«Shakespeare es tan grande que oculta Inglaterra»
(G. K. Chesterton)
Hablar de Inglaterra es hablar, necesariamente, de William Shakespeare (1564-1616). Si en el arte universal ya es una parte irremplazable, para los británicos significa un antes y después. Aunque no lo hayamos leído, seguro hemos oído su apellido, o al menos alguno de sus numerosos títulos: “Hamlet” (1603), “Macbeth” (1623), “Romeo y Julieta” (1597), y la lista continúa. Exponente del teatro isabelino, y maestro de la tragedia, dudo que nos topemos algún autor inglés que no lo haya aunque sea mencionado en sus oraciones. Y en efecto, nuestra querida tríada no se queda afuera. Tanto Tolkien, como Lewis, y Chesterton, han reconocido el peso del Bardo de Avon.
Aprovechando que nos encontramos cerca de su aniversario de fallecimiento (23 de abril del calendario juliano, que equivale al 3 de mayo de nuestro año gregoriano), vale la pena examinar la apreciación de nuestros patronos al respecto. Quienes hayan leído Shakespeare, podrán reencontrarlo y valorarlo desde otra perspectiva. Pero a quienes desconozcan los intrigantes sentimientos que despiertan el “ser o no ser” de Hamlet, les podrá servir como introducción y opinión previa antes de su encuentro con el drama shakesperiano (experiencia, a humilde criterio de su servidor, sin retorno).
La apreciación artística de Lewis
En esta primera parte me deberán disculpar, pues su desarrollo no será tan minucioso. En primer lugar por mi escaso manejo de la obra de CS, que me exige mantener una actitud humilde. En segundo lugar, por no disponer de los recursos, ya que hay un gran número de escritos de Lewis que, por el momento, son inaccesibles en el ámbito hispánico.
Como sea, haré el esfuerzo, dado que no se puede obviar al autor en este tema. El creador de Narnia no escribió tanto de Shakespeare como si lo hizo con otros autores. Remarco “en comparación” porque su opinión se explaya por lo menos en cuatro ensayos y varias referencias (lo que no es un número menor para nosotros). Tal es el caso de “English Literature In the Sixteenth Century Excluding Drama” (1954), donde aborda la calidad de la lírica shakespeariana, en su mayoría poemas de amor (“Soneto 86”, “Venus y Adonis”, “La Queja de un Amante”). Normalmente, las opiniones al respecto se dividen entre los que atribuyen sus poemas a una expresión de su vida (una posición biográfica), y aquellos que niegan aquello como una necesidad (posición antibiográfica). Entre estos últimos contamos a nuestro Lewis, quien defendió la genialidad de Shakespeare, capaz de ir más allá de su tiempo. Distinto a como suele ser en el ejercicio poético, Shakespeare, según él, no escribía sus sonetos como una forma de manifestación de sus experiencias, sino que lograba ir más allá de lo “personal”: “El lector debía buscar en un soneto no lo que sentía el poeta sino lo que sentían todos los hombres” (extraído de Montezanti, 1983, p. 63). De ese modo, el autor de “Hamlet” marcaba uno de los propósitos de aquella exhibición del Renacimiento que fue el arte isabelino: conferir universalidad a la poesía. Más que exponer vivencias, plasmar la Naturaleza, sin necesidad de acudir a hechos: “El Romántico desea ser absorbido por la Naturaleza; el Isabelino la absorbe a ella.” (op. cit., p. 25). Esta idea, propuesta de reivindicación de la concepción griega, pretendía lograr que la poesía fuese más allá de contar historias.
Por otro lado, Lewis busca con ello deducir la perspectiva de Shakespeare, que es demostración de su alma artística: “No estamos asumiendo que el sonetero nunca estuvo enamorado (…) Pero, ¿hay alguien que escriba un verso sin la esperanza y la intención, al menos momentáneas, de producir un poema que sea delicioso, incluso inmortal por sí mismo?” (op. cit., p. 64). En otras palabras, el poeta no debería ver en su composición una necesidad de “plasmar” sus experiencias o sus sentimientos, sino el simple compromiso de la creación de una obra bella, suficiente por la sola armonía de sus versos y su idea.
