La finalidad en el capítulo IV de la obra ‘Ortodoxia’ de Chesterton

De Rosa, Tomás – Dutto, Santiago
UNSTA-CEOP

  • Introducción

Para introducir la figura de nuestro autor nos hemos basado principalmente en un artículo de carácter biográfico de Carlos D. Pereira (1986), el cual contiene acertadas citas de la obra autobiográfica de Chesterton.
Nacido en Kensington (por entonces suburbio de Londres) en el año 1874, Chesterton fue bautizado en la religión anglicana. Sus años juveniles estuvieron marcados por la melancolía y las dudas, la ociosidad y el desgano.
Gracias a la cosmovisión que se formó en él debido a su religión, fue influido por un pseudo-optimismo fruto de la falta de conciencia de cómo el pecado original afectó a la creación de Dios. Sumado a esto, el ambiente pseudo-religioso victoriano lo llevó posteriormente a declararse escéptico.
Su vida dio un vuelco al conocer al sacerdote católico John O´Connor. Este hombre fue el gran ejemplo, director y maestro que guió a Chesterton a convertirse al catolicismo.
Los datos biográficos de carácter religioso son esenciales para entender la filosofía chestertoniana. Dentro de la fe católica que, una vez bautizado, nunca más abandonó, podemos destacar principalmente dos dogmas que fueron el fundamento de su pensamiento: el dogma de la caída (evidente para él) y el de la Encarnación. Mediante estos dos, Chesterton logró encontrar el punto medio virtuoso de su pensamiento por el cual se mantuvo alejado de los falsos optimismos y de los excesivos pesimismos, al comprender la bondad de la creación por un lado y la existencia del mal en el mundo por el otro.
Tal vez la mejor descripción de Chesterton haya sido hecha por Dale Ahlquist, uno de los principales investigadores y difusores de la obra del londinense. Sobre él nos dice:

Sabiduría e inocencia. Tal vez más que cualquier otro escritor cristiano en el siglo XX, G. K. Chesterton verdaderamente encarna estas dos virtudes. La sabiduría consiste en no comprometer la verdad. Y la inocencia consiste en no comprometer el bien. Como hombre y como escritor, Chesterton nunca comprometió ninguna de las dos. Su vida y su trabajo transmiten bellamente tanto la verdad como el bien. Su sabiduría es evidente en todos sus libros, ensayos y poemas, pero es también su bondad la que lo convierte en un gran escritor, y lo que nos atrae hacia él. (2006, p. 113) (1)

Su obra Ortodoxia, tal vez la más controversial y emblemática que haya escrito, nace como respuesta al desafío planteado por G. S. Street, un adversario suyo en el campo intelectual, y es la ocasión en que Chesterton despliega, entre otros planteos de su filosofía, una teoría finalista en contra de las corrientes cientificistas de su época, de tinte mecanicistas. Especialmente en el capítulo cuarto titulado “La ética en el país de los elfos” vemos toda la capacidad retórica de nuestro autor para explicar su posición filosófica refutando, al mismo tiempo, la de sus adversarios.
Chesterton fue un acérrimo defensor del buen uso de la razón, capaz de argumentar dentro de sus límites propios. Así es que entonces tanto el racionalismo como el fideísmo fueron posturas que debió combatir para mostrar sus deficiencias y la manera en que alejan al hombre de la realidad.
Hay un claro realismo en este autor, el cual él mismo nos dice que fue descubierto accidentalmente, por una búsqueda de originalidad que no resultó ser otra cosa que una filosofía que reflejaba auténticamente la realidad. Sobre este punto de llegada en su pensamiento Chesterton dice: “No la llamaré ‘mi filosofía’, porque yo no la hice. Dios y la humanidad la hicieron; y ella me hizo a mí” (2009, p. 32) (2). Así nos lo confirma Dale Ahlquist: “El camino de Chesterton hacia la ortodoxia fue verdaderamente notable. Fue la emoción de descubrir la verdad, y luego la sorpresa de descubrir que él no fue el primero en descubrirla” (2003, p. 21) (3).
El presente trabajo estará delimitado por el estudio de la causa final en el pensamiento del autor, especialmente en el capítulo cuarto de su obra Ortodoxia. Para ello, intentaremos esclarecer dos cuestiones: el alcance del pensamiento chestertoniano acerca de la clásica fórmula «omne agens agit propter finem», de si la finalidad se halla incluso en los no vivientes; y por otro lado, si Chesterton descubre la finalidad, para concluir que Dios es, o si dando por hecho su existencia concluye en la afirmación de la finalidad de forma resolutiva.

