Por Nicolás Palos. El siguiente artículo fue publicado en Dragón Verde nº 16, revista de la Sociedad Tolkien Colombia (Orodruin).
Hubo un tiempo en el que los hombres, a cada trueno que escuchaban, invocaban al dios Thor; un tiempo en el que cada vez que un barco partía, se rezaba al dios de los mares pidiendo protección. Ahora, el hombre posmoderno, a cada trueno que escucha invoca las leyes de la física, y cuando parte el barco se busca protección en el último estudio meteorológico.
Cada día se deja más de lado el mito, para dar paso a unas leyes positivistas, y una realidad del tamaño de una probeta, olvidando el día que un hombre se asombró ante el firmamento nocturno, y vio una tienda enjoyada adornada por los elfos con hebras de plata. (Tolkien, 2002)En este ensayo, trataremos primero el mito —o el cuento de hadas1— como consecuencia natural del asombro ante la realidad. A continuación, veremos cómo, al mismo tiempo, nos educa en renovar la mirada y, por tanto, el asombro ante la realidad. De este modo, no solo el asombro nos lleva al mito, sino que el mito nos posiciona de nuevo ante el asombro. Finalmente veremos que es este asombro la posición original y más correspondiente del hombre y, por tanto, la necesidad del hombre de retornar su mirada al mito.
Del asombro al mito
Aristóteles afirmó una vez que “el mito se compone de elementos maravillosos2” (Aristóteles, Metafísica) Esto podría parecer que hace referencia a los dragones y las hadas, pero los cuentos son mucho más que eso.
Tolkien explica en su ensayo Sobre los cuentos de hadas que dichos cuentos no son —en su uso habitual—, relatos sobre las hadas, sino relatos sobre el País de las Hadas, al que también llama Fantasía. Dicho país, no solo cuenta con hadas, elfos, u otros seres que llamamos fantásticos, sino que sobre todo cuenta con árboles y pájaros, agua y piedra, vino y pan y, en esencia, toda la realidad que se nos hace presente en el día a día. (Tolkien, 2002)
Esto no significa que el mito se componga de elementos maravillosos, y luego esté todo lo demás, sino que, ante la maravilla de lo real, aparece el mito; nace de una contemplación de la realidad que se nos muestra ante nuestros ojos como maravillosa, generando en nosotros —o al menos así debería ser—, un asombro ineludible.
“El mito (…) se hace presente allí donde el hombre es sacudido por las preguntas más inquietantes. La vida y la muerte, el amor y la felicidad, el ser de las cosas y su propio ser, en cuanto interrogantes y zozobras, se vuelven hacia el mito en demanda de respuesta” (Mardones, 2000)
El mito nace de la pregunta que se genera ante el hecho de que las cosas sean. Tal es el asombro ante esto, que es necesaria una explicación, y así llegar a afirmar que “un árbol da frutos porque es un árbol mágico” y “el Sol brilla porque está embrujado” (Chesterton, 2013).
Del mito al asombro
“El mito ofrece su primer fruto en la renovación de la mirada” (Louvet, 2022). Esta es una de las funciones principales del mito, renovar la mirada sobre la realidad.
“La Renovación (que incluye una mejoría y el retorno de la salud) es un volver a ganar: volver a ganar la visión prístina (…). «Ver las cosas como se supone o se suponía que debíamos hacerlo», como objetos ajenos a nosotros. En cualquier caso, necesitamos limpiar los cristales de nuestras ventanas para que las cosas que alcanzamos a ver queden libres de la monotonía del empañado cotidiano o familiar, y de nuestro afán de posesión (…) Esta cotidianeidad es el castigo por la «apropiación»: los objetos cotidianos o familiares (en el peor de los sentidos) son aquellos de los que nos hemos apropiado, legal o mentalmente. Decimos que los conocemos. Son como aquellas cosas que una vez llamaron nuestra atención por su brillo, su color o sus formas y que, ya en nuestras manos, las encerramos con llave en el arca, las hacemos nuestras y, una vez poseídas, dejamos de prestarles atención” (Tolkien, 2002)
De este modo los cuentos de hadas nos renuevan la mirada, principalmente por dos aspectos:
- En el cuento no podemos dar nada por supuesto. Chesterton lo explica de forma magistral:
“Es imposible imaginar que [en el País de las Hadas] uno y dos no sumen tres. Sin embargo, es facilísimo imaginar un árbol que no dé fruta; se puede imaginar uno que dé candelabros de oro y tigres colgando de la cola. (…) En los cuentos de hadas siempre hemos respetado esa clara distinción entre la ciencia de las relaciones intelectuales, en las que hay leyes verdaderas, y las ciencias de los hechos físicos, en lo que no hay leyes, sino extrañas repeticiones” (Chesterton, 2013)
En el mito todo lo que es, podría no ser así. El mundo moderno afirma que todo es como debe ser. Las hojas son verdes porque no podrían haber sido de ningún otro color. Por otro lado, el habitante de Fantasía se alegra de que las hojas sean verdes justamente porque podrían haber sido de otro color. Se alegra de que la nieve sea blanca porque podría haber sido negra (Chesterton, 2013).