En fin, con ello Jack elogió la creatividad del dramaturgo, referente de aquella nueva época, y que trascendió a la historia por ello. Según Lewis, Shakespeare fue un genio artístico.
La lectura fantástica de Tolkien
Aunque sea el autor más grande de la historia anglosajona, eso no le asegura llevarse solo los elogios. La opinión de Tolkien es ejemplo: “Hay un destino casi seguro para la Fantasía cuando cae en manos de un dramaturgo: termina evaporada o envilecida, hasta con un dramaturgo como Shakespeare” (Tolkien, 2014, p. 298). Es conocido el carácter tajante de JRR. Si ni su amigo Lewis se salvó de sus críticas ¿Por qué habría de hacerlo Shakespeare? Aunque nunca renegó de su importancia, tampoco ocultó su rechazo. Cuando descubrí esto, no pude evitar sentir, con frustración, que “Tolkien no sabía una papa de teatro”. Pero resulta que su punto iba por otro lado.
Convengamos que, como estudioso de la literatura y la filología, nunca pudo desprenderse de la sombra del Bardo (presente en todo ámbito de letras en el Reino Unido), así que no podríamos tampoco decir que hablaba sin saber. Entonces ¿cuál es la razón de su crítica? Pues está íntimamente relacionada al propósito de su vida, es decir: la fantasía. Su crecimiento, su defensa y su revaloración.
Su lectura parece haberle sido un suplicio: “malditos sean Shakespeare y sus condenadas telarañas”. Shakespeare era artista, no un estudioso de la lengua ni de la tradición. Por lo tanto, su obra respondía no a la exactitud terminológica o mitológica, sino a las necesidades del relato. Visto así, conceptos que usa como “elfos” (“El Sueño de una Noche de Verano”, 1595) puede que no respondan a su sentido originario. Inaceptable, por cierto, para el profesor: “Lamento ahora haber utilizado Elfos, aunque esta es una palabra suficientemente adecuada en su sentido original. Pero la desastrosa degradación de esta expresión, en la que Shakespeare desempeñó un papel imperdonable, la ha sobrecargado de matices lamentables casi imposibles de superar” (18 de septiembre de 1954). No hay motivos para discutirle. La reivindicación del género fantástico amerita un retorno a las raíces lingüísticas y folclóricas. Pero no nos detendremos en eso.
Más interesante fue su visión sobre el teatro. Para él, el drama es un campo separado y distinto de la literatura, y considerarlo como parte de ella es una desgracia. Esa separación tiene un motivo: la Fantasía no puede desenvolverse en un escenario. “El Teatro es por naturaleza hostil a la Fantasía (…) Las formas de la Fantasía no se pueden enmascarar.” (2014, p.297). Tolkien sostenía que crear un Mundo Secundario es una labor que exige mucho esfuerzo y destreza. Pero esa composición solo se despliega con plenitud en la sobriedad de la palabra y en la actividad racional. Querer adaptar los cuentos de hadas a los sentidos es arriesgarse a una experiencia vulgar, incrédula, y a veces ridícula. La lectura de “Macbeth” puede ser disfrutable, pero cuando se representa, por ejemplo, a las tres brujas en un escenario, llega a sentirse insoportable: “Macbeth es la obra de teatro de un autor que, al menos en esta ocasión, debería haber escrito una narración, si hubiese tenido la habilidad y la paciencia para hacerlo” (2014, p. 298).
En conclusión, según Tolkien, Shakespeare fue un mal autor de fantasía.
