El Doctor de la Iglesia y el Creador de la Tierra Media: las conexiones de J.R.R. Tolkien con Newman

El presente artículo fue publicado originalmente en el sitio web Word on Fire el 1 de noviembre de 2025. Agradecemos la generosidad de la Dra. Ordway por permitirnos traducirlo y ponerlo a disposición de nuestros lectores.

El 1 de noviembre de 2025, John Henry Newman fue reconocido formalmente por la Iglesia Católica como el trigésimo octavo Doctor de la Iglesia, en reconocimiento a la importancia y el valor perdurable de su obra y enseñanza teológica. Será solo el segundo Doctor inglés, siendo el primero San Beda, del siglo VIII. Newman fue un teólogo y predicador extraordinario, pero también poeta y novelista, y es una figura central tanto en el catolicismo inglés como en la literatura inglesa. Como tal, invita a establecer una comparación con otro católico inglés y hombre de letras: J. R. R. Tolkien, autor de El hobbit y de El Señor de los Anillos. Ambos gozan de una presencia significativa y creciente en nuestro tiempo, y en ambos casos su influencia se extiende mucho más allá de sus correligionarios.

Las vidas de estos dos hombres quedaron separadas apenas por dos años: Newman murió en 1890 y Tolkien nació en 1892, aunque a primera vista podrían parecer pertenecer a mundos muy diferentes. Newman fue un hombre del siglo XIX y del reinado de la reina Victoria; Tolkien, del siglo XX y de la época de las dos guerras mundiales. Newman fue famoso (o infame) en su propio tiempo por ser una de las figuras más prominentes del Movimiento de Oxford dentro de la Iglesia de Inglaterra, y sorprender luego a sus contemporáneos con su conversión al catolicismo. Tolkien, en cambio, fue un católico convencido a lo largo de toda su vida, pero su fe, aunque parte esencial de su vida y de su imaginación creativa, fue expresada de manera implícita más que explícita en su ficción. Sin embargo, cuando investigaba Tolkien’s Faith: A Spiritual Biography, descubrí que existen numerosas conexiones “newmanianas” entrelazadas a lo largo de toda la vida de Tolkien.

La influencia de Newman puede rastrearse hasta los años formativos de Tolkien. Tolkien nació en Bloemfontein, Sudáfrica, hijo de padres anglicanos devotos, y fue bautizado en la Iglesia de Inglaterra. Cuando tenía solo cuatro años, su padre murió, y su madre, Mabel, emprendió la vida nuevamente en Birmingham, Inglaterra, con sus hijos: Tolkien y su hermano menor, Hilary. Mabel se sintió cada vez más atraída por el catolicismo, y en el año 1900, cuando Tolkien tenía ocho años, fue recibida en la Iglesia Católica en St. Anne’s, Alcester Street —una iglesia fundada por John Henry Newman tras su ordenación y su regreso de Roma como católico, y donde predicó por primera vez ya como católico. Buscando una parroquia que la acompañara como conversa, viuda y madre, se estableció en el Oratorio de Birmingham, fundado también por Newman en 1852, del cual este fue el superior hasta su muerte.

En el Oratorio de Birmingham, la familia Tolkien conoció al P. Francis Xavier Morgan, quien pronto se convirtió en un buen amigo de la familia. Tristemente, Mabel murió en 1904, cuando Tolkien tenía apenas doce años, encomendando sus hijos a la tutela legal del P. Francis, a quien Tolkien más tarde llamaría su “segundo padre”. Tolkien recordaba haber crecido “prácticamente como un joven residente del Oratorio, que albergaba a muchos Padres eruditos”1. Muchos de ellos habían trabajado con Newman y habían sido formados personalmente por él, incluyendo al P. Francis, quien además fue el último secretario personal de Newman, responsable de correspondencia y asuntos financieros. La vida en el Oratorio de Newman tuvo un efecto profundo en la formación de Tolkien. Incluso cuando fueron años difíciles para el Tolkien huérfano, su experiencia en el Oratorio fue plenamente positiva, y ya en su vejez recordaba que allí “tuve la ventaja… de un ‘buen hogar católico’ — in excelsis [en las alturas].”2

Otros hilos newmanianos aparecen a lo largo de toda la vida de Tolkien. Por ejemplo, encontramos una alusión al lema de Newman Ex umbris et imaginibus in veritatem (“De las sombras y las imágenes hacia la verdad”) en el diario de trabajo de Tolkien siendo estudiante en Oxford. El tercer hijo de Tolkien, Christopher, nacido en 1924, tuvo como madrina a Eleanor Mozley, sobrina-nieta de John Henry Newman; su abuela era Jemima Newman —la hermana de John Henry. Cuando Tolkien regresó a Oxford como profesor, estuvo involucrado en la Newman Society y, en la década de 1940, también en la New­man Association nacional, de la cual fue vicepresidente honorario.

