por Thiago Rodriguez Harispe
“La verdad ha de ser necesariamente más extraña que la ficción,
pues hemos hecho la ficción a nuestro gusto”
GILBERT KEITH CHESTERTON, Herejes.
“Para dar sensación de vida, para sentir los objetos,
para percibir que la piedra es piedra, existe eso que se llama arte”
VIKTOR SHKLOVSKI, El Arte como Artificio.
Para Chesterton la vida es un milagro. Todo cuanto existe (incluida nuestra propia existencia) es un obsequio inefable e inmerecido. La actitud primera que uno ha de tener es, en consecuencia, la del asombro.
Como postula en “Herejes”: “La suprema aventura es haber nacido (…) cuando entramos en la familia, entramos en un cuento de hadas” (2021, pp.149-150). Si nacer es, pues, una aventura, la vida es entonces una novela.
Como sabemos, ningún libro se escribe solo. Empero, se presupone la existencia de un autor que posea una íntima percepción del Bien, la Verdad y la Belleza. Como dice en “Ortodoxia”: “Siempre sentí que la vida era en primer lugar como una historia; y si hay una historia, hay un relator” (1998; p.35).
Y si verdaderamente nuestra vida es una historia construida por un Autor, pasar de largo sin que la contemplemos a fondo sería casi una falta de respeto. Sin embargo, tampoco, hemos de quedarnos en el mero acto de sorprendernos. A la actitud del asombro ha de seguir la íntima disposición del agradecimiento. Pero muchas veces nos cuesta asombrarnos, ni hablar de agradecer. A medida que vamos creciendo, nos volvemos viejos y nos dejamos de asombrar poco a poco ante la realidad de la vida porque nos acostumbramos a ella. Caemos entonces en la indiferencia y, en consecuencia, perdemos la gratitud. Chesterton llega a decir incluso en “El Defensor”: “Lo más probable es que todavía sigamos en el Edén. Lo único que ha cambiado es nuestra manera de ver las cosas” (2018, p.17).
Ante esta realidad y vista la cura antes que la enfermedad (como es la fórmula que propone en Lo que está Mal en el Mundo), Chesterton va a buscar que sus lectores puedan recobrar aquel asombro que han perdido, bajándolos como de una patada de aquella plataforma voladora en la que cómodamente se encuentran.
¿Cómo busca lograr esto en nosotros, sus lectores? Pues volviendo nuevamente extraña la propia realidad en la que vivimos.
Shklovski y la desautomatización
Antes de hablar de Chesterton, habría que mencionar un movimiento muy importante en la crítica literaria.
El siglo XX fue un período muy convulso en la historia de la humanidad. Un movimiento clave de este singular período es el del Formalismo Ruso, surgido entre los años ´20 y ´30 en medio de todo el caos que provocó la Revolución Rusa (1917-1923).
Con esta corriente formalista nace la crítica literaria moderna. Uno de sus mayores exponentes fue el crítico literario Viktor Shklovski (sí, tenía un simpático apellido).
Shklovski, en un famoso escrito suyo llamado “El Arte como Artificio”, propone un concepto clave y sumamente relacionado con la propuesta literaria de Chesterton: el concepto de “desautomatización”.
Shklovski se pregunta: ¿qué es lo que define al lenguaje propiamente literario? No es el uso de imágenes y metáforas, claro está. Cuando decimos, por ejemplo: “subió la inflación” (un sintagma muy argentino), estamos utilizando una metáfora. No puede “subir” algo que es abstracto: es una manera de decir. Y sin embargo, no es lenguaje literario sino común y corriente.
Lo que caracteriza al lenguaje cotidiano, en contraposición al lenguaje literario o poético, no es el uso de metáforas o figuras sino el mecanismo de una “economía del lenguaje”. Cuando nos acercamos a un policía, por ejemplo, luego de que ha ocurrido un incidente, no decimos: “Oh estimado oficial, a quien se le ha asignado el magnánimo deber de cuidar y de velar por la seguridad e integridad de aquellos que…”. No, más bien decimos algo así como: “¡Ayuda! ¡Sangre, auto, allá!”.
Así pues, el lenguaje cotidiano posee una economía de las fuerzas perceptivas que está subordinado al régimen de la utilidad y de la practicidad. Cotidianamente no “observamos” a las cosas sino que meramente las “reconocemos”, como por una automática operación algebraica. Vemos un vehículo y automáticamente pensamos: “Ah, es un auto”.
La finalidad del arte, según Shklovski, es lograr que sus receptores no sólo reconozcan automáticamente las cosas que se les presentan sino que realmente vean con detenimiento y asombro al objeto estético que es representado en el texto literario. Esto es denominado como desautomatización o “extrañamiento” (ostranenie). Ver lo conocido como algo extraño: tal es la característica del lenguaje poético.
De este modo, los autos no son “sólo autos”. El poeta, al cruzarse con aquel invento tan moderno, puede decir: “Oh, una cabina de metal movida con explosiones, como una bala con pasajeros”.