  • Fundamentos filosóficos de la finalidad

Según la tradición filosófica que va de Aristóteles a Santo Tomás de Aquino, la causa final es una de las cuatro causas que se observan en la naturaleza, junto con la causa material, la causa formal y la causa eficiente o agente. Se ha comprendido por causa material aquello de lo que algo está conformado; por causa formal aquello que es el principio determinante de dicha conformación; y por causa eficiente o agente aquello que hace llegar a ser este efecto. Por su parte, la causa final es la causa que, aun siendo última en el ser, en la realización, es primera en la intención, por esto es que los escolásticos la llamaron ‘regina causarum’, causa rectora, causa de las causas.
Al respecto, Aristóteles nos da un ejemplo sumamente ilustrativo:

Es absurdo no pensar que las cosas llegan a ser para algo si no se advierte que lo que efectúa el movimiento lo hace deliberadamente. Tampoco el arte delibera. Y si el arte de construir barcos estuviese en la madera, haría lo mismo por naturaleza. Por consiguiente, si en el arte hay un «para algo», también lo hay en la naturaleza. […] Así pues, es evidente que la naturaleza es una causa, y que lo es como causa que opera para un fin. (1995, p. 125)

Y Santo Tomás de Aquino, posteriormente, comenta este pasaje diciendo:

Por eso es claro que la naturaleza no es sino la razón de cierto arte, el divino, ínsito en las cosas, por el cual las cosas mismas se mueven a un fin determinado. (2011, p. 191)

La causa final, entonces, nos indica el ‘para qué’, la dirección de la que dependen las demás causas. Intentaremos ahora comprender cuál es el alcance de este tipo de causa, pero no sin antes hacer una pequeña aclaración. Nos encontramos en terreno metafísico: esto es, intentamos dilucidar los fundamentos primordiales de la realidad. Es en este sentido que debemos entender las causas. No simplemente como explicación de efectos, sino más bien, como respuesta a la pregunta por los principios últimos de la realidad.
Intentemos comprender esta causa por medio del razonamiento. Notamos en la realidad que toda acción se dirige hacia un fin. Ya sea consciente o no, debemos afirmar esto, pues hay una determinación en toda acción. De no ser así de cualquier acción resultaría cualquier efecto. Pero notamos regularidades en los efectos de los distintos agentes. Por lo tanto, ya sea en los agentes que poseen voluntad como en los que no la poseen, debe haber una finalidad que dirija sus acciones. En los primeros la determinación será puesta por ellos. En los otros, la finalidad les será dada desde fuera de sí.
En las antípodas de esta doctrina filosófica podemos mencionar como gran ejemplo al mecanicismo. Este niega la finalidad mediante una explicación del mundo en la que solo caben las causas eficientes y materiales. El mundo, por lo tanto, es análogo a una máquina: no existe más que materia cuyas partes influyen unas sobre otras. Así se niega rotundamente la causa final, ya que no hay ningún propósito que dirija a las causas.
Al contrario de lo que comúnmente se piensa, esta doctrina no es de origen moderno (aunque sí pasó a ser una postura común entre los pensadores de nuestro tiempo) sino que podemos encontrar defensores a lo largo de la historia del pensamiento. Bástenos con mencionar los ejemplos de Leucipo y Demócrito en la Antigua Grecia.
Al respecto del mecanicismo, el mismo Chesterton hace notar su disconformidad. En el capítulo “La ética del país de los elfos” nos dice:

Se supone que si una cosa se repite constantemente entonces probablemente está muerta; es una pieza de relojería. La gente cree que si el universo fuera personal debería variar; si el sol estuviera vivo, bailaría. Esto es una falacia, incluso visto en relación con lo que sucede de hecho. (2009, p. 85)

La doctrina mecanicista comprende que todas las repeticiones observadas en la naturaleza son la muestra de que no hay una finalidad en ellas. Por esto, la compara con una pieza de relojería, en la cual cada parte no hace más que mover otras piezas para el funcionamiento total del sistema.

Habiendo presentado la doctrina tradicional respecto de la finalidad y la negación de esta por parte del mecanicismo, buscaremos ahora distinguir la postura de Gilbert Keith Chesterton en el capítulo cuarto de Ortodoxia acerca de este tema. No es nuestro propósito elaborar un juicio sobre la causa final sino más bien contrastar el pensamiento de este autor principalmente con la doctrina tradicional.

