“No estoy del todo del lado de nadie, porque nadie está del todo de mi lado… nadie se preocupa de los bosques como yo los cuido”
(J. R. R. Tolkien, 1994)
Qué bello es el arte. Nadie en su sano juicio podría contradecir el rol que juega en nuestra existencia la sensibilidad del músico, la imaginación del poeta, o el detallismo del pintor. Pero efectivamente, entender que es bello no basta. Pues, en palabras del viejo Platón, “lo bello es difícil” (Platón, Hipias Mayor). Es decir, la belleza exige cierto tacto y cierto esfuerzo para ser captada. Es importante entender aquello. Porque ignorar la belleza es ignorar el bien. No entender el arte es no entender la verdad.
Y cuando no se entiende el arte, se abre la puerta a un sinfín de malversaciones y confusiones que no solo padecemos quienes lo apreciamos, sino también su mismo autor y la cultura misma. Por poner dos ejemplos: los que han leído la fascinante Ilíada, habrán quedado anonadados, horrorizados, escandalizados, cuando surgió la interpretación de que Aquiles y Patroclo eran amantes. Y si esa fue nuestra reacción, no quiero imaginarme cuál habría sido la del pobre Homero, quien de seguro en su ira habría escapado del Hades con todo un ejército de aqueos enfurecidos, de haber podido. Una lectura así de dicha obra, además de ser históricamente inexacta, atenta terriblemente con la virtud. No entender el vínculo entre Aquiles y Patroclo es no entender la belleza de la amistad.
Los ejemplos son vastos. El Martín Fierro, “La Creación” de Miguel Ángel, los sonetos de Sor Juana Inés de la Cruz, “La Ultima Cena” de Da Vinci, etc. Todo un montón de plagiarios sesgados que no pueden contra la dificultad de lo bello. Pero vamos a lo que nos atañe: este artículo lo tenía planificado desde hace meses. La motivación de publicarlo la hallé cuando, en el Congreso de “Fe, Arte, y Mito” (Buenos Aires, 2022), el doctor Eduardo Segura aludió a la relación entre Tolkien y el ecologismo (los que asistieron, tal vez se acordarán). Como presumo que eso despertó la curiosidad en varios además de mí, me pareció oportuno poner manos a la obra e investigar hasta responder a la siguiente pregunta: ¿Se puede decir que Tolkien plasmó en su obra cierta concepción ecologista?
¿A qué nos referimos con “Ecologismo”?
Para quien conoce poco, al escuchar “ecologismo” puede pensar dos cosas: “cuidar las plantas” y “veganos” (también cabe la opción “fumar las plantas”, pero eso ya es otro tema). No es errado, pero es incompleto, si consideramos que detrás de toda esa causa hay una profunda maraña filosófica.
Cuando hablamos de Ecologismo, a veces llamado ambientalismo, nos referimos a aquel movimiento ideológico cuyo propósito es la protección del medio ambiente. Por medio ambiente incluimos los ecosistemas, los recursos naturales, la flora y la fauna del planeta.
Dicho esto, uno dirá “bueno, no tiene nada de malo», e incluso, desde la actitud cristiana, podríamos considerar “es totalmente compatible con la religión”. Y si es ecologista, en este instante dirá “¡sí lo es! San Francisco era ecologista”. Clásico argumento que se desmorona cuando escuchamos al santo de Asís exclamar durante una Navidad: “¡Quiero que las paredes coman carne en un día como este, y si esto no es posible, al menos que se les unte de carne por fuera!”.
Si queremos responder al interrogante de si existe compatibilidad, es necesario considerar ciertos puntos. En primer lugar, sus orígenes: este movimiento erige sus bases a partir de la filosofía moderna de los siglos XVI a XVIII (masona, anticlerical, y panteísta); del indigenismo y la concepción del “buen salvaje” de Rousseau; del evolucionismo darwiniano; y del misticismo de la New Age de los ’50, falaz y esoterista (posteriormente, se identificará con el socialismo, en cuanto a la lucha contra el capitalismo industrial).
En segundo lugar, considerar su visión del hombre y el mundo. Concibe (al menos en sus raíces) al cosmos como un gran todo viviente (holismo), en el que los seres están emparentados entre sí, como una familia, unida e indivisible, estrechamente vinculados (eso se verifica en la obra de Fritjof Capra, exponente de la New Age y declarado ecologista). Por otro lado, la tierra es sacralizada, endiosada (panteísmo), y bautizada como “la Madre Tierra”.
