El coraje se encuentra en sitios insólitos

Mi padre fue quién desde que tengo memoria me transmitió el amor por la literatura en general, y por la obra de Tolkien en particular. Camino a la escuela o a casa, en los almuerzos y cenas, las tardes de los domingos y las siestas de los días de vacaciones, innumerables conversaciones con él, y con el resto de la familia, hasta el día de hoy giran en torno a El Señor de los Anillos, cuya fuente de inspiración y reflexión parece inagotable. Muchas veces, incluso hablando de otras lecturas, es mencionado para enriquecer la charla con algún cita o anécdota que venga al caso.

En una de esas tantas ocasiones, que no puedo recomendar lo suficiente que todos promuevan en sus familias, mi padre nos habló de un curioso personaje que pasa muchas veces desapercibido, pero cuyo rol no debería subestimarse: Fredegar Bolger, o el “gordo” Fredegar para los amigos. Hobbit, oriundo de la Cuaderna del Este de la Comarca, no aparece en las películas y es mencionado tan sólo trece veces en El Señor de los Anillos, al principio de La Comunidad del Anillo, y hacia el final de El Retorno del Rey, y aunque nunca abandonó la Comarca, no le faltó su parte en las aventuras de aquellos que vivieron en la Tercera Edad de la Tierra Media.

El gordo Fredegar es uno de los amigos de Frodo, y si bien Tolkien nos aclara que los más íntimos era Meriadoc Brandigamo (Merry) y Peregrin Tuk (Pippin), fue uno de los cuatro hobbits que ayudaron a Frodo en su mudanza antes de partir hacia Bree y que estuvo en la cena de despedida del hobbit el día de su cumpleaños. Sin embargo, su papel más destacado fue ser parte de la “Conspiración” de los amigos de Frodo.

Sabiendo que a Frodo lo esperaba un destino peligroso, sus amigos Sam, Merry, Pippin y Fredegar concibieron un plan para que no tuviera que enfrentarlo solo. Llegado el momento le revelaron su proyecto: los tres primeros hobbits lo acompañarían y Fredegar permanecería en La Comarca para ganarles tiempo. Leemos en La Comunidad del Anillo que “de acuerdo con el plan original, la obligación de Bolger era quedarse allí y tratar con los preguntones y mantener así todo lo posible el engaño de que el señor Bolsón continuaba en Cricava. Hasta habían traído algunas ropas viejas de Frodo para ayudarlo a interpretar ese papel. Nadie pensó que ese papel pudiera llegar a ser de veras peligroso” (Tolkien, 1996). Y podríamos decir que ni siquiera el mismo Fredegar lo pensó, ya que expresó su alivio por no tener que atravesar el Bosque Viejo, prefiriendo el riesgo de enfrentar a los Jinetes Negros, porque “aunque quería mucho a Frodo, no deseaba abandonar la Comarca ni ver lo que había más allá” (Tolkien, 1996).

A primera vista la tarea y la actitud de Bolger podrían parecer propias de un cobarde, y así me pareció a mí también al leer el libro por primera vez. Pero fue precisamente mi padre quien me abrió los ojos a la valentía de este amigo que se quedó. A través de su mirada, pude ver que Fredegar fue en realidad un amigo capaz de quedarse atrás, renunciando a todo protagonismo, de asumir la misión que aparentaba ser la más insignificante, y que era la que él en su limitación podía realizar. Ese papel que poco tenía de agradable y mucho más de peligroso de lo que los hobbits imaginaban, ya que más adelante, sabemos que este personaje fue emboscado por los Nazgul en la casa en que se encontraba, y logrando huir, dió alarma al pueblo y los Jinetes Negros huyeron. 

Cumpliendo su palabra, el gordo Fredegar proporcionó a Frodo la seguridad de una coartada, y el consuelo de saber que dejaba en buenas manos un mensaje para Gandalf, cuya ausencia inquietaba su corazón día a día. Aunque entre sus razones se mezclaba cierta resistencia a alejarse de su casa y temor a lo desconocido, el “aunque”, también citado más arriba, no debe anular el hecho de que Fredegar “quería mucho Frodo”.

Creo que a veces nuestra idea de valentía es incompleta y algo radical. Pensamos que puede encontrarse sólo en individuos grandiosos como Aragon, o que por lo menos realizan actos grandiosos, como Frodo. Pero el mismo Tolkien nos dice por boca del elfo Gildor que “el coraje se encuentra en sitios insólitos”. Puede encontrarse en aquellos como Fredegar Bolger, que no tienen misiones espléndidas, cualidades extraordinarias, o siquiera una intención puramente noble y osada, pero sí son capaces de ocupar su lugar en el mundo y cumplir su palabra, por amor a los amigos. Y creo además que el hecho de que Fredegar haya preferido la parte que le tocó, incluso si fue por miedo a otra que le resultaba más riesgosa, no lo hace menos valioso, sino tal vez más humilde. 

No es que el Bolger destaque por su valentía, sino que es la valentía la que destaca en Bolger ante nuestros ojos. En aquellas personas menos idóneas y en actos menos deslumbrantes, es donde más nos llama la atención encontrar grandeza y virtud, pero podemos hacerlo, si miramos con cuidado. Y es importante hacerlo, para que podamos encontrarla en nuestra propia vida, porque no todos podemos ser Aragorn o Frodo, y los individuos como Fredegar también son necesarios. 

El mío no es en modo alguno un intento de apología de la mediocridad, sino una revalorización de los actos ocultos, pequeños, sin brillo, de las cosas de las que todos somos capaces, de esas cosas que a Dios tanto agradan: que sepamos ocupar nuestro sitio, que cumplamos nuestra palabra, que amemos a nuestros amigos. Lo cual no significa que no aspiremos a más, sino que no despreciemos lo que nos toca y lo que puede parecernos “menos”.

BIBLIOGRAFÍA

TOLKIEN, J.R.R. (1996). El señor de los anillos I. La Comunidad del Anillo. Barcelona: Minotauro.

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4 comentarios

  1. Miguel dice:

    Qué bueno!!

  2. Andy dice:

    Me gustó… El gran valor de las pequeñas cosas!*

  3. Pablo Muggeri dice:

    Maravilloso. Por eso amo a Tolkien desde aquella 1era vez, hace más de 40 años, cuando recién comenzaba a ser un adolescente. El la epopeya de los pequeños heroísmos, y, sobre todo, a reconocernos depositarios y custodios de esa llama divina

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