por Santiago Belmonte
La Ilíada, como tantas narraciones épicas, presenta una gran variedad de personajes heroicos, aunque sea para luego dirigir el foco principal a los más significativos. Uno de los recursos con los que el poeta da protagonismo a un determinado personaje es la aristía; es decir, dentro de una narración o poema mayores, el relato de las hazañas de un héroe que le hacen destacar y mostrarse como el mejor entre los suyos, ensalzando sus méritos. En los cantos V, XI y XVII encontramos las aristías de Diomedes, Agamenón y Menelao respectivamente. Son relatos de los éxitos que consiguen estos héroes y que, al transcurrir en un contexto directamente bélico, son militares. Pero en el canto VI asistimos a una aristía particular, ni siquiera considerada aristía por muchos: la aristía de Héctor. En este canto, los troyanos están sufriendo las devastadoras consecuencias de la aristía de Diomedes, y Héctor es increpado por su hermano Heleno a ir a la ciudad y avisar a las mujeres de que ofrezcan sacrificios a Atenea para que les proteja de Diomedes. Una vez en la ciudad, Héctor es abordado por las troyanas que, ansiosas, desean información acerca de sus parientes que están en la batalla; luego se suceden tres encuentros clave. En el primero, con Hécuba, su madre, el héroe rechaza la propuesta que ella le hace de ofrecer una libación a Zeus que, dado que no se ha purificado tras la batalla y no quiere que el vino relaje su coraje, sería profana. Luego, cuando va a buscar a Paris, al que Afrodita ha sacado de la batalla, Helena le ofrece cambiar su lugar con Paris y descansar un tiempo. Héctor rechaza el descanso hasta que haya acabado la batalla, y se apresura a ir a ver a su mujer Andrómaca y a su hijo. Estos están contemplando la batalla desde las Puertas Esceas. Al ver a su marido, Andrómaca le ruega que se apiade de ella y su hijo y sobreviva. Héctor responde que, a pesar de que tenga que sobrevenir el final de Troya y no haya esperanza para su familia, su deber es seguir luchando, por su honor y su valentía, y por la ciudad, aunque esté condenada. Entonces sale de la ciudad junto a Paris, e irrumpen en el campo de batalla, infundiendo ánimo en los corazones de los troyanos.
A diferencia de otras aristías, como la de Diomedes, exaltaciones de un poderío excepcional, este relato se centra en la virtud de Héctor, en ensalzar los méritos personales de dicho héroe, como un paso previo a la victoria militar. Los logros de Héctor son más humanos que bélicos; no consisten en un gran número de muertes o logros militares, aunque en ellos se manifiesta y se concreta su deber, sino que estas hazañas son en cierto sentido fruto de su rectitud moral y una rigurosa observancia de su deber heroico. Su heroísmo no está en los logros en sí, que son más bien la consecuencia de su nobleza y justicia, sino en la voluntad de alcanzarlos a través del ejercicio de la virtud aprendida, aun cuando tal tarea parezca no tener sentido. Más allá de toda esperanza o augurio, el héroe debe seguir luchando («el mejor augurio y el único es luchar en defensa de la patria», Ilíada, Canto XII, v. 243.). Héctor presiente que no va a salvar nada; pero aun así persevera en un combate sin aparente sentido: «he aprendido a ser valiente en todo momento y a luchar entre los primeros troyanos» (Ilíada, VI, vv. 444-445).. No es un coraje natural, pues en esas circunstancias lo natural sería desesperar o dejar de luchar. Héctor, sin embargo, da un paso adelante más allá de la fuerza primitiva de la Ilíada según la describe Simone Weil (La Ilíada o el poema de la fuerza: esa fuerza que mata, una fuerza bárbara y deshumanizadora.), y ennoblece su rol heroico con una nueva dimensión en la lucha (2023). En El Señor de los Anillos hay numerosos héroes, puesto que hay numerosas razas y cada una tiene sus representantes, sea en la Comunidad del Anillo o fuera de ella. Dos de estos héroes se corresponden especialmente con el heroísmo que vemos en Héctor: Aragorn y Sam. Se ha discutido mucho acerca de si el verdadero héroe es Frodo o Sam pero, aunque no cabe duda de que el primero también es un personaje heroico, en este aspecto Sam lo es más. Pero Sam no está creado para ser un héroe épico, sino que es el vínculo entre el lector y lo grandioso. Es decir, Sam es el héroe principal, pero Tolkien mismo asume que Sam está al nivel del lector, mientras que la historia de Aragorn y Arwen Undómiel es el eco de la historia épica de Beren el Manco y Lúthien Tinúviel que se narra en el Silmarillion. Sam, por su parte, es el personaje que une a la alta mitología épica y el humilde lector. Aragorn es sin duda el héroe épico de El Señor de los Anillos, aunque héroes como Sam o Frodo sean más principales.
Con respecto a la más alta de las historias de amor, la de Aragorn y Arwen, hija de Elrond, sólo se alude a ella como a algo conocido. Se la cuenta en otro sitio en un cuento corto, De Aragorn y Arwen Undómiel. Creo que el simple amor «rústico» de Sam y su Rosie (no elaborado en sitio alguno) es absolutamente esencial para el estudio de este personaje (el del héroe principal), y para el tema de la relación entre la vida ordinaria (respirar, comer, trabajar, engendrar), las misiones, el sacrificio, las causas y el «anhelo de los Elfos» y la mera belleza (Tolkien, 1993, carta nº131).