En consecuencia con esto, su perspectiva será “biocéntrica”: la ecología está concebida al servicio del Todo, y todos los seres vivos se hallan en un igual nivel de dignidad. Ya no hay una relación jerárquica, como se sostuvo tradicionalmente, sino que el hombre está en el mismo pedestal que el de una hormiga. Somos una parte más del universo. No hay individualidad, pues todos somos Uno.
Expuesto esos puntos ¿Qué sostiene el cristianismo? Absolutamente lo contrario.
- El mundo es uno, sí, pero a la vez, múltiple. Hay unidad en cuanto a su principio, su fin, y sus relaciones. Pero las partes que lo conforman no son iguales, sino dispuestos en armónica jerarquía. Es eso lo que constituye la riqueza de lo creado: “(Dios) ha producido muchas diversas (creaturas) a fin de que una supla lo que le falta a las otras, para representar la divina bondad” (Santo Tomás, Suma Teológica, I, q. 47).
- Por otro lado, si hablamos de “creaturas”, concebimos la idea de un Creador, que llamamos Dios. Pero por definición, “Dios” es entendido como un ser infinitamente perfecto, trascendente, no compuesto, eterno e inmutable. Ninguno de estos atributos es aplicable al mundo. Por lo que el mundo no se identifica con la divinidad.
- Por último, hay que rescatar la dignidad del hombre. Y para eso, basta remitirse a las Escrituras: “Dios les dijo: «Sed fecundos y multiplíquense y colmen la tierra y sométanla»” (Gén. 1, 28); “Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y esplendor; le diste dominio sobre la obra de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies…” (Salmo 8, 6-7). Con esas palabras, queda claro que el hombre no se iguala al resto del mundo. Es superior (por eso mismo, Dios viene al mundo en forma de Hombre, y no en forma de carpincho o de clavelillo).
Zanjada la cuestión, queda claro que, al igual que cualquier otra ideología moderna, el ecologismo no es compatible con el cristianismo. Eso no significa que el hombre está en libertad de hacer lo que quiera con el mundo en el que vive, abusar de sus bienes, o destruirlo si le apetece. Al contrario, como se le ha dejado en sus manos la administración de la creación, debe cuidarla, perfeccionarla, y ordenarla a Dios. Y ahí vamos a la siguiente cuestión.
¿Tolkien es ecologista?
Llegado a este punto (quizás algunos ya han huido, espantados), dirán: “Que el cristianismo no sea ecologista, no implica que Tolkien no lo haya sido”.
Según lo que se cuenta, el profesor era un gran amante de los bosques. Era parte de su pasatiempo el pasear entre los senderos y los árboles, y las meticulosas descripciones de sus libros, y la caracterización de sus personajes, reflejan su admiración: “Estoy enamorado de las plantas y sobre todo de los árboles, y siempre lo he estado; y su maltrato por parte de los hombres siempre me ha resultado tan difícil de soportar…” (Tolkien, Carta 30 de junio de 1955). Debido a ello, los postulados acerca de si Tolkien era ecologista es algo sostenido por algunos involucrados en estos proyectos (comprensibles, pero mal formulados) por la defensa del medio ambiente. Banderas, camisetas, y ponencias han puesto al profesor entre las figuras del ambientalismo.
En el tiempo de los extremos, los dualismos y las mentes estrechas, una breve afirmación ya basta para calificar como “amigo” o “enemigo”. Es como decir que si uno se opone al consumismo es definitivamente marxista; o si uno valora al individuo es liberal. La mentalidad moderna no puede aceptar la existencia de un punto medio, que de hecho lo hay, y es centinela de todo lo bueno. El cristianismo defendió al individuo antes que los liberales; criticó el desmedido capital antes que los marxistas; reivindicó la dignidad femenina antes que las feministas… y fundamentó el cuidado del mundo antes que los ecologistas: “El orden del universo incluye en sí (mismo) la conservación de las diversas cosas instituidas por Dios” (Santo Tomás, Suma Teológica, I, q. 103).
Pues bien, quienes conocen a JRRT, reconocen su innegable convicción católica. También el cuidado que tuvo al momento de escribir su obra “No me siento obligado a que mi historia se ajuste a la teología cristiana formalizada, aunque en realidad mi intención era que resultara conforme al pensamiento y la creencia cristianas” (Carta, 12 de mayo de 1965). Y por supuesto, sabía dónde debía estar el centro: “Pongo delante de ti lo que hay en la tierra digno de ser amado: el Bendito Sacramento… En él hallarás… el verdadero camino a todo lo que ames en la tierra” (Carta, 6-8 de marzo de 1941). El amor a lo terreno está fundamentado en la religión.
Además, resaltar que si bien su legendarium es pagano, es un paganismo “monoteísta”, creacionista, y ordenado en una escala de seres distintos en su dignidad (contrario a la noción ecologista). Fuera de su obra, defendió las Sagradas Escrituras, incluyendo el libro del Génesis (Carta, 30 de enero de 1945).
