El consagrado escritor inglés nos dejó un riquísimo legado con su obra “El Señor de los Anillos”, no solo desde un punto de vista literario, con la creación de un mundo fascinante, muy complejo y completo a la vez. En él ha plasmado, intrínsecamente, todo su pensamiento filosófico y moral, del cual se pueden sacar abundantes enseñanzas y sabias reflexiones. Todo esto coherente al sentido que le da al concepto del Mito, distinto al de la Alegoría, que fue la herramienta usada por otros escritores, principalmente por el también reconocido C.S. Lewis, amigo íntimo del Creador de la Tierra Media.
¿Cuál podríamos decir que es uno de los principales mensajes que deja Tolkien en sus escritos sobre la Tierra Media? Entre las respuestas, aunque no lo dijéramos en el título, estaría la exaltación que hace Tolkien de la sencillez, y de lo que es capaz de hacer esta junta con la magnanimidad.
Pero a través de los Hobbits, he de ejemplificar con el máximo de claridad un tema recurrente: el lugar que ocupan en la «política mundial» los actos imprevistos e imprevisibles de la voluntad y las virtuosas hazañas de los aparentemente pequeños, insignificantes, olvidados en el lugar de los Sabios y Grandes (tanto buenos como malvados). Una moraleja de la totalidad es la evidente de que sin lo elevado y lo noble, lo simple y lo vulgar son por completo mezquinos; y sin lo simple y lo corriente, lo noble y lo heroico carecen por completo de significado. (Carta 131)
Es aquí que podemos proponer algunos personajes de la famosa trilogía como modelos arquetípicos que cumplen con estas virtudes.
…sin lo elevado y lo noble, lo simple y lo vulgar son por completo mezquinos…
Hablaremos precisamente de Frodo, a quien el mismo Tolkien va a definir como un hobbit que “tiene que ser magnánimo y que ya tiene una vocación, que naturalmente, quedará demasiado ennoblecido y ratificado con la culminación de la gran Misión, y pasará al Oeste con todas las grandes figuras” (Carta 93).
Recordemos cómo comienza su tarea de destruir el anillo. Es en medio de la confusión que hay en el Concilio de Elrond, cuando no había respuestas a la interrogante de quién sería el más apto para ser el portador, cuando él se ofrece libremente como voluntario. Es precisamente este viaje lo llevaría a superar toda clase de límites, provocando que nada para él fuera como antes, tomando la decisión de partir en el barco que salía de los Puertos Grises.
A pesar de estar en varios momentos a punto de sucumbir o de morir, pudo cumplir su Misión. Más allá del fracaso que tuvo a último momento, Tolkien habla del elemento providencial que le dio a Frodo la mano que necesitaba para que el anillo fuera destruido. Es curioso pensar que toda la historia de la Tierra Media definiera su destino final en los actos de un hobbit, generalmente concentrado en las comidas, la alegría y las canciones, como diría Thorin Escudo de Roble. Y que este tuviera un buen desenlace.
“El Señor de los Anillos” es el final de una larga concatenación de hechos legendarios y heroicos, la punta del Iceberg de la lucha entre grandes señores de ese mundo contra el mal. Todo hubiera sido en vano si Sauron hubiera recuperado el anillo único. Pero gracias a los más pequeños, no fue así.
Para el autor de esta obra ilustre, nada es casualidad. Debían ser los más desinteresados en la “política mundial” los que la definieran, los más simples y sencillos los que llevaran a cabo los más grandes actos para salvar a la Tierra Media.
Sin importar si se es el menos pensado de todos para cumplir con una difícil tarea, tanto cuanto se tenga la voluntad firme y un corazón magnánimo, se puede llegar lejos. No es un camino de rosas obviamente, sino uno arduo y laborioso, pero sí es un sendero en el que se puede seguir y llegar hasta el final.
…sin lo simple y lo corriente, lo noble y lo heroico carecen por completo de significado…
Volvamos ahora a reflexionar sobre la frase mencionada al principio de este artículo. Sobre cuáles virtudes deben estar en el héroe de la historia para no desviarse de su destino. Ya vimos cómo Frodo, siendo un hobbit, una de las razas de la Tierra Media que era vista como desinteresada y que ignoraba quienes manejaban los hilos de su mundo, mostró un corazón grande y recto para llevar a cabo la misión más terrible de todas.
Vamos ahora a reflexionar por la segunda parte de esa frase, que enseña que sin la sencillez, la nobleza y la heroicidad no tienen sentido alguno.
Imposible no recordar en este momento la figura del gran Aragorn, hijo de Arathorn, el legítimo heredero del trono de Gondor, en quienes estaban puestas todas las miradas desde el momento en el que apareció. Es impresionante ver cómo el más importante de los hombres de su tiempo, el descendiente de Isildur, mostraba una simpleza admirable.
Estando a días del momento más esperado tanto por él como por todos, en el que iba a volver a ver un Rey en Gondor, la jornada de su coronación, es conmovedor ver cómo no se olvidó de los más pequeños de sus amigos, de los hobbits, pidiéndoles que estén presentes para ese instante tan especial:
—Todo esto tendrá que terminar alguna vez —dijo—, pero me gustaría que os quedarais un tiempo más; la culminación de todo cuanto hemos hecho juntos no ha llegado aún. El día que he esperado durante todos los años de mi madurez se aproxima, y cuando llegue quiero tener a todos mis amigos junto a mí. (Tolkien, 2012, p.337)
Esto hace a la grandeza de Aragorn. No olvidó a los suyos, con quienes compartió terribles peligros y con los que forjó verdaderas amistades, en el día más importante de su vida.
Grabemos en nuestros corazones las figuras de Frodo y de Aragorn, y pensemos en cómo las virtudes de la sencillez y la magnanimidad se deben complementar entre sí para que no se transformen en un vicio. En cómo el pequeño debe soñar con la grandeza de vida para no caer en la mediocridad, y cómo el que vive con aires de nobleza no debe perder la sencillez para no precipitarse en una vida sin sentido.
Bibliografía
– Tolkien, «El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey», 1° edición, Buenos Aires, 2012
– Carpenter, H. (comp.) Cartas de J.R.R. Tolkien, Barcelona, Minotauro, 1993