Resulta innegable la búsqueda de todo ser humano por compartir momentos en que la risa y la alegría sean protagonistas. Son esas ocasiones las que decoran la vida y se vuelven tesoros a los que constantemente buscamos regresar, tal vez para experimentar al menos una pequeña muestra de aquel gozo vivido. Fundamento de la melancolía en tiempos oscuros, la fuerza de esos recuerdos es también un faro que naturalmente guía nuestra conducta hacia una incesante e inefable búsqueda de nuevos y aún más profundos momentos de alegría que alivianan la carga, al mismo tiempo que nutren y perfeccionan nuestro andar.
Basta con pensar en la amistad para descubrirlo. Ilustrados por la risa que musicaliza hasta el ambiente más hostil, encontramos allí un terreno fértil para que crezca la verdadera alegría que cautiva, atrae, plenifica y potencia nuestras capacidades. ¿Acaso no es esta búsqueda común un pilar que une fuertemente a los amigos?. Sin embargo, tan alta aventura debía ser reflejo de toda nuestra vida y necesariamente abarcar también las penas que nos tocan atravesar. El dolor es una realidad latente e inevitable que no puede quitarse. Puede que esa adversidad presente sea ese elemento que, aunque indeseable, hace la obra aún más perfecta.
En tiempos en que nos acechan como fantasmas del pasado medidas sanitarias y restricciones que nos proponen alejarnos unos de otros, dónde los vínculos parecen debilitarse hasta quebrantarse y la risa se esconde detrás de tapabocas, los cuentos de hadas tienen algo para decirnos al respecto. Los pasos de Frodo y Sam, cercanos ya a Mordor, se vuelven guía para encontrarnos con la alegría que resplandece en la profunda adversidad:
“Me gustaría saber en qué clase de historia habremos caído.
–A mí también -dijo Frodo-. Pero no lo sé. Y así son las historias de la vida real. Piensa en alguna de las que más te gustan. Tú puedes saber, o adivinar, qué clase de historia es, si tendrá un final feliz o un final triste, pero los protagonistas no saben absolutamente nada. Y tú no querrías que lo supieran.
–No, señor, claro que no (…) Cáspita, pensar… pensar que estamos todavía en la misma historia. ¿Las grandes historias no terminan nunca?
-No, nunca terminan como historias -dijo Frodo-. Pero los protagonistas llegan a ellas y se van cuando han cumplido su parte. También la nuestra terminará, tarde… o quizá temprano.
-Y entonces podremos descansar y dormir un poco -dijo Sam. Soltó una risa áspera-. A eso me refiero, nada más, señor Frodo. A descansar y dormir simple y sencillamente, y a despertarse para el trabajo matutino en el jardín. Temo no esperar otra cosa por el momento. Los planes grandes e importantes no son para los de mi especie. Me pregunto sin embargo si algún día apareceremos en las canciones y en las leyendas. Estamos envueltos en una, por supuesto; pero quiero decir: si la pondrán en palabras para contarla junto al fuego, o para leerla en un libraco con letras rojas y negras, muchos, muchos años después. Y la gente dirá: -¡Oigamos la historia de Frodo y el Anillo!» Y dirán: «Sí, es una de mis historias f
avoritas. Frodo era muy valiente ¿no es cierto, papá?» -Sí, hijo mío, el más famoso de los hobbits, y no es poco decir.»
-Es decir demasiado -respondió Frodo, y se echó a reír, una risa larga y clara que le nacía del corazón. Nunca desde que Sauron ocupara la Tierra Media se había escuchado en aquellos parajes un sonido tan puro. Sam tuvo de pronto la impresión de que todas las piedras escuchaban y que las rocas altas se inclinaban hacia ellos. Pero Frodo no hizo caso; volvió a reírse-. Ah, Sam si supieras… -dijo-, de algún modo oírte me hace sentir tan contento como si la historia ya estuviese escrita.” (Tolkien: 435)
La risa larga y clara no teme al peligro, porque se funda en el gozo y la esperanza de quien se reconoce siguiendo un ideal fundado y arraigado al Bien, y no en el mero éxito de la misión. La certeza está unida a lo eterno haciendo que el temor, aunque real, se clarifique como pasajero y por tanto insignificante. Por su parte, la aspereza de Sam pareciera propiciarse por el desesperanzado temor que paraliza y una nostalgia que anhela volver aún a lo más sencillo y cotidiano, al descanso y al trabajo.
