Una vida con Tolkien

Soy profesor de literatura inglesa moderna y dedico la mayor parte de mi investigación a la vida y obra de J.R.R. Tolkien, a quien también traduzco. En otras palabras, convivo a diario con Tolkien en mi trabajo, pero el Profesor ha sido mucho más que sólo un objeto de estudio para mí. Directa o indirectamente, ha constituido un hilo conductor en mi vida, y en lo sucesivo intentaré explicar cómo la experiencia de leer a Tolkien e investigar su obra ha dejado una impronta indeleble tanto en mi desarrollo personal como profesional.

Me acerqué a la Tierra Media por distintas vías, y desde temprana edad. Cuando tenía unos diez años, vivía a orillas de un fiordo entre Suecia y Noruega, un lugar lejos de cualquier ciudad, con profundos bosques, canteras abandonadas y fauna salvaje. Por aquel entonces no sabía nada sobre Tolkien, pero un día, a principios de los años ochenta, cayó en mis manos el juego de ordenador The Hobbit, para Spectrum 48. No terminé de entender el juego, más que nada porque no conocía la historia original. Sin embargo, parecía contener importantes secretos, y me intrigaban profundamente los personajes de Thorin y Elrond, cuyos nombres se me quedaron grabados en la memoria. Poco después, unos amigos me prestaron la versión en tebeo de la adaptación de El Señor de los Anillos, de Ralph Bakshi. Tanto la película como el tebeo quedaron inconclusos (al igual que tantas obras del propio Tolkien), por lo que también aquí me encontré con muchos cabos sueltos. Mis amigos y yo nos encargamos de atarlos en nuestra imaginación, luchando contra orcos y dragones en los bosques, y tratando de imaginarnos qué fue de Aragorn, Gandalf y los demás tras la Batalla de Helm. A partir de entonces, mi idea de lo que era la Aventura, con mayúscula, comenzó a asociarse cada vez más con la Tierra Media.

A los doce años leí por fin El Hobbit, que me proporcionó más claves acerca del misterioso mundo de Tolkien. Sin embargo, no fue hasta la lectura sostenida de El Señor de los Anillos cuando la Tierra Media realmente cobró vida en mi mente, y a los trece años estaba definitivamente bajo el encantamiento tolkieniano. Comencé a dibujar escenas de las obras, y jugar a un juego de rol ambientado en la Tierra Media. Las aventuras para dicho juego no estaban traducidas al sueco, por lo que aproveché, diccionario en mano, para aprender inglés por mi cuenta. Ambas cosas, mi pasión por Tolkien y por la lengua inglesa, se unieron de manera indisoluble en aquella época, y nunca se han separado desde entonces.

Tolkien siguió muy presente en mi vida antes de emprender mis estudios universitarios. En 1994 me encontraba en el Himalaya para hacer alpinismo, pero un esguince de tobillo puso fin a la aventura. Encontré un ejemplar de El Señor de los Anillos en un mercadillo de Dharamsala. Lo leí sentado en la orilla de un caudaloso río, con las cumbres nevadas de fondo. La experiencia de estar inmerso en una naturaleza majestuosa, tanto en la vida real como en la Tierra Media, condicionó todas mis futuras lecturas de Tolkien, hasta tal punto que muchos años después terminé editando un libro sobre el mundo natural en su obra.

Mi primer intento —muy titubeante— de investigar sobre Tolkien, fue un trabajo de fin de Bachillerato, en el que comparé varios aspectos de la Tierra Media con la mitología nórdica. Sin embargo, en mis años universitarios dejé a Tolkien de lado, centrándome más en otras corrientes literarias. O eso creía, porque mientras estudiaba los poderosos versos de obras como Beowulf, Sir Gawain y el Caballero Verde, la poesía de Keats o incluso T.S. Eliot, no dejaba de percibir muchos e intrigantes ecos de Tolkien. En el verano de 2001, al finalizar la licenciatura, debí elegir el tema de investigación para mis estudios de posgrado. Mientras debatía las posibilidades, pasé varios días en el hospital con el motivo del nacimiento de mi primera hija. Me llevé El Señor de los Anillos para pasar el rato durante las largas horas en vela, mientras mi mujer y mi hija dormían. Con Tolkien, empero, uno nunca se limita a “pasar el rato”. Al retomar la lectura de El Señor de los Anillos después de estudiar la historia de la literatura inglesa, me di cuenta de que hasta un punto, la obra en verdad sintetizaba y catalizaba todas aquellas tradiciones narrativas inglesas y nórdicas del pasado. En consecuencia, para la obtención del Diploma de Estudios Avanzados decidí escribir sobre Tolkien como un ejemplo moderno de una reintegración de las tradiciones narrativas del pasado. Lo hice bajo la dirección de José Miguel Santamaría, quien enseñaba literatura artúrica y poesía medieval en mi departamento, y que también había traducido varias obras breves de Tolkien. Aquel año, Tolkien no sólo quedó asociado a mi amor por mi familia, sino que se convirtió en el hilo conductor de mi futura vida profesional.

