Felices los que no pierden la esperanza

«Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a príncipes y señores; porque la sangre se hereda, pero la virtud vale por sí sola, lo que la sangre no vale» (Saavedra, 2015)

Hace algunas semanas oí salir de los labios de un monje el pasaje del Sermón de la Montaña. Al ser enumeradas las Bienaventuranzas me resultó inevitable no reparar en una: la bienaventuranza sobre la persecución.

“Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque a ellos les pertenece el reino de los cielos”. (Mt 5, 10)

No era la primera vez que la oía. De hecho, ésta se ubica como un pasaje de los que más he rumiado. Mas esta vez, algo se hizo abrupto e inevitablemente evidente frente a mí. Fue una sensación parecida a aquella en la que uno despierta y toma consciencia de que lo vivido hace unos instantes fue tan sólo un sueño. Esto de lo que les hablo es algo sencillo: toda persecución implica pruebas. Pero la particularidad inherente a toda prueba es que tiene dos posibles resultados bien definidos, opuestos y escalofriantes de solo pensarlo: las pruebas se superan con éxito o se fracasan.

Entonces se hizo evidente otro aspecto de las pruebas sobre el que también quisiera detenerme: toda prueba implica sufrimiento. Ergo, no sólo las pruebas pueden superarse o no, sino que su superación exitosa depende en gran parte de cuánto estamos dispuestos a sacrificar. Es esto lo que explica que una pobre o incorrecta disposición sea el prólogo de un lamentable desenlace. Por tanto, toda prueba conlleva un verdadero dilema (podría citarse, por ejemplo, el interesante dilema que tuvo una señorita, poco conocido pero divulgado por Cid Ludovico en el artículo llamado “Del Dilema junto al Fuego”) y debe ser tomado con suma seriedad. Pues la gratificación del vencer o la frustración del caer es directamente proporcional a la naturaleza del dilema.

A fin de poder ejemplificar dignamente mi punto, convoco al estrado a Frodo Baggins. Es él de quien nadie dudaría que tuvo en su vida (a veces colgando de su cuello y a veces invisibilizando su cuerpo) una prueba determinante, no sólo para él sino también para toda la Tierra Media. Y la gloria de haber sobrepasado virilmente las múltiples pruebas presentadas por el Anillo, el mundo y su naturaleza hobbitiana, es que estas victorias son magnánimas. Pues, así como la magnanimidad es la flor de todas las virtudes, así también las purifica y las eleva a la heroicidad. Esta victoria de Frodo sobre Frodo es embellecida por la corona de laureles que se posa sobre todos los habitantes de la Tierra Media, al ser copartícipes y herederos de esta gloria. No sólo Frodo sino todos se beneficiaron de su virtud.

Ahora bien, un aspecto fundamental para triunfar en los enfrentamientos de las pruebas es el crecer. Es necesario que todo hombre deje de ser un niño para convertirse en un hombre. El niño sólo busca y es guiado por el consuelo. Mas para crecer, se debe escapar al sólo placer, para pasar a obrar según lo que la consciencia muestra como correcto; incluso cuando esto implique sufrimiento. Y como se ha mencionado antes, toda prueba trae sufrimiento. Existen tres grupos de enfermos: los que no quieren tomar ninguna medicina; los que únicamente aceptan tomar las medicinas dulces y sabrosas; y los que no rechazan nada que sea amargo con tal de curarse. Crecer significa unirse al tercer grupo.

Antes de continuar, es menester hacer un comentario para no desanimar a aquellos que reconocen claramente haber fallado en pruebas pasadas. Les aseguro que yo pertenezco (si no encabezo) a este grupo. Y este comentario que deseo realizar tiene origen en un conflicto. Un conflicto con aquel que dijo “la gente no cambia”. Es un conflicto personal: porque entiendo que por alguna razón de economía (o pereza), quien haya dicho esa frase debería haber dicho en su lugar “casi nadie cambia”; o al menos haber tenido la delicadeza de dejar una posibilidad ínfima para salvaguardar a un puñado de hombres dispuestos a cambiar.