Descubrir que la causa de la alegría de Frodo se desprende y descansa del poder de contar historias, de saberse dentro de una gran hazaña que al ser relatada puede inspirar aún a quien se encuentra al borde del abismo, se vuelve un mensaje de profunda realidad iluminado desde la Fantasía. La genialidad de Tolkien nos presenta a los personajes reconociéndose parte de una historia y, por sobre todo, alegrándose por ello. Mensaje que interpela y hace resonar nuevamente la pregunta que ronda al acercarnos a los cuentos de hadas: ¿Hay verdad en ellos? ¿Qué pueden decirnos las historias (sub)creadas acerca de nuestra vida?
El mismo Tolkien lo expresa en la Carta 89 a su hijo Cristopher:
“Pues acuñé el término «eucatástrofe»: el súbito giro feliz en una historia que lo atraviesa a uno con tal alegría que le hace saltar las lágrimas (lo cual, argüía, es la más alta función que cumple un cuento de hadas). Y llegué a la conclusión de que produce su peculiar efecto porque es un súbito atisbo de la Verdad, la entera naturaleza de uno adherida a la cadena material de causa y efecto, la cadena de la muerte, siente un súbito alivio como si un miembro fundamental dislocado hubiera vuelto de pronto a su lugar”. (Carpenter, H: 146)
Encontrar luz y vida aún en la más profunda oscuridad, es en definitiva, lo que nos brinda la profunda alegría. Son los cuentos de hadas, son las risas de Frodo y Sam, la mejor manera que tenemos de contemplarlo y descubrirlo en nuestras vidas. Su fundamento, descansa nada más y nada menos, en la inefable y auténtica capacidad que tienen los relatos de mostrarnos la Verdad haciendo correcto uso de la Belleza.
A su vez, la eucatástrofe, por fundarse en la Verdad se nos brinda no sólo como consuelo, sino como indicio que penetra directamente en la pregunta acerca de nuestra existencia: vivir unidos a esa esperanza, no sólo nos brinda un tránsito alegre por la vida, sino también mayor plenitud y realidad.
Amigos, siguiendo el sendero de Tolkien, podemos afirmar que estamos llamados a la aventura y al “súbito giro feliz” que nos brinda la verdadera alegría, aquella que viene acompañada de la risa y surge de la profundidad de los actos heroicos.
Concluyendo el breve tránsito por este sendero, entre risas, alegría y amistad resuena también el legado de C. S. Lewis, quien habiendo vivido el dolor, supo también iluminar desde su pluma, la fuente del verdadero gozo. Será la figura del viejo diablo Escrutopo en “Cartas del diablo a su sobrino” quién buscando combatir a Dios (su Enemigo) nos advertirá sobre la importancia de esta búsqueda contínua del hombre:
“Si se prolonga, el hábito de la ligereza construye en torno al hombre la mejor coraza que conozco frente al Enemigo, y carece, además, de los riesgos inherentes a otras causas de risa. Está a mil kilómetros de la alegría; embota, en lugar de agudizar el intelecto; y no fomenta el afecto entre aquellos que la practican” (Carta XI)
Que aspiremos siempre a risas largas y claras que nacen de lo profundo del corazón.
Bibliografía:
- Carpenter, H. (comp.) Cartas de J.R.R. Tolkien, Barcelona, Minotauro, 1993
- Tolkien, J. R. R., “El Señor de los Anillos II: las Dos Torres”, Buenos Aires, Minotauro, 2014.
Una respuesta
¡Me encantó este artículo!
Un hermoso llamado al heroísmo y a la profunda y verdadera alegría.
¡Gracias!