El Dr. Martin Simonson

Uno de los pocos investigadores de Tolkien en España en aquellos años era el Profesor Eduardo Segura, que trabajaba en la UCAM de Murcia. Al término de los cursos del programa de doctorado, me puse en contacto con él para hablarle de mi investigación. Eduardo no sólo aceptó dirigir mi tesis doctoral, sino que se convirtió rápidamente en un maestro de los de verdad, y un amigo íntimo. Aparte de encarnar estas importantes virtudes, me enseñó una dimensión de Tolkien que hasta la fecha apenas había tocado: la manera en que su arte sub-creativo ofrece atisbos de algo más grande que nosotros mismos, más allá de nuestra limitada percepción de la realidad. Eduardo es un hombre de una tremenda agudeza intelectual, sabio y sensible, y cual Gandalf me llevó por caminos poco transitados de la Tierra Media. Gracias a nuestras conversaciones y su siempre generosa ayuda, comencé a apreciar a un Tolkien diferente, más comprometido con la estética lingüística y con su propia visión mitopoética como medio para alcanzar una comprensión más profunda y rica de nuestro mundo. Así mismo, me invitó a participar en la traducción de Tolkien y la Gran Guerra, de John Garth, lo cual llevó a otras traducciones de algunas obras del propio Profesor. Así fue cómo comenzó mi inopinada andadura como traductor de Tolkien al español. (Siempre digo que resulta casi perverso que un sueco traduzca a un autor inglés al español, y más aún en el caso de Tolkien, tan obsesionado con la palabra exacta; sin embargo, bajo la tutela de un Gandalf parece que todo es posible…) Es evidente que, gracias a la sabiduría y la generosidad de Eduardo, sé mucho más sobre Tolkien de lo que habría sabido si no lo hubiera conocido, pero también fue un ejemplo para mí de la responsabilidad y el compromiso que debe caracterizar a un docente universitario, y del perenne valor de una amistad que no se resquebraja ni en los buenos momentos, ni en los tiempos adversos.

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El Dr. Martin Simonson con su caballo Nim

Aparte del profesor Segura, he tenido el placer de conocer en persona a muchos expertos de la obra de Tolkien. Hemos trabajado y publicado en paralelo, nos leemos, conversamos y debatimos juntos en conferencias y en tribunales de tesis. Casi se puede afirmar que existe algo parecido a una comunidad internacional, unida por el empeño común de aprender más sobre Tolkien y su obra. De igual importancia es el apoyo entusiasta de la gente de las diversas Sociedades Tolkien repartidas por el mundo, y las asociaciones culturales que promueven su obra tanto en España como en Latinoamérica. En definitiva, he podido comprobar, una y otra vez, que el camino del investigador es largo y fatigoso si se realiza en solitario, pero rico e interesante cuando uno cuenta con el apoyo y el aliento de personas con intereses y pasiones comunes. Naturalmente, esta misma conclusión resuena con fuerza en la obra del Profesor, y es otro ejemplo de cómo Tolkien se ha vuelto inextricablemente unido a mi experiencia vital y mi camino de aprendizaje.

No es, por tanto, exagerado afirmar que Tolkien me ha acompañado desde que era niño, y tanto su obra como la gente que he conocido gracias a ella han contribuido de manera decisiva a formarme como persona. Tolkien ha quedado vinculado a mi amor por la aventura, la naturaleza, la familia, los amigos y la literatura (a modo de anécdota, dos de mis caballos, con los que salgo a montar habitualmente en compañía de mis hijas y mis amigos, se llaman Bruinen y Nim, respectivamente). Más allá de mi propia persona, el singular legendarium del Profesor es un ejemplo único de cómo el arte narrativo de un auténtico sub-creador es capaz de trascender los límites de nuestra percepción y ponernos en contacto con algo eterno, de una belleza sobrecogedora, que proporciona consuelo, inspiración y frescor en diferentes momentos de nuestras vidas —aquí, en nuestro mundo, que también es la Tierra Media. 

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Una respuesta

  1. Marta dice:

    La literatura es evasión y refugio, te eleva y transforma y es la mejor compañía en este peregrinar por la tierra media.

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