Por Juglar Prieto
¨Lo que es como apoyo, y valga lo que valga, es mucho más útil que la esfera
(Chesterton, 1962, p. 190).
Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) es uno de los mayores representantes de la literatura inglesa. Su vida fue un constante vaivén en el cual iba y venía de la fe a la incredulidad. Pasó del anglicanismo al agnosticismo, luego nuevamente al anglicanismo hasta que finalmente se afirmó en el catolicismo. No se vea esto como una manifestación de inseguridad o de espíritu enclenque. Más bien, opino yo, que las dudas son propias del carácter del hombre inteligente. Más que afirmar sin dudar, lo natural del sabio es saber cuestionar (humildemente) ¡Y vaya que era sabio el señor!
Pues bien, Chesterton creció y vivió, podría decirse, en la época del cuestionamiento. En los tiempos de la crítica. Rondaba el año 1909. Un espíritu de inquietud y expectación merodeaba entre los habitantes del nuevo siglo. Un caldo de ideas y doctrinas habían emergido poco a poco en el siglo XIX y habían empezado a tomar fuerza, incluso a partir de 1850. Karl Marx, Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud habían sido el impacto secular que reafirmaría aquellos sentimientos de recelo, de sedición y de objeción hacia aquellos principios que imperaban. Los ideales de la Edad Moderna (es decir, aquellos que se forjaron entre el año 1492 y 1789 aproximadamente) habían sido puestos en duda: Progreso, ciencia, capitalismo, ilustración, entre otros, fueron sometidos a una severa crítica que se difundiría por las sociedades y pueblos de Europa y Asia.
Si lo vemos de ese modo, podríamos llegar a pensar que la obra de Chesterton llegó tarde. El autor, manifiesto crítico del ideal del progreso, no ha sido ajeno a esa disputa contra la Modernidad. No obstante, no se nos hace una novedad cuando pensamos que esa discordia había comenzado hace más o menos sesenta años.
¿Eso le quita mérito? En absoluto.
“…el mundo de la ciencia y de la evolución es mucho más engañoso, innominado, y de ensueño que el mundo de la poesía o la religión” (Chesterton, 1962, p. 181). Esa frase dejaba más que claro el carácter que presentaría aquella obra suya publicada en 1909: La Esfera y la Cruz. Novela para todos y para nadie, sus reflexiones y alegorías teológicas -aquellas tan peculiares en el estilo chestertoniano- la hacen un texto dedicado para esos intrépidos ávidos de descifrar sus símbolos. No voy a explayarme en toda la obra, pues requeriría un artículo más extenso. Por ahora, me centraré en el capítulo introductorio del libro, de gran riqueza y profundidad, y creo yo, uno de los mejores inicios dentro de las novelas literarias. Lo relatado en esta primera parte no forma parte de la historia principal de la obra. El título reza: ¨Discusión un poco en el aire¨.
Empieza el capítulo. Una especie de nave voladora surca el cielo, llevando a dos curiosos tripulantes: un científico, el profesor Lucifer, creador del vehículo; y un monje llamado Miguel. Ambos personajes, diametralmente opuestos, se hallan sumidos en una ardida discusión. “No me propongo, mi buen Miguel – dijo el profesor Lucifer–, ver de convertirte por medio de argumentos. La imbecilidad de vuestras tradiciones puede demostrarse, a fondo, a cualquiera que posea el más somero conocimiento del mundo” (Chesterton, 1962, p. 182). Con esta primera frase, se hace patente la personalidad del profesor. Por otro lado, la primera frase de Miguel poco tiene que ver con el dejo soberbio de Lucifer: “Con perdón de usted…”. Esa expresión de tan solo cuatro palabras nos da a comprender el rasgo primario del monje, pues denota respeto y humildad. Ambos van debatiendo, cuando dos objetos desvían su atención: una esfera gigante, y encima de ella levantada una Cruz. Al observar más detenidamente, los personajes reconocen que se hallan frente a la cúpula de la catedral de San Pablo. He aquí la esfera y la cruz.
Instantáneamente, se renueva la disputa en base a esos dos elementos. La esfera, símbolo de la ciencia. La cruz, símbolo de la religión y la tradición. A lo largo de la Edad Moderna (y hasta el día de hoy se mantiene el mismo juicio) se ha considerado a estas dos posturas como totalmente incompatibles. En cierto sentido lo son, o más aún, lo empezaron a ser a partir del siglo XVI. En ese tiempo, los numerosos cambios conllevaron a la desvalorización de las ideas teológicas y la sobrevaloración de la idea del hombre. El ser humano, dotado de asombrosas facultades como la razón o el conocimiento, era capaz de alcanzar sus metas, de perfeccionar su naturaleza, de construir un mundo ideal, prescindiendo de aquellos principios que la tradición cristiana había transmitido desde sus inicios. La exaltación del hombre, sumada a una desenfrenada obsesión por el método científico y el progreso, tomó el lugar que anteriormente era ocupado por Dios. Así podemos dar por evidencia el error que cometieron aquellos que realizaron la crítica de estas ideas, como Marx, Nietzsche, Freud, que incluyeron en sus críticas al pensamiento cristiano.