  • Alcance del concepto de finalidad en Chesterton

En el capítulo cuarto de Ortodoxia Chesterton supone una tesis que será la base de todo el despliegue que realizará en el resto de su obra. Para él, el orden del mundo no es necesario.
Nuestro autor posee la lucidez para realizar la siguiente distinción: no todas las necesidades son absolutas (llamadas clásicamente metafísicas) sino que también las hay relativas (llamadas clásicamente físicas). Por ejemplo, es necesario absolutamente y siempre, sin excepción, que “si Jack es el hijo de un molinero, un molinero es el padre de Jack” o “si los tres hermanos montan a caballo, hay seis animales y dieciocho piernas involucradas”. Sin embargo, hay necesidades que son relativas, pues podrían darse de otra manera: “pero puedes fácilmente imaginar árboles que no dan fruta; o árboles que den candelabros dorados; o árboles de cuyas ramas cuelguen tigres asidos por la cola” (Chesterton, 2009, p. 75). Más allá del tinte poético que podemos ver aquí, es necesario resaltar que lo que Chesterton muestra es una distinción metafísica, propia de la filosofía realista, tradicional.
El mismo autor, unas líneas adelante, nos sintetiza esta distinción, que será la base para poder argumentar a favor del principio de finalidad:
En nuestros cuentos de hadas, siempre hemos conservado esta clara distinción entre la ciencia de las relaciones mentales, en la cual realmente existen leyes, y la ciencia de los hechos físicos, en la cual no existen leyes, sino solamente extrañas repeticiones. Creemos en milagros corpóreos, pero no en imposibilidades mentales. (2009, p. 76)

Hecha esta distinción nos proponemos ahora resolver la incógnita respecto de la cuestión acerca de si, para Chesterton, la finalidad alcanza a los seres no vivientes. La lectura de “La ética en el país de los elfos” nos da la respuesta:

…es posible que el sol salga todas las mañanas porque nunca se cansa de salir. Su rutina puede deberse, no a una escasez de vida, sino a una superabundancia vital. (2009, p. 85)

Superabundancia que para él es recibida de una inteligencia que desea esta repetición porque ve en ella un despliegue de perfección particular. Por esto llega a decir que “tal vez Dios diga cada mañana al sol: «¡Hazlo otra vez!» y cada noche a la luna: «¡Hazlo otra vez!».” (2009, p. 85). Chesterton nos deja claro, mediante este ejemplo poético, lo que nos demuestra la regularidad (que puede observar toda persona con una actitud filosófica contemplativa), a saber, que «la repetición en la Naturaleza parecía a veces ser muy eufórica (excited), como la de un maestro enojado que dice lo mismo una y otra vez.” (2009, p. 84) Y en un pasaje de su obra Herejes, previa a Ortodoxia, vemos un postulado similar:

…porque son los dioses los que no se cansan de la repetición de las cosas: para ellos el anochecer es siempre nuevo, y la última rosa tan encarnada como la primera. (1952, p. 332)

Encontramos una formulación más clara de lo que intentamos explicar:

Siempre había sentido vagamente que los fenómenos (facts) eran milagros en el sentido de que eran maravillosos: pero luego comencé a entenderlos como milagros en el estricto sentido de que eran deseados (willful). Quiero decir que eran, o podían ser, ejercicios repetidos de una voluntad. (2009, p. 86)

Creemos necesario destacar el desarrollo coherente del pensamiento chestertoniano acerca de la finalidad notando la presencia de esta en las dos obras previamente mencionadas.

  • Verificación del carácter de via inventionis del argumento

La via inventionis es un proceso o camino (de allí via) metodológico, que descubre (de allí el término invenire: de “encontrar”, “hallar”) la causa partiendo de los efectos. Desde la realidad, y lo que allí se presenta, se descubre el fundamento que la explica.
Dicha via inventionis da lugar, posteriormente, a la via resolutionis en la cual se va del fundamento a lo fundamentado para enriquecer nuestro conocimiento de lo hallado en la realidad.
En El hombre que fue jueves, novela de ficción que Chesterton publicó sólo dos semanas antes de Ortodoxia, se insinúa el conocimiento de Dios por via inventionis. Así nos lo cuenta Joseph Pierce en su libro acerca de Chesterton:
En una entrevista le pidieron que explicara la enigmática naturaleza del personaje más misterioso de la novela, Domingo; él contestó: «Tómenlo como una representación de la Naturaleza, como algo distinto a Dios.» Pero en la misma entrevista declaró que «si arrancáramos la máscara a la Naturaleza, descubriríamos a Dios». (1998, p. 143)

En el caso de Chesterton, fue gracias a su asombro (origen de todo realismo filosófico, al decir de Aristóteles) que preservó desde su infancia el que le permitió poder dar el salto desde su encuentro con las cosas de este mundo que lo rodeaba hacia lo más elevado.

