Freud, Tolkien y los mitos

Santino Tulli

Introducción

Freud y Tolkien: dos figuras de influencia en el siglo XX y de suma actualidad hoy, dos visiones de la realidad casi opuestas, pero que, parecería, confluyen en su concepción acerca de la mitología y del carácter de verdadero que estas historias poseen.

El vienés ha encontrado no poca resistencia por parte de distintos sectores del catolicismo, descartando estos tanto las ideas teóricas como los hallazgos clínicos; un rechazo causado por la filosofía inmanentista y monista de la que parte (Echavarría, 2021). Mientras que en Tolkien, en general, casi cualquier cristiano encuentra gran admiración y una aceptación de sus ideas y, aunque quizá algún conservadurismo ha rechazado su concepción de los mitos (y del Mito), sus ideas fueron en gran medida aceptadas.

Lo que resulta extraño a simple vista es que ambos autores coinciden en una idea y que, por separado, luchan contra la concepción falsa de los mitos que arrastró consigo el positivismo. Aquí se intentará recopilar ambas visiones y explicitar sus similitudes y diferencias. Además, el artículo busca adentrarse en la polémica actual de si conviene o no descartar las ideas del maestro vienés a causa de su concepción atea de la realidad.

La lucha contra la concepción “mitológica” de los mitos

Hace un tiempo se popularizó un extracto de una serie sobre la vida de Tolkien en el que se lo ve conversando con C.S. Lewis sobre los mitos. La conversación, si bien ficticia, está fundada en ideas que son propias de Tolkien1. Allí dice, dirigiéndose a su amigo Jack y a todos los materialistas, “they are the ones who’ve come up with a false myth”; inventaron una concepción “mitológica” (entendiendo esta palabra como la entienden ellos, sinónimo de falso) de los mitos. Esta noción que el materialismo adopta viene arrastrada por el positivismo y es aquella a la que nuestros autores se enfrentan.

En el difundido libro escolar “Mitos clasificados I” que recopila distintos mitos de la antigüedad, podemos leer en la introducción una síntesis de esta visión de los mitos: “el hombre siempre se ha preguntado cómo surgió el universo, cuál es el origen de los hombres, los animales, las plantas. Hoy busca la respuesta en la ciencia; los pueblos primitivos la encontraban en el mito” (2001). Esta visión pone a los mitos y a la ciencia en una misma línea y describen a los primeros como explicaciones pre-científicas a los distintos fenómenos; así, la diosa ciencia, llega para anularlos y superarlos.

Es a esta concepción que tanto Freud como Tolkien se enfrentan y de la que ambos van a apartarse, pues los mitos en sus respectivas colecciones literarias apuntan a una visión más tradicional sobre estos, una vuelta a la idea original de los griegos. Lo que parecen encontrar en los mitos es algo universal y verdadero en la realidad expresado en forma literaria, pues estas verdades no podrían ser profesadas de otra forma. Estos relatos entonces no corren por la misma línea que las ciencias naturales, pues apuntan a un aspecto distinto de la realidad; correría por una línea paralela en la que la realidad no sólo es abordada desde otra mirada, sino que apunta a un aspecto más profundo de la misma. Los mitos no son explicaciones precientíficas de fenómenos naturales sino que des-cubren un aspecto fundamental de la experiencia humana.

En cuanto a Freud, es bien conocida su afición por la arqueología, lo prehistórico y, en general, lo antiguo. Esto hace que no sea algo extraño ver en él una lectura de los mitos similar a la que tenían quienes lo elaboraron. Así, mito y realidad se ven asociados y no contrapuestos, afirma L. Drivet comentando este tema que “si el mito en Freud es ficción, no lo es, como en la tradición occidental, en cuanto opuesto a la realidad y a la verdad.” (2010). Por eso ve en Narciso algo común a todos, lo mismo en Edipo (aunque esta es más bien una tragedia y no un mito) o en su propia elaboración mitológica Tótem y tabú (1913). Estos son para el vienés no una mera herramienta para hablar de lo que aún no se ha hablado, sino que encuentra en ellos una cierta verdad que “no puede en ningún caso formularse de otro modo” (Drivet, 2010).

