono de Escocia es mucho más perversa que la princesa de Rohan, su maldad la destruye completamente. Podría tal vez concluirse de su tragedia aquella verdad, tan dura como cierta, de que, quien mal anda, mal acaba. 

Éowyn, en cambio, si bien errada, nunca tuvo motivos tan oscuros. Además de orgullo y ambición, presenta una cierta inmadurez, junto con un sincero amor a su patria y los suyos. Luego de enfrentar y derrotar al Señor de los Nazgul, queda profundamente herida en cuerpo y alma. Es atendida, y por fin, curada por el Rey; y más tarde, su espíritu es restaurado a través del amor del príncipe de Gondor, Faramir. Un amor que la ve y la quiere por lo que ella es, y que le abre los ojos para que ella también pueda abrazar lo que le es propio, como ella misma dice:

¡La Sombra ha desaparecido! ¡Ya nunca más volveré a ser una doncella guerrera, ni rivalizaré con los grandes caballeros, ni gozaré tan sólo con cantos de matanza! Seré una Curadora, y amaré todo cuanto crece, todo lo que no es árido. —Y miró de nuevo a Faramir—. Ya no deseo ser una reina. (Tolkien, 1997b, p.312)

Su deseo desaforado de gloria ha desaparecido, no porque se haya conformado con algo más pequeño, sino porque ha encontrado algo más grande. Quizás la conclusión a la que se podría llegar en este caso, es la antigua y siempre nueva, de que el Amor hace “nuevas todas las cosas”.

BIBLIOGRAFÍA

  • Juglar Prieto (2023, 2 de mayo) Shakespeare: a la luz Tolkien, Lewis y Chesterton. Sr Bombadil. Academia de las Cuatro Plumas. https://www.srbombadil.com/shakespeare-a-la-luz-tolkien-lewis-y-chesterton/ 
  • Shakespeare, William (2010) La tragedia de Macbeth. Colihue. Buenos Aires, Argentina.
  • Tolkien, J.R.R (1997a) El Señor de los Anillos II Las dos torres. Minotauro. Barcelona, España.
  • Tolkien, J.R.R (1997b) El Señor de los Anillos III El retorno del rey. Minotauro. Barcelona, España.

1 comentario en “La reina de Shakespeare y la princesa de Tolkien: una reflexión”

  1. Qué interesantes y útiles sin estos escritos. Qué bueno que haya gente que se tome enserio la pluma y la verdad de la vida.
    Gracias
    Excelente escrito

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