Hay que entender el contexto en el que el Profesor escribe. Mediados del siglo XX, donde los avances de la tecnología y la industrialización empujaban poco a poco al hombre hacia la “maquinización”, la deshumanización y la pérdida de la creación de Dios. Si Tolkien era un ferviente amante de la naturaleza, lo era en virtud de la fe que nos manda a amar y cuidar todo lo creado. Como expresa el experto Jorge Ferro: “Aquello tan importante para Tolkien: la destrucción del entorno natural, del paisaje. Un planteo que va más allá de lo que hoy se entiende por “ecológico” (Ferro, 2022). Importante no porque “somos un ser más en el mundo”, sino porque entiende el valor y el sentido trascendental del orden natural (para quien le interese, Ferro presenta en su libro un interesante planteo sobre el símbolo del “árbol”, como aquello que liga a la “tierra” con el “cielo”). Y si se opuso a la era industrial, no fue sino por la misma razón por la que el papa san Juan Pablo II expresó no mucho después: “Era voluntad del Creador que el hombre se pusiera en contacto con la naturaleza como «dueño» y «custodio» inteligente y noble, y no como «explotador» y «destructor» sin ningún reparo…” (Juan Pablo II, 1979).
Conclusión
Podemos concluir con dos puntos: primero, que las bases del ecologismo (aunque tenga seguidores que las ignoran) son opuestas a la concepción cristiana del mundo, y por lo tanto, incompatible. Segundo, si entendemos que Tolkien fue amante de la naturaleza, no fue por una percepción ecologista, sino justamente, por una percepción de fiel cristiano (en su vida y en su obra).
El mundo de Tolkien no fue escrito para algunos. Es verdad que la fantasía no es para todos, pero si está abierta a todo aquél que quiera comprenderla. Mas para eso, es necesario entender la esencia de sus mundos, el fundamento del “cocreador”, exige la humildad y la disposición de “quitarse las gafas”, para jugar con las reglas que propone el autor, y así evitar caer en malentendidos, sesgaduras, y profanaciones artísticas.
BIBLIOGRAFÍA:
- TOLKIEN, J. R. R., “Cartas”, Selección de Humphrey Carpenter, en colaboración con Christopher Tolkien, ArchivoTolkien.org
- TOLKIEN, J. R. R., “El Señor de los Anillos: Las Dos Torres”, Editorial Minotauro. Buenos Aires, 2002.
- UNIVERSIDAD DE FASTA, “1 Antropología Teológica: Informe sobre la New Age”, Pbro. Dr. Alejandro Ramos, Lic. Matías Zubiría Mansilla. Escuela de Humanidades, Licenciatura en Educación Religiosa. 2011.
- TOMÁS DE AQUINO, S. Suma Teológica, I-II. Tratado sobre la ley. Madrid, Biblioteca de autores cristianos, 2001.
- FERRO, JORGE N., “Leyendo a Tolkien”. Editorial Vórtice, Eucatástrofe Ediciones, Buenos Aires, 2022.
- JUAN PABLO II, S., “Redemptor Hominis”, Ediciones Paulinas, Buenos Aires, 1979.
Una respuesta
Buen día. Espero no molestar al comentar su artículo: 1. Las bases que señala para la ecología no están completas y algunas (masonería) son dudosas o poco reconocibles en la tendencia actual de este pensamiento. Hay otras fuentes filosóficas, literarias y científicas. Y, en el caso del concepto «new age», cae en la tergiversación maliciosa, ya que tal cosa es una mera banalización del carácter de la ecología. 2. Su lectura de Tolkien toma en cuenta solamente aspectos de la religión de su autor. Con base en conceptos de crítica literaria, la obra de Tolkien puede alcanzar una amplitud mayor. 3. Al afirmar que el cristianismo es del todo incompatible con la filosofía ecológica, con base en conceptos y afirmaciones platónicas y tomistas solamente, lo restringe a un sistema de pensamiento sumamente oscuro. En lugar de abrir el Evangelio de Jesús hacia otras posibilidades (como hizo él con el judaísmo, cuya idea de la dignidad era restrictiva y materialista), lo está condenando a continuar muriendo en el carcelario racionalismo de siempre. 4. Negar, con base en una concepción pretendidamente cristiana, el equilibrio en la dignidad de todos los seres de la creación, es en realidad un argumento que justifica el estado dado del mundo, atribuyendo al ser humano un papel de «administrador» feudal, lo cual es una noción de teoría económica, no filosófica. Con mucho respeto.