Lo que Shklovski definía como un elemento propio del lenguaje literario, en Chesterton se encuentra en el centro de toda una concepción estética y teológica acerca de la vida, describiendo una verdadera poética del asombro.
Arquetipos ficcionales de extrañamiento (Adam Wayne, Father Brown, Innocent Smith)
Páginas y páginas podríamos hablar acerca de cómo el extrañamiento se encuentra presente en la ficción chestertoniana. Hemos elegido en esta ocasión, para ilustrar la (inabarcable) cuestión, a tres arquetipos centrales.
El revolucionario Adam Wayne, protagonista de “El Napoleón de Notting Hill”, es un ejemplo de lo que podríamos llamar “extrañamiento poético”: contemplar todo lo que se encuentra en nuestra vida como el verso de un gran poema.
Un ejemplo de este tipo de extrañamiento lo podemos encontrar en la siguiente cita, cuando el narrador nos describe cómo Wayne contempla unas simples rejas que se encuentran Notting Hill: “Uno podría pensar que esos barrotes de las rejas le recordaban a lanzas, pero la verdad era que, para él, esas lanzas le recordaban a los barrotes de las rejas” (2018, p.83).
En segundo lugar tenemos al afable Padre Brown. A él lo tomamos como ejemplo de un “extrañamiento lógico”: dar vuelta el sentido de las cosas aparentemente simples para repentinamente contemplar su esencia más profunda.
Como explica el propio sacerdote en “La Canción del Pez Volador”: “A veces, una cosa está demasiado cerca para que la veamos (…) si algo de lo que nos rodea en nuestra vida cotidiana no cambia de lugar, casi no nos damos cuenta de ella, y si se colocara en un lugar imprevisto, llegaríamos a creer que venía de un lugar desconocido” (2020, p.121).
Por último tenemos a otro queridísimo personaje: Innocent Smith, protagonista de “Hombrevivo”. A él podemos tomarlo como un ejemplo del “extrañamiento emocional”: regresar a la primera percepción de las cosas para poder sentirlas y amarlas como si fuera la primera vez.
Creemos que la siguiente frase resume bien toda su filosofía: “No niego que debe haber sacerdotes para recordarle a la gente que un día morirá. Sólo digo que en ciertas épocas extrañas es necesario tener otra clase de sacerdotes llamados poetas, para recordar a los hombres que todavía no están muertos” (2006, p.142).
Sin embargo, estos tres extrañamientos aparecen anexados entre sí por un axioma central: la paradoja, la aparente contradicción de términos que, en realidad, están en perfecta concordancia.
El gran extrañamiento
Como hemos visto, Shklovski nos muestra que el lenguaje literario tiene la capacidad de abrir nuestras mentes (y corazones, por qué no) al misterio del devenir de la existencia.
A su vez, Chesterton nos enseña que la verdadera esencia de las cosas no es ni monolítica ni simple sino, por el contrario, paradojal. Las cosas son siempre mucho más bellas y complejas de lo que normalmente alcanzamos a percibir.
Extrañarnos ante la realidad implica verla como realmente es.
También nos enseña algo esencial: la Cruz es la mayor paradoja de todas. Ante el misterio del Creador hecho carne, muerto y resucitado, todo hombre se siente extraño para sí mismo. Porque Cristo es un Otro distinto pero, a la vez, es lo mismo que nosotros.
La vida, una vez que ha sido inmersa en el gran misterio de la Salvación, no puede volver a automatizarse. Los vientos impensadamente comienzan a entonar una melodiosa armonía; los tallos arbóreos se animan y nos saludan al pasar; los animales nos contemplan con ojos perdidos, como si ocultaran con aquella expresión un vago sentimiento de nostalgia.
Gracias al extrañamiento poético adquirimos una visión mucho más profunda de la realidad: recuperamos el asombro, volvemos a experimentar la gratitud y nos sentimos súbitamente inmersos en una gran obra teatral, pieza dentro de la cual todo ente cumple con un rol actancial. El mundo deja de verse como un bosque oscuro de anarquía creciente: en su lugar, cobra el aspecto de un jardín lastimado.
Todo se torna poco familiar cuando Dios se vuelve familiar.
Extraño, sí: milagro, asombro, Alegría.
BIBLIOGRAFÍA
- CHESTERTON, Gilbert Keith. (1998). Ortodoxia. Porrúa.
- CHESTERTON, Gilbert Keith. (2006). Un Hombre Vivo. Leviatán.
- CHESTERTON, Gilbert Keith. (2018). El Defensor. Interzona.
- CHESTERTON, Gilbert Keith. (2018). El Napoleón de Notting Hill. M14E ediciones.
- CHESTERTON, Gilbert Keith. (2020). El Secreto del Padre Brown. Claridad.
- CHESTERTON, Gilbert Keith. (2021). Herejes. Lectio.
- SHKLOVSKI, Viktor. (1978). “El Arte como Artificio”. En TODOROV, Tzvetan. Teoría de la Literatura de los Formalistas Rusos (pp. 55-70). Siglo Veintiuno.