La tentación está presente tanto en El Señor de los Anillos (en la clara representación del Anillo) como en la Ilíada y en la aristía de Héctor, y en ambas obras es una misma cosa: rendirse a la desesperación, dejar de luchar e ir por lo fácil. Muchos personajes la vencen a lo largo de la historia. Tanto en la Ilíada como en El Señor de los Anillos la lucha debe seguir más allá de la tentación de cobardía y desesperanza. En ambas obras, aunque realmente no quede esperanza, la victoria del héroe sobre la tentación o su aristía (en el caso de Héctor) tienen un efecto en su entorno que lo hace participar del triunfo del héroe. Al inicio del canto VII, Héctor y Paris irrumpen en el campo de batalla. Este momento podría considerarse el final de la aristía de Héctor, aunque después sobrevengan más logros militares:
Tras hablar así, el preclaro Héctor salió por la puerta
y junto con él marchó su hermano Alejandro. En su ánimo
ambos ardían en deseos de combatir y luchar.
Como la divinidad da a los marinos el ansiado
viento próspero, cuando están cansados de batir el ponto
con los bien pulidos remos y sus miembros están lasos de fatiga,
con la misma ansia fue acogida su aparición entre los troyanos.
(Ilíada, Homero, Canto VII, vv. 1-7)
Hay un paralelismo interesante entre esta escena y el final de la batalla del Abismo de Helm. En este momento, un ejército orco ataca al pueblo de Rohan con el propósito de destruirlo completamente. Los últimos supervivientes de la batalla están sitiados mientras las mujeres y los niños huyen desesperadamente por las montañas. Entonces, Théoden y Aragorn irrumpen entre los orcos cabalgando aun a sabiendas de que ese sea probablemente su final. La película de Peter Jackson Las dos torres ilustra muy bien la épica del momento. Llegado este punto es necesario introducir el concepto de eucatástrofe: este es un término acuñado por Tolkien (2022) que designa a una peripecia positiva, un giro positivo inesperado de los acontecimientos, que se produce cuando toda esperanza parece perdida. Este momento ejemplifica un aspecto previo a la eucatástrofe, presente en la Ilíada y en toda la épica: la decisión heroica. Pero El Señor de los Anillos es, en palabras del mismo Tolkien, «una obra fundamentalmente religiosa y católica» (Tolkien, 1993, carta nº142). Una consecuencia de esto es la verdadera eucatástrofe, una intervención sobrenatural que responde al sacrificio del héroe. Gandalf es un personaje que resulta por su importancia narrativa la ayuda personificada y, por ser de raza angélica, susceptible de ser interpretado como símbolo de gracia o ayuda sobrenatural. Tras haber vencido a la tentación y haber salido a luchar en un acto de heroísmo que infunde coraje a todo su ejército, Théoden y Aragorn ven como Gandalf llega con refuerzos y el bosque de Fangorn avanza hacia Helm (la naturaleza es una fuerza del bien: la creación como instrumento divino). Otro ejemplo claro de eucatástrofe es la llegada de las águilas en la batalla de la Puerta Negra. Este es el punto en el que se ven más claros los dos pasos de la eucatástrofe. En este punto, los ejércitos del Bien atraen la atención de Sauron para darle a Frodo la oportunidad de destruir el Anillo. Pero el Enemigo hace creer a Gandalf y Aragorn que Frodo está prisionero y que solo pueden rendirse. La desesperación está presente durante todo el capítulo, especialmente en el personaje de Aragorn: su amada, Arwen, ha partido al Oeste con los de su raza (o eso cree) y él ha llegado a Gondor para reclamar su reino y se ha encontrado con que antes de que pueda ser coronado va a llegar su fin. Entonces el emisario de Sauron propone condiciones maléficas a cambio de evitar la batalla. Sin embargo, Gandalf, contra todo pronóstico, rechaza las condiciones y el ejército se dispone a luchar. Gracias a haber vencido la tentación, se produce la gran eucatástrofe, la auténtica, la llegada de las águilas, y la destrucción inesperada del Anillo. En la aristía de Héctor encontramos también este aspecto heroico del ejercicio de diversas virtudes (templanza, coraje, etc.) para rechazar la tentación de la desesperanza, pero no precede a una victoria final, o al menos no asistimos a ella en la Ilíada. En El Señor de los Anillos, la eucatástrofe definitiva se presenta como una realización de esa esperanza tan heroicamente conservada, de modo que las acciones del héroe no solo son exaltadas sino que revelan tener un sentido.
BIBLIOGRAFÍA
- Homero. (2019). Ilíada. Gredos.
- Tolkien, J.R.R. (1993). Cartas (H. Carpenter, Ed). Minotauro.
- Tolkien, J.R.R. (2003). El señor de los anillos. Minotauro.
- Tolkien, J.R.R. (2016). El Silmarillion. Minotauro.
- Tolkien, J. R. R. (2022). Sobre los cuentos de hadas. En J. R. R. Tolkien, Cuentos desde el reino peligroso (pp. 273-329). Minotauro.
- Weil, S. (2023). La Ilíada o el poema de la fuerza. Trotta.