La belleza del País de las Hadas (I): «Todo hombre tiene el deseo natural de Fantasía»

Nuestra intención es que este artículo sea el primero de una serie en la que intentaremos dilucidar algo acerca de lo que es la fantasía y sus funciones (según J. R. R. Tolkien), basándonos, principalmente, en las aportaciones de J. R. R. Tolkien en su ensayo Sobre los cuentos de hadas. En este primer artículo, elaboraremos solo una pequeña introducción a la cuestión; en los siguientes procuraremos desarrollar los conceptos de sub-creación, renovación, evasión y consuelo, los cuatro elementos más definitorios de la Fantasía (teniendo en cuenta sus tres caras: la Mística, que mira hacia lo Sobrenatural; la Mágica, hacia la Naturaleza, y el Espejo de desdén y piedad, que mira hacia el Hombre [1]), y compararemos la teoría de Tolkien con otros conceptos acerca de lo fantástico (especialmente el del realismo mágico).

La Fantasía es una actividad connatural al hombre. Creemos que es importante recalcar esta afirmación de Sobre los cuentos de Hadas especialmente en una sociedad tan racionalista como la nuestra. Vivimos -ya desde hace algunos siglos- en una sociedad que transforma lo que el profesor llama el “encantamiento” en un truco de magia. Todo misterio tiene al final una explicación lógica, todo se reduce a unas pocas leyes matemáticas. Tolkien se opone vehementemente a esta visión de la realidad, como hacen todos los artistas, porque el arte, como la filosofía, no tiene cabida en un mundo racionalista. Pero para muchos artistas, la respuesta al racionalismo ha sido el irracionalismo. Tolkien, en cambio, no opone el arte a la razón, sino que aclara en todo momento que se complementan: no hay belleza sin verdad ni verdad sin belleza. El arte no implica la negación de la razón, sino la constatación de que esta es insuficiente, porque la realidad es inagotable. Nos gustaría aclarar que cuando hablamos de “racionalismo” no nos referimos a la racionalidad sino al racionalismo cartesiano y a las pretensiones de la ilustración y el cientificismo, que derivan en en la consideración de la acción por encima de la contemplación, porque no hay nada que sea superior al hombre mismo: la realidad no tiene un aspecto sobrenatural ni un aspecto inabarcable -por eso, la ley tiene más peso en un mundo fantástico bien construido que en un mundo “racionalista”: la ley es algo que obliga al hombre y, por tanto, de alguna manera lo trasciende. Consideramos que este aspecto se ha interpretado mal en el surrealismo y en el realismo mágico, como veremos en artículos posteriores.

La belleza no se reduce, como pretenden algunos, a una proporción matemática. La proporción matemática es una de las causas por las que algo nos resulta bello, pero no es la razón esencial de la belleza. De la misma manera, la realidad no se reduce a cada una de las personas que la contempla. Si la realidad se redujera a nosotros, entonces la acción tendría la primacía sobre la contemplación. Lo único que podríamos hacer con la realidad sería manipularla, como pretende la Magia (que es, según Tolkien, manipulación del Mundo Primario). Sin embargo, para Tolkien, la realidad es algo que trasciende infinitamente al hombre de la misma manera que el hombre trasciende infinitamente la realidad. Por eso, por decirlo así, el hombre tiene un deseo natural de fantasía. Esto lo vieron también los partidarios del realismo mágico, que alegan que es necesario encontrar un resquicio de fantasía en la realidad cotidiana. Algo similar sugiere Milan Kundera en La insoportable levedad del ser:

No es posible echarle en cara a la novela que esté fascinada por los secretos encuentros de las casualidades […], pero es posible echarle en cara al hombre el estar ciego en su vida cotidiana con respecto a tales casualidades y dejar así que su vida pierda la dimensión de la belleza [2].

Ahora bien, ¿a qué se refiere Tolkien cuando habla de Fantasía? No podemos reducirla a la narración de sucesos fuera de lo común o historias acerca de personajes que no existen en el “Mundo Primario”. Estos son elementos formales propios de los cuentos de hadas. Pero, de hecho, aclara Tolkien, los cuentos de hadas no tratan de hadas, sino de hombres que visitan el País de las Hadas. La fantasía no consiste en el hecho fantástico mismo, sino en una manera fantástica de ver la realidad. Sin la “consistencia interna de la realidad” no hay fantasía. Los sucesos maravillosos son insustanciales si no nos dicen algo acerca de la realidad cotidiana. Hay, desde luego, unas formas más apropiadas que otras para transmitir un contenido fantástico, pero para Tolkien la fantasía se halla más en el contenido que en la forma:

Puede que Oberon, Mab y Pigwiggen sean hadas o elfos diminutos, de la misma forma que Arturo, Ginebra y Lanzarote no lo son; pero el relato de buenos y malos de la corte de Arturo es más «cuento de hadas» que esta historia de Oberon [3].

