Por Nicolás Palos. El siguiente artículo fue publicado en Dragón Verde nº 17, revista de la Sociedad Tolkien Colombia (Orodruin).
“Lo sé. Ha sido un error. No deberíamos ni haber llegado hasta aquí… Pero henos aquí, igual que en las grandes historias, señor Frodo, las que realmente importan, llenas de oscuridad y de constantes peligros. Ésas de las que no quieres saber el final, porque ¿cómo van a acabar bien? ¿Cómo volverá el mundo a ser lo que era después de tanta maldad como ha sufrido? Pero al final, todo es pasajero. Como esta sombra, incluso la oscuridad se acaba, para dar paso a un nuevo día. Y cuando el sol brilla, brilla más radiante aún. Esas son las historias que llenan el corazón, porque tienen mucho sentido, aun cuando eres demasiado pequeño para entenderlas” (Jackson, 2002).
Con estas palabras responde Sam a Frodo en la segunda película de El Señor de los Anillos, cuando cae rendido ante la desesperación por haber estado a punto de matar a Sam por causa del Anillo Único, y afirma que él no puede hacer esto, refiriéndose a la misión que se le ha encomendado.
Esta escena de la película no está inspirada en ningún fragmento del libro. Sin embargo, habla muy bien del pensamiento de Tolkien acerca de los cuentos de hadas pues, aunque el niño sea demasiado pequeño para entender realmente los cuentos, Tolkien entiende que estas historias llenan el corazón; están conectadas con lo más esencial del hombre. A lo largo de este ensayo veremos cómo, según Tolkien, los cuentos de hadas nacen de los deseos más profundos del ser humano, y tratan acerca de estos. Observaremos entonces, por qué estos cuentos no se tratan de lo posible, sino de lo deseable (Tolkien, 2002).
Tolkien explica en su obra Sobre los cuentos de hadas que dichos relatos nacen de la esencia misma del lenguaje:
“Qué poderosa, qué estimulante para la misma facultad que lo produjo la invención del adjetivo: no hay en Fantasía hechizo ni encantamiento más poderoso (…) La mente que pensó en ligero, pesado, gris, amarillo, inmóvil y veloz también concibió la noción de la magia que haría ligeras y aptas para el vuelo las cosas pesadas, que convertiría el plomo gris en oro amarillo y la roca inmóvil en veloz arroyo (…). Si de la hierba podemos abstraer lo verde, del cielo, lo azul y de la sangre, lo rojo, es que disponemos ya del poder del encantador. A cierto nivel. Y nace el deseo de esgrimir ese poder en el mundo exterior a nuestras mentes (…). Podemos poner un verde horrendo en el rostro de un hombre y obtener un monstruo; podemos hacer que brille una extraña y temible luna azul; o podemos hacer que los bosques se pueblen de hojas de plata (…). Es el inicio de Fantasía. El Hombre se convierte en subcreador. Así, el poder esencial de Fantasía es hacer inmediatamente efectivas a voluntad las visiones «fantásticas»” (Tolkien, 2002).
De este modo, dado que el hombre desea esgrimir este poder, se convierte en subcreador: un creador con ciertos límites. Tiene ciertos límites porque el hombre no tiene el poder de crear de la nada, sino que necesita un punto de partida, un Mundo Primario como lo llama Tolkien; una realidad que le es dada. Por esa razón Tolkien explica que el subcreador crea un Mundo Secundario, a partir del Mundo Primario, aunque no nos detendremos ahora en esto.
A pesar de que el cuento de hadas nace de este deseo, Tolkien entiende que no su único anhelo, y habla de la Fantasía como la forma más elevada de Arte, pues tiene “la capacidad de conferir a creaciones ideales la íntima consistencia de la realidad” (Tolkien, 2002). El mundo de los cuentos de hadas es aquel que en el que se materializan los deseos más íntimos del hombre, y entiende que estos están inscritos en él por una razón, y no son inútiles:
“¡Sí! ¡Hilamos sueños de plenitud / para consolar a nuestros cohibidos corazones / y derrotar, así, a la desagradable Realidad! / ¿De dónde surgió el deseo de soñar, de dónde el poder de hacerlo, / o de valorar la belleza y la fealdad de las cosas? / No todos los deseos son inútiles, ni imaginamos en vano la plenitud” (Tolkien, 2002).
Tolkien habla aquí de deseos de plenitud porque una de las características principales de los cuentos de hadas es el Final Feliz. Al final, el bien vence y el mal es vencido. Afirma Tolkien que el Final Feliz es como debería terminar todo cuento de hadas (Tolkien, 2002), pues es lo que más corresponde con su deseo. El Final Feliz es uno de los sellos característicos de estos sueños de plenitud que hila el escritor.
