Reflexiones en torno al amor

La cuestión del amor es harto compleja. Y es compleja porque es sumamente simple. Nosotros somos los que no podemos abarcar su naturaleza real sin enredarnos en nuestros propios razonamientos. Es más, son esos momentos de destellos de realidad pura y cristalina donde entendemos, aunque sea por un breve momento, que la realidad es simple y nosotros somos complejos.

Queremos entender el amor tanto con nuestra inteligencia como con nuestro cuerpo. Y no es que para amar haya que tener cuerpo, sino mas bien que nuestra naturaleza nos reta a abarcarlo con todo lo que somos.

Pienso que la idea más profunda respecto del amor me llegó a través del querido padre Cox, al cual aún no he tenido la oportunidad de conocer en persona. Sin embargo en esta cuestión él ha hecho por mí más que tantas personas con las que convivo día a día. Esto es entendible, es la sabiduría de los sacerdotes. Decía que gracias a él llegó a mí una clave, es decir una llave, para destrabar una cerradura que siempre me había resultado un desafío comprender. Esta puede reducirse a una pregunta dicotómica (utrum dirían los escolásticos medievales): ¿primero es el bien del amado o el del amante? Según la respuesta que se dé se estará optando por una opción fundamental, la cual si somos coherentes, definirá toda nuestra vida.

Nuestro querido padre distingue, siguiendo toda una tradición milenaria, entre el usar y el amar. Usa aquel que busca en algo fuera de sí su propia plenitud. Contrariamente, ama quien busca fuera de sí la plenitud del otro. Con esto no se quiere decir que no puede haber un sano amor propio. Al contrario, puede y debe haberlo en cada hombre, en un matrimonio entre las virtudes de la humildad y la magnanimidad. Pero es necesario distinguir entre el amor como primer movimiento que sale hacia afuera con el fin de no regresar, de aquel que damos en llamar “usar” como primer movimiento que sale hacia fuera y busca regresar cuanto antes.

Como la imaginación es parte fundamental de nuestro proceso de comprensión de la realidad podemos poner el siguiente ejemplo para entender lo hasta aquí dicho. Pensemos en una persona que vive en nuestro ajetreado siglo XXI. Se encuentra caminando por la calle cuando de repente otra persona pasa por su lado. Se da entonces un movimiento interno que lleva a aquella a observar el cuerpo de esta. Podríamos pensar que este movimiento es puramente superficial y no tiene por fin la búsqueda total de la persona sino el propio regocijo producido por las imágenes que ingresan en su inteligencia. Probablemente tengamos razón al concluir esto. Pero pensemos por un segundo esta posibilidad… ¿Qué pasaría si esa mirada no se detiene en las partes del cuerpo más atractivas, sino que continúan normalmente, en un movimiento rápido de vista? Y aún más… ¿si esta mirada casual y sin ninguna intencionalidad lo lleva a deleitarse con la presencia de esta persona en cuanto que es persona y tiene un cuerpo como parte intrínseca suya? Para nuestro mundo contemporáneo, donde ha triunfado la cosmovisión freudiana, es escandaloso pensar que esto es algo bueno y lícito. Sin embargo nos atrevemos a decir que efectivamente en esto no hay nada de desordenado. Un cuerpo, que nunca es sólo un cuerpo sino que es una persona entera, es decir materia más espíritu, puede ser observado con una mirada pura. Y esta, si se logra alcanzar, es una mirada amorosa, porque realiza una obra silenciosa pero enorme, la de enaltecer aquello de sagrado que tiene el cuerpo de la persona. Un cuerpo observado contemplativamente, como se observa un cuadro o un cálido atardecer, es un cuerpo que es amado.

El desorden aquí ingresa cuando el cuerpo es observado con la finalidad de ser usado y no amado, aunque este uso no llegue a algo tangible. La mente se embarra cuando busca tomar para sí, en un pensamiento de uso, aquello que no le pertenece. Lamentablemente no faltan ejemplos de situaciones en las que las personas no consideran el cuerpo de la otra como parte integrante de una estructura más grande y profunda… es decir, cuando no consideran al otro en tanto persona sino en tanto objeto. Las personas deben ser amadas y no usadas. Las cosas deben ser usadas y no amadas.

Y he aquí la que considero la distinción esencial: quien usa busca poseer, y quien ama busca ser poseído.

Es sumamente difícil poder encerrar este misterio esencial del amor en un par de oraciones, sin embargo haremos el intento. Es únicamente en la experiencia vital del amor en la que salimos de nosotros mismos, no sólo para perseguir el bien del amado como fin, sino, y aún más determinantemente, para ser poseídos por el amado.

La primera objeción que se puede hacer a esto es que querer ser poseído no puede ser sino una búsqueda del propio bien en vez de el del otro. Negamos esta posibilidad. Aquel que busca ser poseído por el amado es todo menos alguien egoísta. ¿Y por qué afirmamos esto? Porque más determinante es el fin de una acción que su mismo objeto. Más busca el amante el bien del amado que el suyo propio. Sabe profundamente, y por eso le cuestan las palabras, que sólo él puede amar a la otra persona como ella requiere ser amada. Algo le dice que sólo él es quien está capacitado (y llamado) a ayudar al amado a desplegar todas las posibilidades de su proyecto esencial más profundo que busca alcanzar una felicidad trascendente. Sin embargo, si por un momento notara un leve pero claro destello que le indique que no es él quien está llamado a acompañar al amado en su camino de plenitud, inmediatamente comprendería que debe alejarse. Y esto, tan extraño como suena, es la simple y compleja consecuencia de quien busca el bien del amado. Si en última instancia el amor es el motor, no hay manera de que el amante permanezca al lado del amado si sabe que otro es quien tiene la clave que descifrará el camino de su felicidad.

Y así es como se da la paradoja más asombrosa del amor. El que ama y se vierte hacia afuera buscando el mayor bien del amado no se vacía, sino que al contrario, se llena plenamente.

Atentamente,

el Sapiente Trovador

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3 comentarios

  1. Juan Francisco Pascual de la Llana dice:

    Excelente artículo. Da para reflexionar mucho. Gracias por compartirlo.

  2. Nicole dice:

    Es lo más puro que mi corazón haya leído. 💖

  3. Pri dice:

    Bellísimo.
    Me recuerda al libro «Amor.y responsabilidad » de San Juan Pablo II.

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