¿Qué es, pues, la fantasía? Para poder decir algo de ella necesitaríamos, en primer lugar, decir algo de la literatura. A grandes rasgos, podríamos decir que la literatura es la comunicación a través de la palabra de la belleza del universo por parte de un ser personal. O, dicho de otra manera, es la expresión de la propia interpretación de la realidad, de lo que el artista ha captado de asombroso en ella (aquí tomamos “interpretación” en el sentido de “belleza contemplada por un ser personal”). La literatura implica, por tanto, una cierta elevación de la realidad material a nuestro plano espiritual: no es mera recepción pasiva de la realidad, sino una actividad eminentemente personal, una interpretación: no es simplemente la expresión de la presencia de un rayo, es la sub-creación del dios Thor a partir de la fuerza del rayo.

Únicamente una mano, la mano de una persona, la mano de un hombre, puede investir a esos elementos naturales de un significado y una gloria personales. Sólo de una persona se deriva personalidad. Acaso los dioses deriven su color y su hermosura de los excelsos esplendores de la naturaleza, pero fue el Hombre quien se los procuró, él los extrajo del sol y la luna y la nube; de él derivan ellos directamente su personalidad; a través de él reciben ellos desde el mundo invisible, desde lo Sobrenatural, el hálito o la sombra de divinidad que los envuelve [4].

Añade Tolkien:

Fantasía cuenta con muchas más cosas que elfos y hadas, con más incluso que enanos, brujas, gnomos, gigantes o dragones: cuenta con mares, con el sol, la luna y el cielo; con la tierra y todo cuanto ella contiene: árboles y pájaros, agua y piedra, vino y pan, y nosotros mismos, los hombres mortales, cuando quedamos hechizados [5].

Este pasaje tiene mucha importancia. Entramos en Fantasía en el momento en que “quedamos hechizados”. Y quedamos hechizados cuando alguien nos muestra una belleza nueva o mayor de la que nosotros mismos habíamos logrado ver en la realidad. El primer efecto del Encantamiento es el darnos cuenta de que la misma realidad en que vivimos no es, como creíamos, nuestra, sino que nos trasciende. Esto se descubre a partir de la interpretación de una misma realidad por parte de otra persona, que nos permite, no solo ver las cosas desde otra perspectiva, sino sobre todo descubrir que todo aquello que creíamos poseer era peligroso y fuerte, y que no estaba en realidad verdaderamente encadenado, sino libre e indómito; sólo vuestro en cuanto que era vosotros mismos. Esto es lo que Tolkien llama “renovación”, el primer elemento propio de los cuentos de hadas. La Fantasía es una manera renovadora de ver la realidad. “Comprender es formar y aproximar al espectador al punto de vista del artista” [6], dice Kandinsky.

Y -continúa Tolkien- es una realidad que los cuentos de hadas (los mejores) tratan amplia o primordialmente de las cosas sencillas o fundamentales que no ha tocado la Fantasía; pero estas cosas sencillas reciben del entorno una luz particular [7].

El relato escrito por una persona para otra persona nos manifiesta su propia manera de ver la realidad, “cosas sencillas o fundamentales que no ha tocado la Fantasía”. Pero esta propia interpretación es algo absolutamente nuevo, personal y propio; por tanto, saca al receptor del cuento de su “terreno conocido” y lo eleva a la realidad tal como es vista por el narrador.

Así, el poder esencial de Fantasía es hacer inmediatamente efectivas a voluntad las visiones «fantásticas». No todas son hermosas, ni incluso ejemplares; no al menos las fantasías del Hombre caído [8].

Cada interpretación es única, de la misma manera que cada persona es única. Sin embargo, ninguna interpretación llevada a cabo por un hombre -finito- es omniabarcante, y no todas las interpretaciones son hermosas, y hay algunas más profundas y más abarcadoras de la realidad que otras. Y de la misma manera, hay mejores y peores maneras de comunicar esa interpretación. Según Tolkien, la Fantasía (en su sentido completo) es, cuando se consigue, la manera más eficaz de comunicar la belleza contemplada. Y, por eso, Tolkien la considera la forma más alta de literatura. El hombre tiene un deseo natural de fantasía porque tiene un deseo natural de que la realidad sea algo más de lo que él mismo ha sabido ver en ella.

Notas

[1] J. R. R. Tolkien, Sobre los cuentos de Hadas, en Árbol y Hoja, p. 19.

[2] M. Kundera, La insoportable levedad del Ser, p. 25.

[3] J. R. R. Tolkien, Sobre los cuentos de Hadas, en Árbol y Hoja, p. 10.

[4] Ibid., p. 18.

[5] Ibid., p. 11.

[6] W. Kandinsky, De lo espiritual en el arte, p. 12.

[7] J. R. R. Tolkien, Sobre los cuentos de Hadas, en Árbol y Hoja, p. 36.

[8] Ibid, p. 17.

Bibliografía

Kandinsky, W. De lo espiritual en el arte. Premia editora. 1989.

Kundera, M. La insoportable levedad del Ser. Tusquets Editores. 2002.

Tolkien, J. R. R. Sobre los cuentos de Hadas. En: Árbol y Hoja. Minotauro. 1988.

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