Por otra parte, como ya hemos dicho, Tolkien afirma que la búsqueda de la esencia de los cuentos no debe medirse en términos de posibilidad, sino de deseabilidad. En su experiencia de niño, los cuentos “sólo daban en el blanco si despertaban los deseos y, al tiempo que los estimulaban hasta límites insufribles, también los satisfacían” (Tolkien, 2002). Por tanto, parece ser que no solo los cuentos de hadas nacen de los deseos más esenciales del hombre, sino que al mismo tiempo los estimulan y los cumplen.
El escritor José Miguel Odero presenta este deseo que exaltan los cuentos como deseo de dragones (Odero, 2023), pues Tolkien afirmaba que el dragón llevaba “patente sobre su lomo la impronta De Fantasía” (Tolkien, 2002).
“Yo penaba por los dragones con un profundo deseo. Claro que yo, con mi tímido cuerpo, no deseaba tenerlos en la vecindad, ni que invadieran mi mundo relativamente seguro (…). Pero el mundo que incluía en sí la fantasía de Fáfnir1 era más rico y bello, cualquiera que fuese el precio del peligro. El que habita tranquilas y fértiles llanuras puede llegar a oír hablar de montañas escabrosas y mares vírgenes y a suspirar por ellos en su corazón. Porque el corazón es fuerte, aunque el cuerpo sea débil” (Tolkien, 2002).
El deseo de dragones que menciona Odero, no corresponde entonces con el deseo concreto de ver dragones, sino de habitar el mundo en el que ellos habitan. El cuento de hadas despierta el deseo y lo exalta porque nos presenta, describe, y adentra en ese mundo. A modo de analogía, podemos entender el adentramiento en Fantasía a través de la entrada de Sam en el país de Lórien:
“En todo lo que crecía en aquella tierra no se veían manchas ni enfermedades ni deformidades. En el país de Lórien no había defectos (…).
—Hay sol y es un hermoso día, sin duda —dijo—. Pensé que los Elfos no amaban otra cosa que la luna y las estrellas: pero esto es más élfico que cualquier otra cosa que yo haya conocido alguna vez, aun de oídas. Me siento como si estuviera dentro de una canción, si usted me entiende” (Tolkien, 2014).
Etimológicamente, estar dentro de una canción corresponde al encantamiento. El Encantamiento es la magia que Tolkien afirma que tiene el escritor: es adentrar al lector en este mundo donde, sin negar el sufrimiento y el dolor, existe una belleza por la que el corazón suspira (Tolkien, 2002). Cualquiera que haya leído El Señor de los Anillos, recordará la belleza que experimentó la comunidad en Lórien, que constantemente parecía dejarlos aturdidos. Así se narra la experiencia de Frodo:
“Todo lo que veía tenía una hermosa forma, pero todas las formas parecían a la vez claramente delineadas, como si hubiesen sido concebidas y dibujadas por primera vez cuando le descubrieron los ojos, y antiguas como si hubiesen durado siempre” (Tolkien, 2014).
Tolkien creía firmemente en la verdad de los cuentos de hadas. Apostaba por la fantasía como la forma más elevada de literatura. Por esta razón, son adecuadas las palabras de Sam al afirmar que “estas son las historias que llenan el corazón, porque tienen mucho sentido, aun cuando eres demasiado pequeño para entenderlas” (Jackson, 2002). Tolkien expresa su admiración por aquellos que escriben estos cuentos de hadas en su poema Mitopoeia:
“Benditos los forjadores de leyendas y sus rimas / sobre asuntos que no han sido recogidos en los anales del tiempo. / Han visto la Muerte, y la derrota final, / y aun así no retroceden, desesperados, ante ellas. / Por el contrario, consagraron su lira a la victoria / e inflamaron sus corazones con fuego legendario, / iluminando el Ahora y los oscuros días del Pasado / con luz de soles que ningún hombre ha contemplado todavía” (Tolkien, 2002).
NOTAS
1 Fáfnir es un dragón presente en la mitología nórdica, muy estudiada por Tolkien.
BIBLIOGRAFÍA
- Jackson, P. (Director). (2002). El Señor de los Anillos: Las Dos Torres [Película]. New Line Cinema.
- Tolkien, J.R.R. (2002). Árbol y hoja y el poema mitopoeia. Planeta de Agostini.
- Tolkien, J.R.R. (2014). El Señor de los Anillos I: La comunidad del anillo. Editorial Planeta.
- Odero, J.M. (2023). J. R. R. Tolkien. Cuentos de hadas: La poética tolkieniana como clave para una hermenéutica sapiencial de la literatura de ficción. Eunsa.