Uno no tiene porqué estar necesariamente de acuerdo con Freud en eso que ve como universal, pero definitivamente no podemos negar que los mitos son para él fuente de un conocimiento universal, no precientífico, de la realidad.

En Tolkien vemos una concepción y valorización de lo que es un mito similar a las de Freud en algunos puntos concretos. Sería absurdo decir que ambos tienen exactamente la misma concepción acerca de los mitos, pero más absurdo aún sería negar que haya algún punto en común entre ambos intelectuales.

Para Tolkien, en palabras de J.N. Ferro, el mito es “portador de un sentido de otro modo para él incomunicable” y que los aspectos mitológicos que aparecen en su obra son “reconocibles precisamente por aquello que tienen de universal y de válido; por lo que tienen de verdad” (2022). Vemos toda su obra impregnada por la influencia de la mitología que expresa (por ser verdadera) ideales eternos. A su vez, por ser eternos, estos universales son comunes a todas las personas de todos los tiempos y tocan de una forma especial la existencia humana, de tal modo que todos podemos leernos a nosotros mismos en sus
historias. De manera similar, Freud intenta que cada uno pueda leer una experiencia universal en los mitos que toma, su lectura de estos es en búsqueda del carácter de verdadero que ellos tienen, a pesar de no tener verdad histórica.

Además, agrega Ferro, que para Tolkien estas historias son “una totalidad y está grávido de significados diversos, que si bien se entrañan en una unidad profunda, presentan niveles diferentes, y se traducen en una rica polisemia o pluralidad de sentidos” (2022), es esta misma lectura de los mitos la que permite a Freud abstraer rasgos comunes de la experiencia humana de ellos. De nuevo, no está muy cerca de la mirada trascendente que Tolkien tiene de la realidad, él vé muchas cuestiones que Freud (sesgado por su propia filosofía) no logra divisar; pero sí que alcanza a compartir la visión polisémica y universal de los mitos.

El mérito de Freud, también de Tolkien, está en apartarse de esa mirada cientificista de estos relatos; allí está su punto en común.

Algunas diferencias

Freud y Tolkien son, evidentemente, autores con visiones distintas de la realidad. Esto influencia la lectura que hacen de los mitos y qué es lo que en ellos encuentran de universal. Ambos autores son profundos, pero parten de opciones metafísicas distintas y eso hace que haya tensión entre sus posturas. Siguiendo a J.P. Roldán (s.f.), Freud parte de una mirada del mundo inmanentista, donde se comienza por negar al Dios Trascendente para acabar negando (entre otras cosas) propiedades metafísicas universales en los seres creados; una opción metafísica que termina por negar a la metafísica. En cambio a Tolkien podemos ubicarlo en una opción a la que Roldán denomina realismo, aquí el mundo es visto como creado por un Ser libre e inteligente; esto es fundamento (de nuevo, entre otras cosas) de las propiedades metafísicas universales presentes en los seres creados.

Aunque el fundador del psicoanálisis escape de la concepción de los mitos presente de un modo especial en su época y en sus ámbitos (recordemos que él era neurólogo y que se movía en círculos cientificistas de intereses similares), es materialista en lo que respecta a la visión del hombre, al igual que la gran mayoría de los científicos que lo rodeaban. Este materialismo es expresión directa de su opción fundamental inmanentista, por ende lo que entiende por universal no son trascendentales metafísicos, sino mecanismos psicológicos necesarios y comunes a todos. Así por ejemplo, el famoso complejo de Edipo, funciona como un mecanismo que se da universalmente, pero de manera mecánica; lo universal se estanca solamente en lo psicológico, no hay ni rastros de propiedades metafísicas del ser. Por eso no sorprende que Freud utilice recurrentemente palabras como “mecanismos” o “aparato” para hablar de lo que sucede en todas las personas. Nuestra psiquis se rige por mociones automáticas e involuntarias, lo universal se parece más al imperativo categórico que a los trascendentales. El tabú que rige en las relaciones sería un claro ejemplo de esto: “el tabú en verdad sigue existiendo entre nosotros; aunque en versión negativa y dirigido a contenidos diferentes, no es otra cosa, por su naturaleza psicológica, que el «imperativo categórico» de Kant, que pretende regir de una manera compulsiva y desautoriza cualquier motivación
consciente” (Freud, 1991). Este es un fenómeno psicológico que atañe a todos de igual forma y que gobierna nuestra manera de actuar (junto con muchos otros mecanismos). De este modo encontramos en la elaboración mitológica de Freud un ejemplo de qué es lo que ilustran para él los mitos.