Yo soy un firme creyente de que la gente puede cambiar. La razón por la que un hombre haya dicho alguna vez que la gente no cambia es porque el cambio acarrea consigo un titánico sacrificio. Un sacrificio que implica negarse a uno mismo, que precisa un despojo, un abandono, una desolación de sí mismo. Y realizarlo, queridos amigos, nadie va a negar que es un ejercicio arduo y rara vez visto.

Entonces, volvamos a Frodo. Cometí un error al hablar sobre él más arriba: no fue un accidente, ni un desliz. Cualquiera que haya conocido su desenlace con el Anillo sabe perfectamente que Frodo falló; al menos en esta última prueba. Frodo pasó muchas pruebas, pero la más penosa, difícil y final, parecería que no la superó. Y este acontecimiento es literalmente fantástico. He aquí cómo Tolkien ha utilizado el cuento de hadas creado por él (sub-creado) para enseñar sobre el único cuento de hadas real (Fenollera, 2013). Tolkien hace uso del “poder del encantador” (J.R.R.Tolkien, Sobre los cuentos de hadas, 2009) para explicar con el mito una verdad. Veamos.

Es posible conectar esta prueba en los últimos momentos del Anillo con aquello que significa crecer: vencerse a uno mismo en pos de alcanzar un bien mayor, como la virtud. Pero para llegar a la cumbre de la virtud no basta la sola fuerza del hombre. La virtud de Frodo lo llevó muy lejos, pero no fue suficiente. Y he aquí lo fascinante: no fue por Frodo sino por Gollum por quien se destruyó el Anillo. De igual manera, es la Providencia de Dios por la que un hombre alcanza la virtud heroica. Un hombre puede llegar alto, pero es el Dios providente Quien otorga la Gracia necesaria para culminar el esfuerzo de un hombre por alcanzar la virtud. Es la Gracia la que plenifica el acto humano que el hombre necesita y que su naturaleza no le puede dar. La naturaleza de Frodo era sin duda prominente, mas no era excelsa; y no le alcanzaba para sobrepasar ese límite de deshacerse del Anillo. Fue la Providencia la que permitió que Gollum se interpusiera para que el acto del hobbit conquistara la cumbre. Es la Providencia de Dios la que otorga la Gracia al hombre para que supere la pruebas en su vida.

No existe hombre que pueda escapar a las pruebas. De hecho, las pruebas son buenas y necesarias. Justamente, nos prueban como el oro en el crisol. Tal es así, que procurar una vida sin pruebas no sólo es imposible de alcanzar sino que hace de la vida algo estéril y mediocre. Y pareciera que las pruebas son hechas a medida de cada uno, como confeccionadas por un sastre. Y si bien tendremos muchas pruebas en nuestra vida, algunas de ellas parecerán sobrepasarnos. Empero, si llegara a ocurrir que fallemos en éstas, es menester no desesperar y siempre traer a la mente las palabras de Sam Gamgee: “Donde hay vida hay esperanza” (J.R.R.Tolkien, Las Dos Torres, 2004). Es decir, mientras nuestro corazón lata, mientras un hilo de sangre fluya por nuestras venas, aún podremos caer de rodillas y esforzarnos para crecer hasta la talla suficiente para vencer en la adversidad.

Cid Ludovico

Bibliografía

Saavedra, M. d. (2015). De los consejos que dio don Quijote a Sancho Panza antes que fuese a gobernar la ínsula, con otras cosas. En M. d. Saavedra, Don Quijote de la Mancha. Madrid: Gredos.

Fenollera, N. S. (2013). El despertar de la señorita Prim. En N. S. Fenollera, El despertar de la señorita Prim (pág. 111). Barcelona: Editorial Planeta.

J.R.R.Tolkien. (2004). Las Dos Torres. En J.R.R.Tolkien, El Señor de los Anillos (pág. 916). Gran Bretaña: Harper Collins.J.R.R.Tolkien. (2009). Sobre los cuentos de hadas. En J.R.R.Tolkien, Cuentos desde el reino peligroso (pág. 274). Buenos Aires: Grupo Editorial Planeta.

J.R.R.Tolkien. (2009). Sobre los cuentos de hadas. En J.R.R.Tolkien, Cuentos desde el reino peligroso (pág. 274). Buenos Aires: Grupo Editorial Planeta.

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