El juicio religioso de Chesterton
Uno de los debates más intensos acerca del dramaturgo es sobre su religiosidad. Si era católico ¿por qué sus personajes invocan a brujas o dioses paganos? ¿Era un cristiano convencido? ¿Pudo serlo en un reino donde el catolicismo pendía de un hilo? Eso sigue siendo una polémica insuperable. Algunas hipótesis acerca de su vida tampoco parecen señalar una suerte de devoción en él. Se dice que era homosexual, que era un borracho, que su esposa Anne Hathaway quedó embarazada antes de la boda. Pero claro, todas estas acusaciones son solo deducciones (algunas rebuscadísimas). Sí podemos decir que fue un personaje extraño y del cuya vida tenemos más incógnitas que certezas.
¿Y qué dice Chesterton? Pues, él fue un evidente “shakesperianófilo”. De hecho éste fue, junto con Dickens, uno de sus principales héroes. Y aunque nunca llegó a escribir un libro sobre él, seguro que deseaba hacerlo. El nombre del dramaturgo se hace presente en obras que van hasta “Ortodoxia” (1908) hasta unos cuantos periodísticos. Y la forma en la que ensalza “El Sueño de una Noche de Verano” (1595) es casi inspiradora.
No niega que el hombre fue un hijo de su época. “Es inglés en todo, especialmente en sus debilidades” (Chesterton, 1996, p. 10). Es un autor en efecto, renacentista, y no puede desligarse del esplendor grecolatino. Eso se ve en las expresiones que utiliza, y en nociones como “destino” que hacen dudar de su catolicidad. Por otro lado, se vio invadido por el espíritu protestante de aquellos tiempos, que lo incitaban a la caída del rey y a un desenlace pesimista. Una naturaleza humana insalvable.
Pero Chesterton descubre que a pesar de aquella apariencia, su corazón estaba ligado a la Iglesia. Y eso es porque concibe la existencia, nos guste o no, de una verdad. Que hasta Hamlet, en su tormento, concibe el orden y alaba la creación de Dios. La cuestión shakesperiana radica en el libre albedrío, verdad innegable de nuestra teología. No es un mero retrato de la desesperación humana, sino un retrato moral, protagonizado por almas malvadas y malgastadas. “Cuando Shakespeare hizo morir a Romeo, lo mismo pudo haberle casado con la vieja aya de Julieta, si se hubiera sentido inclinado a hacerlo. Y la Cristiandad se ha destacado en las novelas narrativas precisamente porque ha insistido en la teológica libertad de albedrío” (Chesterton, 1998, p. 78).
Solo así podremos comprender el arte del gran dramaturgo. Si “Macbeth” es una tragedia, lo es en virtud de que comprendemos el por qué lo es. Aquellos funestos personajes a los cuales Chesterton bautizó “almas en cadena”, son fruto consciente de que las ruines decisiones del hombre, acompañadas del miedo, la ira y la envidia, conducen a ruines resultados. “Creo que Macbeth es la obra suprema porque es la única obra cristiana (…) me refiero a su fuerte sentido de libertad espiritual y de pecado; a la idea de que el mejor de los hombres puede ser tan malo como él quiera (“El Alma del Ingenio”, 2022).
En conclusión, según Chesterton, Shakespeare fue un autor claramente católico. Y si la historia hubiese tomado otro rumbo, e Inglaterra se hubiese mantenido católica, seguro que “Shakespeare no podría haber sido más grande” (Chesterton, 1998, 117).
El Juglar Prieto
Bibliografía:
- MONTEZANTI, MIGUEL ANGEL, “El Lenguaje Lírico en Shakespeare”, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de la Plata, La Plata, 1983.
- TOLKIEN, JRR “Cuentos desde el Reino Peligroso”, Minotauro, Buenos Aires, 2014.
- TOLKIEN, J. R. R., “Cartas”, Selección de Humphrey Carpenter, en colaboración con Christopher Tolkien, ArchivoTolkien.org
- CHESTERTON, GK, “El Hombre Común”, Lohle, Lumen, Buenos Aires, 1996.
- CHESTERTON, GK, “Ortodoxia”, con prólogo de Augusto Assía, Editorial Porrúa, México, 1998.