- Lo más característico de Fantasía es su magia, y esta alcanza también a las cosas sencillas, mostrándonos de nuevo su esplendor. Tolkien lo explica desde su experiencia personal:
“Con la creación de Pegaso se ennoblecieron los caballos; en los Árboles del Sol y la Luna se manifiestan gloriosos el tronco y las raíces, la flor y el fruto. Y es una realidad que los cuentos de hadas (los mejores) tratan amplia o primordialmente de las cosas sencillas o fundamentales que no ha tocado la Fantasía; pero estas cosas sencillas reciben del entorno una luz particular (…) Fue en los cuentos de hadas donde yo capté por vez primera la fuerza de las palabras y el hechizo de las cosas tales como la piedra, la madera y el hierro, el árbol y la hierba, la casa y el fuego, el pan y el vino” (Tolkien, 2002)
Gracias al cuento de hadas, lo cotidiano y familiar, que no guardaba relación alguna con la magia, pasa a ser, en cierto modo, mágico. Aquello con lo que nos relacionamos a diario, a través del cuento, cobra de nuevo su brillo inicial que un día dejamos de ver.
La posición original del hombre
“A un niño de siete años le emociona oír que Juanito abrió una puerta y vio un dragón. En cambio, a un niño de tres le basta que le cuenten que Juanito abrió una puerta. A los niños les gustan los cuentos maravillosos, y a los bebés les gustan los cuentos realistas porque les parecen maravillosos. (…) Dichos cuentos [los cuentos de hadas] solo afirman que las manzanas eran doradas para traernos a la memoria el momento olvidado en que descubrimos que eran verdes. Hacen que en los ríos corra vino para recordarnos por un instante que en ellos corre agua” (Chesterton, 2013)
Esta es la posición original del hombre frente a la realidad; es la que más le corresponde; es la visión prístina de la que habla Tolkien. Por eso afirma que “cuanto más aguda y más clara sea la razón, más cerca se encontrará de la Fantasía” (Tolkien, 2002), pues la posición más razonable ante la realidad es el asombro.
Es necesario que el hombre levante su mirada de nuevo al mito. Solo así verá la realidad tal cual es, sin reducirla a la nada. Pues “no ve ninguna estrella quien no ve ante todo / hebras de plata viva que estallan de pronto”, y “no hay firmamento, / sólo un vacío, o una tienda enjoyada / tejida de mitos y adornada por elfos” (Tolkien, 2002). Solo a través del mito, podrá el hombre, quizás, empezar a percibir a mirada que siempre debió tener.
NOTAS
1 Tolkien argumenta en su ensayo que “no hay una distinción fundamental entre altas y bajas mitologías”; es decir, lo que habitualmente conocemos como mito, y los cuentos de hadas (Tolkien, 2002).
2 Conviene destacar aquí que maravilloso, en su origen etimológico, significa aquello que genera asombro. Por lo que lo maravilloso es, en definitiva, asombroso.
BIBLIOGRAFÍA
- Aristóteles (2003). Metafísica. Gredos.
- Chesterton, G.K. (2013). Ortodoxia. Acantilado.
- Louvet, Alexis (2022). Tolkien y el derecho a la fantasía: apostillas al poema «Mitopoeia» y otros ensayos sobre la obra de J. R. R. Tolkien. Legendaria.
- Mardones, J.M. (2000). El retorno del mito. Síntesis.
- Tolkien, J.R.R. (2002). Árbol y hoja y el poema mitopoeia. Planeta de Agostini.