Es conocida la obra de nuestro querido Lewis acerca del amor y sus cuatro formas (afecto, philía, eros y caridad) que ya los griegos distinguían y, que a nosotros hispanohablantes, tanto puede enseñarnos.
Pero antes de comenzar, queremos decirles a los que no hayan leído esta obra que no se preocupen. Podrán entender este pequeño y humilde ensayo, ya que no es nuestra intención analizarla ni explicarla. Más bien lo que queremos es proponer una forma de amor que se desprende del tratamiento que Lewis hace de la philía, o amor de amistad.
Pensar en este quinto amor, que es el amor de padre e hijo, surgió como fruto de una serie de clases dadas acerca de la noción de amor y sus implicancias en uno de los colegios en que trabajo. Junto a mis alumnos pude comprender que la noción de amistad, “el amor más libre” según Lewis, es más amplia que la que manejamos cotidianamente.
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Para entender cómo es este amor debemos empezar considerando al amor en sí mismo. Sin volvernos muy técnicos, podríamos decir que en sentido genérico, como ya lo consideraban los clásicos, el amor es la inclinación natural como respuesta a un valor que me atrae. Es decir, aquello que de alguna forma me llama para acercarme libremente.
Sin embargo, siendo más concisos podríamos definir más esencialmente al amor como buscar el bien del otro. Es decir, no es a mí mismo a quien priorizo, sino más bien al otro. Allí está la primacía.
Una objeción sumamente válida podría ser la siguiente: “Pero en ese planteo del amor ¿puede haber amor a uno mismo?”. Y nuestra respuesta, aunque no la profundizaremos aquí, es que sí. Porque en el amor a uno mismo debe darse aquello propio del amor que es la unión, pero de una forma especial, a saber, como unidad.
Volvamos a nuestro tema central. Logramos definir el amor. Ahora intentemos entender esta relación de padre e hijo. Si pensamos profundamente, esta es la relación esencial que todo ser humano posee por el mismo hecho de existir. ¿Qué queremos decir? Uno puede ser hermano, tío, sobrino, amigo, empleado, consejero, etcétera. Estas son relaciones contingentes, pueden tanto estar como no. Pero la condición de hijo es “universal”, podríamos decir. Nadie no es hijo. Todos estamos en este mundo como hijos de alguien. Si lo piensan toda relación está fundamentada en que, en primer lugar, somos hijos.
Es interesante pensar cuán fundamental es esta condición de toda persona y cuán importante es que esta relación sea vivida sanamente. La psicología tiene mucho que enseñar al respecto.
También se desprenden grandes consecuencias respecto de entender como esencial nuestra condición de hijos. Por un lado, vemos que esta puede querer olvidarse, despreciarse, desentenderse, pero nunca eliminarse: estén donde estén, nuestros padres serán siempre nuestros padres, y nos hallemos donde nos hallemos, nosotros siempre seremos sus hijos. Por otra parte, no es una relación que hayamos elegido, por lo tanto, nuestra libertad no radica tanto en haberlos elegido, sino en aceptarlos.
Si se nos permite un pequeño excursus teológico podemos mencionar las enormes implicancias que tiene el hecho de que el mismo Cristo revele a Dios como Padre. Si la condición esencial de toda persona es que en primer lugar es hija de, entonces podemos hacer una analogía y entender que todo lo que existe es, de un modo diverso pero parecido, hijo de Dios, no con un carácter personal propio solo de algunos seres de la creación, pero sí en el sentido de que si existen es por una elección divina libre.
Con todo lo dicho, podemos ver por qué el amor de padre e hijo cuadra perfectamente como una forma de philía según lo que Lewis entendía en su libro Los cuatro amores. En él, el oriundo de Irlanda nos deja líneas como esta: “La típica expresión para iniciar una amistad puede ser algo así: «¿Cómo, tú también? Yo pensaba ser el único».” (Lewis, 2021) ¿Y no es acaso el comienzo de una profunda amistad este tomar conciencia por parte del hijo y aceptar con libertad lo que de su padre ha heredado en el terreno de la virtud?
También Lewis nos dejó una legendaria sentencia, que si la analizamos nos deja ver cómo nuestro planteo tiene total vigencia. La misma dice: “De ahí que describamos a los enamorados mirándose cara a cara, y en cambio a los amigos, uno al lado del otro, mirando hacia delante.” (Lewis, 2021) ¿No son acaso un padre y un hijo como dos compañeros de viaje caminando uno al lado del otro?
Como les dije al principio de este ensayo, mucho he aprendido gracias a mis alumnos al enseñarles estos temas. Tanto es así que las observaciones de dos de ellos nos pueden ayudar a comprender mejor este tipo de amor. ¿Qué pasaría si en vez de pensar en la imagen lewisiana de dos amigos caminando uno al lado del otro en la misma dirección pensáramos en dos amigos caminando uno delante del otro? ¡Dos alumnas de mis cursos me propusieron esta imagen que tiene perfecto sentido! Un padre es quien guía desde adelante a su hijo que camina, detrás suyo, siguiendo confiadamente sus pasos. Pero también podemos invertir la imagen y pensar que un padre es quién camina detrás de su hijo, cuidando sigilosamente cada una de sus pisadas, atento a cualquier adversidad que se le presente.
Y es con esta última imagen que quisiéramos explicar, lo que creemos, es la vocación de todo padre. Su principal tarea, en que está fundamentado todo su amor para con su hijo, es el estar. ¿En qué sentido? En el sentido clásico de la palabra estar, stare en latín, que significa encontrarse firme, resistir, perseverar. Nos referimos, en una simple y profunda palabra, a la vocación de la incondicionalidad. No hay condiciones en el amor. Y qué gran ejemplo el amor de un padre hacia su hijo para entender esto. Pensemos en la Santísima Madre. Conocerán tal vez (y si no, los invitamos a escuchar) la oración tradicional Stabat Mater. Estaba la Madre junto a la cruz, soportando dolores inimaginables junto a su Hijo. Esa es la incondicionalidad a la que nos referimos. Sin límites. Sin condiciones. Sin reservas.
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En la imagen de los amigos que Lewis nos regaló, hay una posibilidad de comprensión de este amor entre un padre y un hijo. Tal vez él no la tuvo en cuenta, pero creemos que este gran apologeta cristiano hubiera estado de acuerdo con nosotros.
Atentamente,
el Sapiente Trovador
Bibliografía
Lewis, C. S. (2021). Clásicos selectos de C. S. Lewis. Nashville: Grupo Nelson.