En cambio Tolkien parece expresar, a través de su propia subcreación, aspectos universales y totales (que incluyen el nivel psicológico de la persona, pero que van más allá): bien, verdad, belleza y unidad. Estos no obtienen una mención explícita a lo largo de su obra, lo cuál no tendría sentido tratándose de una obra literaria y no de un tratado filosófico, pero sí que sus personajes, descripciones y diálogos, traducen estas propiedades universales. El deseo de lograr cosas grandes, el valor de la amistad, la belleza del amor y tantas otras experiencias o deseos humanos salen a la luz en toda la obra de Tolkien, que intenta en su subcreación explicitar todo lo presente en la realidad misma, en la Creación. Esto, al igual que en Freud, es expresión de su primera opción fundamental, la visión creacionista/realista del mundo; solamente si este es creado podemos hablar de estas propiedades metafísicas universales.

“El mito apunta pues a transmitir aquellas verdades que tienen que ver con las ultimidades” (Ferro, 2022), si en Freud su materialismo hace que estas verdades últimas queden arraigadas a lo psicológico, en Tolkien se ubican en la metafísica, concretamente en Dios, fuente de toda perfección. La visión creacionista de la realidad es la que permite adentrarse en las semillas del Verbo presentes en la mitología ajena y la propia; en el vienés esto no sucede así ya que estas realidades son dejadas de lado.

Si bien probablemente podrían marcarse más diferencias, todas se derivan de esta primera opción fundamental que hacen los autores (realismo o inmanentismo).

Conclusión

Así, quedan explicitadas algunas de las similitudes y diferencias entre Freud y Tolkien en lo que respecta a los mitos.

El rechazo del psicoanálisis que hacen algunos autores puede sesgar a más de uno a la hora de juzgar si hay algunas ideas o prácticas que pueden ser asumidas, purificadas y elevadas por parte de un pensador o psicólogo cristiano; pero lo que la realidad nos muestra es que en Freud podemos encontrar algunos puntos asumibles, para luego revisarlos y tomarlos. Más absurdo sería pretender el otro extremo, creer que las ideas del vienés no necesitan ser revisadas y analizadas; intentar una concordancia absoluta es simplemente irreal.

Este pequeño ensayo demuestra, además del punto en común que hay entre Freud y Tolkien, la posibilidad de revisar las ideas presentes en el fundador del psicoanálisis para poder tomar lo de bueno que hay en ellas y así profundizar en el conocimiento de la realidad desde nuevos puntos de vista.

NOTAS

1 Se pueden ver sobre todo en el ensayo “Sobre los cuentos de hadas” (Tolkien, 1983).

BIBLIOGRAFÍA

● S.M. Cochetti (2001). Mitos clasificados I. Cántaro editores.
● M. Echavarría (2021). Corrientes de psicología contemporánea. UCALP.
● L. Drivet (2010). Sobre los mitos de Freud. Desde el Jardín de Freud [n.° 10, Enero – Diciembre 2010, Bogotá] issn: 1657-3986, pp. 221-236.
● Roldán, J.P. (s.f.). La opción fundamental: grandes constantes metafísicas. https://www.academia.edu/6593825/La_opci%C3%B3n_fundamental_Grandes_constantes_metaf%C3%ADsicas

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