por Guillermo Carabajal
Aquel que no fue en algún momento despojado de su propia savia, jamás será capaz de vencerse a sí mismo. Es imprescindible reconocer el origen de la tentación para cotejar el mal. Y todos somos conscientes de nuestras debilidades, de nuestros pecados. Thorin más que nadie sabía de la existencia de ese pecado, de la codicia. No solo que la presenció en carne propia, sino que supo cuál es el umbral de esta caída; sus ancestros fueron la clara muestra.
La lucha interna del Rey se notaría con el paso del tiempo. Aquello que le correspondía se sostenía o de una victoria salvífica, o de una eterna decadencia. Se trataba de una “enfermedad de la mente”, “y cuando hay enfermedad (pecado), le sigue la mala fortuna”; de esto era Thorin consciente. Pero no era la fortuna en principio lo que el heredero del trono buscaba, más bien era el anhelo –suyo y de sus cófrades- de recuperar lo que les fue arrebatado en épocas pasadas. Era un camino con un fin estipulado, pero para llegar a la cúspide de la montaña es necesario ser consecuentes de los traspiés que para nosotros mismos son necesarios.
Fue así como emprendió ese viaje dilatado, con fuerza de voluntad y acompañado de su temperamento, que en ciertas ocasiones ayuda al recorrido y en otras desvía su razonamiento. Pero, ¿quién no sufre o ha sufrido un tropiezo? Perfectos seríamos si no tuviésemos algún sufrimiento. La búsqueda o deseo de algún bien, no camina tranquila hasta el fin de su curso, porque la tentación es un fuerte que mucho no advierte y el que la impulsa no descansa hasta dejar esta causa inconclusa.
En ocasiones es indispensable el cortejo, consejo o alguna palabra que sirva de osadía para el continuar de nuestro derrotero; y buenos amigos y consejeros tenía el Rey en su sendero. “Desleal es aquel que desaparece cuando el camino oscurece”, y la lealtad de su gente era tan grande que hasta una montaña se empequeñece. No obstante, no todo era hacedero ni mucho menos se avanzaba con armonía, porque el bien descansa al cerrar los ojos, pero el mal deambula para despertarlo en un mar escandaloso.
De esta manera, y como en toda aventura, buscamos, diferimos o se nos impone lo bueno o malo como añadidura; las ofertas de la tentación –con ojos terrenales- son muchas veces buenas pero para el devenir perjudiciales. La valentía que en virtud de buscadores del bien nos escolta, en ocasiones es fuerte y no osa de protervas mañas, no obstante también somos imperfectos y el pecado a su vez nos daña.
Thorin era juicioso de su destino, pero inconsciente de sus actos cada vez más disipados por un deseo no constituido; el anhelo que en principio sostenía ya no era recuperar lo que alguna vez tenía. Y es así como todo cambió cuando vio la inmensidad y poder que de alguna manera heredó. Pero, ¿Quién es conocedor de la manera de escapar de la tentación de obtención de materia en enormidad? Si así de fácil fuese el camino, el mundo no sufriría y los habitantes compartirían una sola ventura.
Pero perdernos en la codicia es un factible destino, entra en el corazón de todo aquel que ansía el poder, y la obcecación fundada por el poder es tan perjudicial que hasta nos volvemos contra los nuestros y nosotros mismos. Y la luz de la razón se disipaba cada vez más en el interior del Rey. Tal fue el impacto sufrido por el mismo pecado, que hasta promesas que en su camino realizó para adelantar en pasos, olvidó faltando a su palabra, y de esta manera acudiendo a él las mismas reprochaban: “No queremos nada que no sea nuestro, solo lo que nos corresponde a partir de su promesa”, “¿no le dice nada su conciencia?”. Dolido Balin de Moria a un compañero de la compañía decía en referencia a la demencia en el Rey acaecida, “Esta enfermedad (codicia, poder) es un feroz y celoso amor. El poseerlo o anhelarlo todo lo empeora, nos lleva camino a la demencia.”
Fuera de la comodidad de Thorin había una lucha que ese poder al que accedió, alguna vez lo había provocado, y la ceguera de la posesión era tan fuerte que no prestaba oído ni al más cercano de la compañía cuando así le decían “fuera de tu molicie hay vidas sufriendo por vos”, ciego y fuera de juicio respondía “oro inconmensurable, más allá del dolor y la tristeza” “este oro vale todas las vidas que se sacrifiquen” Pero es así como Dwalin aportaba a la resonancia de su conciencia “Te sientas aquí, con tu corona en la frente. Pero aún así estás lejos de ser lo que fuiste siempre” “No te das cuenta de en qué te has convertido”.
Los demonios y la tentación no reposan cuando de nuestro bienestar se trata. La caída (pecado) que no se reflexiona otorga placeres temporales; el principio parece ser bueno, pero el fin es desagradable.
Hundido en la desolación voces en lo profundo de Thorin como fuertes campanas resonaban; era la conciencia que en consejos de sus cercanos se vestía, no para una causa de decadencia, sino para que por medio del reconocimiento de sus males realizados pueda encontrar a su derrumbe la salvación. “No hay nada como mirar, si quieres encontrar algo” decía Tolkien, y el Rey pudo a partir de esto mirar su interior, reconocerse impenitente y volver a luchar contra aquello que en el principio reconocía; así luchó hasta el encuentro con su muerte.
Más allá de la abundancia del pecado, de lo inmerso que estemos en la oscuridad, la fuerza de la conciencia es el muro que divide y discierne lo bueno de lo malo, y de esto fue testigo el Rey.
Hacer el bien es tan importante como sus últimas palabras “Si hubieran más personas que amaran el hogar sobre el oro, el mundo sería un lugar más feliz.”