En resumen, siempre había creído que el mundo involucraba magia: ahora pienso que, tal vez, hay involucrado un mago. Y esto apuntaba a una profunda emoción, siempre presente y subconsciente; que este nuestro mundo tiene algún propósito: y si hay un propósito, hay una persona. Siempre había sentido primero la vida como un cuento: y si hay un cuento, hay un narrador. (2009, p. 86)

En este pasaje citado encontramos la clave para entender que la demostración de la finalidad en Chesterton se da mediante una via inventionis que lo lleva a demostrar la existencia de Dios.
Contemplando la realidad con una actitud de asombro, y viendo regularidades que no son absolutamente necesarias, nuestro autor encontró un propósito, es decir un fin en la naturaleza. Ahora bien, no puede haber fin si no hay voluntad que así lo desee. Por lo tanto, debe haber un ser personal. Esto nos lo confirma el mismo Chesterton en una obra posterior. Allí, en nombre del sentido común, nuestro autor presenta una sentencia que confirma lo que venimos diciendo:

Pero no lo necesitamos a Tomás y solo necesitamos nuestro sentido común para que nos diga que, si ha habido desde el principio algo común que pueda llamarse un propósito, eso debe ser equivalente a los elementos esenciales de una persona. (2015, p. 167)

Así queda claro que la finalidad, descubierta gracias a una mirada contemplativa, lleva a conocer a Dios como causa primera de la realidad.

  • Conclusión

Sin lugar a dudas Chesterton entronca en una tradición filosófica que se remonta hasta Aristóteles. Es interesante notar cómo ya el Estagirita vislumbró la finalidad en la naturaleza como una causa para que luego, posteriormente, Santo Tomás de Aquino se refiriera a ella como obra de Dios.
Es en esta línea que puede ubicarse la doctrina finalista de Chesterton. Este nota en la regularidad que se da en este mundo que no todo tiene una necesidad absoluta, pero sin embargo, aunque las necesidades relativas o físicas son contingentes, vemos que en ellas hay repeticiones constantes que no actúan de modo azaroso. De allí que él vea que esto no puede explicarse solo con causas materiales y eficientes, sino que por detrás debe haber una voluntad (que pone la causa final) la cual quiere que esto se repita, como de hecho sucede. De esta manera queda clara la finalidad que Chesterton ve en la naturaleza, la cual lo lleva a Dios como su causa.

BIBLIOGRAFÍA

Ahlquist, D. (2006). Common sense 101: Lesson from G.K. Chesterton. Ignatius Press: San Francisco.
Ahlquist, D. (2003). G.K. Chesterton: The apostle of common sense. Ignatius Press: San Francisco.
Aristóteles (1995). Física. [Introducción, traducción y notas de Guillermo R. de Echandía]. Madrid: Gredos.
Chesterton, G. K. (2009). Orthodoxy. Moody publishers: Chicago.
Chesterton, G. K. (2015). Santo Tomas de Aquino. [Trad. Carlos Rafael Domínguez]. Vórtice: Buenos Aires.
Chesterton, G.K. (1952). Herejes. En Obras Completas vol. I [Trad. M. J. Barroso Bonzon]. José Janés Editor: Barcelona.
Pearce, J. (1996). G. K. Chesterton. Sabiduría e inocencia [Carmén González del Yerro Valdés]. Encuentro: Madrid.
Pereira, Carlos D. (1986). La gran aventura de una gran aventura, síntesis biográfica de Gilbert Keith Chesterton. Gladius, 6, 107-117.
Tomás de Aquino (2011). Comentario a la Física de Aristóteles. [Traducción, estudio preliminar y notas de Celina A. Lértora Mendoza]. Pamplona: EUNSA.

NOTAS

1 Traducción del inglés por los autores.
2 Todas las citas de esta obra fueron traducidas del inglés por los autores.
3 Traducción del inglés por los autores.

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