No pretendo cuestionar las críticas en sí de estos hombres. No obstante, sus soluciones merecen ser vistas con recelo. Pues, aunque hayan puesto en duda el ideal de “progreso” de la ciencia y los saberes, el ideal se mantuvo intacto, solamente se cambiaron los puntos de referencia. El paraíso comunista en Marx, el superhombre en Nietzsche, la exaltación del sexo en Freud. El norte seguía fijado en la liberación del hombre a través de un proyecto hacia el futuro, algo para nada original. En Chesterton no se halla una propuesta en vista al porvenir, sino en vistas a un retorno al origen.
Por eso cuando decimos que cuando la crítica del autor no es innovadora, en cuanto que esa disputa contra el progreso ya era latente, podemos contrarrestarlo con el hecho de que su propuesta es, en pocas palabras, tan vieja y tan nueva a la vez. Y eso lo hace digno de todo mérito.
Volviendo al argumento del libro, les conté que Miguel y Lucifer debatían apoyándose en esas figuras como insignias de sus dogmas. Después de presentar sus argumentos, sazonados con el más brillante ingenio propio del Príncipe de las Paradojas, Lucifer en un ataque de cólera empuja al viejo monje de la nave, quedando éste colgando de uno de los brazos del crucifijo. Miguel pendiendo en el aire, y a gran altura, relata el autor que se encontraba en un sentimiento “bipartido”, entre un miedo irracional y una tranquila indiferencia ante la muerte. En ese estado desciende de la cúpula poco a poco hasta toparse con un curioso personaje: Viernes (referencia al personaje de otra de sus obras, El hombre que fue Jueves, de la cual me gustaría ahondar en la próxima ocasión). Viernes acompaña al monje a bajar de la catedral. Pero Miguel frena repentinamente, quedando deslumbrado y fascinado ante la vasta Creación que se extiende al frente suyo. El firmamento, los astros, el mundo en su completa armonía podía ser contemplado desde ahí. Se asoma entonces la propuesta filosófica de Chesterton frente a la catástrofe moderna: el asombro. Ante el cosmos germinado de la diestra divina, solo nos queda asombrarnos y gratificarnos de su orden y esplendor. Un amor al mundo que no implica, como dirá, ser mundanos. Contrario al cientificismo y al progresismo, que ante el afán de perfeccionar al hombre concluyen en la autodestrucción, el autor propone la humilde contemplación de aquél mundo y aquella existencia que no merecemos. Una existencia que no solo es asombrosa, sino milagrosa. Con solo observando y conociendo la realidad, el hombre puede acercarse a Dios. Una concepción que el cristianismo ya había expresado, y que revela una Verdad que predomina desde el inicio de los tiempos ¿Pretende Chesterton refundar la sociedad a través de un sistema medieval? No exactamente. Pero sí propone un renacimiento de los ideales y principios cristianos de esa época, más cercanos a esa Verdad y a ese origen del mundo, para que rijan al hombre del siglo XX. Así pues, no es un proyecto hacia la perfección o emancipación de la humanidad, sino un retorno hacia lo que había antes de que las máximas de la Edad Moderna se redactaran. Una postura más sencilla, más humilde, y que ofrece mayor tranquilidad al espíritu del hombre.
Pero la filosofía del asombro no concluye acá. Al notar su expresión, Viernes expresa: “No: las cosas bonitas no están aquí (…) las cosas bonitas están abajo” (Chesterton, 1962, p. 195). Incrédulo, Miguel desciende de la catedral hasta encontrarse en el pavimento de las calles de Londres. Ahí, rodeado de lo construido por el hombre, de aquella prolijidad y habilidad propias de las capacidades humanas, el monje no puede evitar sentirse maravillado. La invenciones y monumentos, las técnicas y las artes, el avance científico –no el moderno, sino aquél que se efectúa en vistas a un fin más elevado- todo fruto de las cualidades de nuestra naturaleza, que hacen al ser humano la más admirable de las criaturas de Dios. Si tan solo tuviesen un ideal más noble, una máxima más firme que el futuro o el progreso, si se ordenaran a los principios eternos y al valor de la sencillez, serían algo más bello y más admirable aún. Acá se refleja la influencia de Santo Tomás, en tanto que la fe y la razón van de la mano (queda evidenciado que la concepción de incompatibilidad entre ciencia y religión es inconsistente). Una mirada cristiana que presenta no una construcción que mire al porvenir, sino hacia el principio que es Dios. Algo que para Chesterton sería posible si se asumiese una actitud humilde ante nuestra imperfección y ante ese mundo que no merecemos.
Al final del capítulo, la gente interroga a Miguel, y considerándolo un loco, se lo encierra en un asilo. Con esto, Chesterton quiso tal vez dar expresar lo locas y fantasiosas que suenan estas esperanzas y estos proyectos. Pero no nos apenemos: Se dice que, teniendo presente a la fantasía, la maravilla, y el asombro, más claramente podremos enfrentar – ¡cuestionar (humildemente)! – a aquél Dragón que devasta ese mundo de fantasías… y de realidad.
El Juglar Prieto.
26 de agosto de 2020, Mendoza, Argentina.
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS:
- CHESTERTON, Gilbert Keith. G.K. Chesterton, Obras Completas, “La Esfera y la Cruz”. Colección Los Clásicos del Siglo XX. Segunda edición. Barcelona, Plaza & Janes S.A. Editores, 1962.
- FAZIO, Mariano. ACTAPHILOSOPHICA, vol. 11, Chesterton: La filosofía del asombro engrandecido., fasc. 1, páginas 121 a 142.
2 comentarios
Me encanta.
🙌🏾😁 ¡un placer!