Este breve panorama de los hilos newmanianos entretejidos en la formación y vida adulta de Tolkien brinda el trasfondo para considerar un aspecto del pensamiento maduro de Tolkien que, a mi juicio, se halla significativamente influenciado por el Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana de Newman3. Una visión positiva del “desarrollo de la doctrina” no es una idea usualmente asociada a Tolkien, pero él tuvo una reacción mucho más matizada al Concilio Vaticano II y aun a los cambios litúrgicos de lo que se ha reconocido hasta ahora. De hecho, tuve que revisar mis propias ideas al respecto cuando investigué para Tolkien’s Faith.

El cambio más visible en la práctica católica proveniente del Concilio Vaticano II, convocado en 1962, fue la reforma de la liturgia de la Misa, que se fue desarrollando en etapas a lo largo de varios años; primero se tradujo la liturgia existente al inglés, y luego, más tarde, se introdujo el Novus Ordo (el nuevo orden de la Misa). Tolkien lamentó la pérdida del latín —que amaba— y su reemplazo por una torpe traducción inglesa, y no se entusiasmó con el Novus Ordo, pero terminó aceptando los cambios. En años posteriores incluso ejerció como lector (en inglés) en la Misa.

En este sentido, vale señalar que él no firmó la “Petición a Pablo VI de 1971 por distinguidos escritores, académicos, artistas e historiadores residentes en Inglaterra para preservar la Misa tradicional en latín” (conocida popularmente como el “indulto Agatha Christie”), aunque varios de sus amigos de los Inklings sí lo hicieron, y a pesar de que, siendo uno de los católicos literarios más prominentes de Inglaterra, su apoyo habría sido ciertamente valorado. No tenemos los detalles precisos en este sentido, pero una carta inédita de 1967, que aparece en la edición revisada y ampliada de las Cartas de Tolkien, da una clara indicación de su visión general: “Para todos nosotros los ‘conservadores’, creo que la situación en nuestra Iglesia es en este momento más dura que todos nuestros dolores personales y físicos. Pero hay que soportarlo. Solo la lealtad y el silencio (en público) darán el lastre para la barca que se balancea. ¡Como dijeron los discípulos a Nuestro Señor: no tenemos a dónde más ir!”4

Lector ávido de periódicos, Tolkien siguió de cerca el Concilio Vaticano II. En una carta de 1967, identificó uno de los elementos del concilio como un debate entre los principios de aggiornamento y primitivismo y advirtió que el aggiornamento —“poner al día”— tiene sus graves peligros, como ha sido evidente a lo largo de la historia. Aggiornamento se convirtió pronto en una palabra de moda, adoptada como término genérico para numerosos cambios amplios y movimientos modernizadores. Sin embargo, Tolkien también era escéptico respecto del primitivismo (intentos de volver a las formas practicadas por los primeros cristianos o a los elementos básicos deducidos de la Escritura), declarando que aunque tiene buenas intenciones, es tanto “equivocado” como inalcanzable. Entre otras cosas, señala: la “primitividad” no es garantía de valor —observando que “abusos graves” en el comportamiento litúrgico estuvieron presentes desde el inicio mismo de la Iglesia, como lo muestran las cartas de San Pablo a los Corintios.5

Las reflexiones de Tolkien aquí desembocan en una meditación profunda sobre la naturaleza orgánica de la Iglesia, que, según él,

no fue destinada por Nuestro Señor a… permanecer en perpetua infancia; sino a ser un organismo viviente (semejante a una planta), que se desarrolla y cambia en lo exterior por la interacción entre la vida divina que se le ha legado y la historia. (…) No hay semejanza entre la “semilla de mostaza” y el árbol ya crecido.6

A Tolkien le encantaban los árboles, de modo que no sorprende que haya elegido esta imagen, y el árbol de mostaza es una alusión a una de las parábolas de Jesús: “El Reino de los cielos es como un grano de semilla de mostaza que un hombre tomó y sembró en su campo; es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando ha crecido es el mayor de los arbustos y se hace árbol, de modo que los pájaros del cielo vienen y anidan en sus ramas” (Mt 13,31-32).

Es también la misma imagen que Newman utiliza en El desarrollo de la doctrina: “En una de las parábolas de nuestro Señor, ‘el Reino de los cielos’ es incluso comparado con ‘un grano de mostaza’. (…) Aquí se habla de un principio interno de vida, ya sea principio o doctrina, más que de cualquier mera manifestación exterior; y es notable que se indique su carácter espontáneo, así como gradual, en el crecimiento.”7

La visión de Tolkien de la Iglesia como un organismo viviente que debe ser atendido con cuidado y respeto por su naturaleza intrínseca refleja la conclusión a la que llega Newman, y merece ser considerada con más detalle. El desafío de Newman al primitivismo se expresa vívidamente en este pasaje:

En verdad, a veces se dice que el agua del arroyo es más pura cerca de su fuente. Cualquiera sea el uso legítimo de esta imagen, no se aplica a la historia de una filosofía o de una creencia. (…) Sus comienzos no miden sus capacidades, ni su alcance. Al principio nadie sabe qué es, ni cuál es su valor. Permanece quizá un tiempo quieta; prueba, por así decirlo, sus miembros, explora el terreno bajo ella, tantea el camino. De tiempo en tiempo ensaya intentos que fracasan, y en consecuencia se abandonan. Parece en suspenso sobre hacia dónde dirigirse; vacila, y finalmente se lanza en una dirección definida. Con el tiempo penetra en territorios extraños; los puntos de controversia alteran su significación; partidismos surgen y caen en torno a ella; peligros y esperanzas aparecen en nuevas relaciones; y antiguos principios reaparecen bajo nuevas formas.
Cambia con ellos para seguir siendo la misma. En un mundo superior es distinto, pero aquí abajo vivir es cambiar, y ser perfecto es haber cambiado frecuentemente.8

Tolkien formula exactamente este argumento al ampliar su propia analogía arbórea:

No hay semejanza entre la “semilla de mostaza” y el árbol ya crecido. Para quienes viven en los días de su expansión ramificada, el Árbol es la cuestión central, pues la historia de un ser viviente forma parte de su vida, y la historia de algo divino es sagrada. Los sabios podrán saber que comenzó con una semilla, pero es inútil tratar de desenterrarla, porque ya no existe, y la virtud y los poderes que tenía ahora residen en el Árbol.9

Tolkien no está argumentando a favor de la aceptación acrítica de todo aspecto de la vida y de la práctica litúrgica moderna de la Iglesia. Más bien, en línea con Newman, quien distinguía entre desarrollo y corrupción, Tolkien afirma que “las autoridades, los custodios del Árbol, deben cuidarlo, según la sabiduría que posean, podarlo, quitarle chancros, librarlo de parásitos, y así sucesivamente.”10 Si quienes buscan la salud del Árbol se obsesionan con la idea de que pueden devolverlo a su condición de plántula, Tolkien dice que en realidad causarán un gran daño, pues un ser viviente maduro no puede volver a ser inmaduro otra vez. Como “organismo viviente”, la Iglesia cambia para permanecer esencialmente inalterada.

Tolkien encontró muy dolorosos muchos de los cambios en las prácticas de la Iglesia en la década de 1960. Pero, como John Henry Newman, veía el cambio (aunque incómodo) como inevitable, algo que debe afrontarse y aceptarse. El propio Tolkien declaró: “¡No soy un reformador ni un ‘embalsamador’! No soy un ‘reformador’ (por ejercicio de poder) pues eso parece condenado al Sarumanismo. Pero ‘embalsamar’ tiene sus propios castigos.” Estos “castigos” se manifiestan en su explicación sobre la falta de los Elfos. Él explicó:

los Elfos no son completamente buenos ni están totalmente en lo correcto. No tanto porque coquetearon con Sauron; sino porque con o sin su asistencia eran ‘embalsamadores’. Querían tener el pan y comérselo: vivir en la Tierra Media histórica y mortal porque habían llegado a encariñarse con ella… y así intentaron detener su cambio y su historia, detener su crecimiento, mantenerla como un jardín placentero, incluso en gran parte un desierto, donde pudieran ser “artistas” —y estaban sobrecargados de tristeza y nostalgia.11

Como Newman dijo en las palabras finales de El desarrollo de la doctrina: “No te envuelvas en las asociaciones de años pasados, ni determines como verdad aquello que deseas que lo sea, ni conviertas en ídolo tus anticipaciones queridas.”12 O como Tolkien comentó a su hijo: “‘Volver a lo normal’ —predicamentos políticos y cristianos— como un profesor católico me dijo una vez, cuando lamentaba el derrumbe de todo mi mundo que comenzó justo después de cumplir 21.”13 El tumulto político y religioso era la regla, no la excepción, en la historia. La fijación absoluta no era una característica de este mundo, porque, como dice la Carta a los Hebreos: “No tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la futura.”Tolkien murió el 2 de septiembre de 1973. Ese otoño, el Merton College celebró un servicio memorial en la capilla del colegio. Apropiadamente, dado el testimonio vital de Tolkien de amistad caritativa con cristianos fuera de la comunión de la Iglesia Católica, este servicio anglicano fue un acontecimiento ecuménico. El himno final fue uno de John Henry Newman: “Praise to the Holiest in the Height” —especialmente apropiado para Tolkien, cuya espiritualidad había sido tan profundamente formada por el Oratorio nglés fundado por Newman y cuya vida y obra pueden verse como plenamente partícipes del linaje intelectual y espiritual de Newman.

Nota de la autora. Este artículo está adaptado a partir del material de Tolkien’s Faith: A Spiritual Biography (Word on Fire Academic, 2023).

NOTAS

  1. J. R. R. Tolkien, Carta 306. The Letters of J.R.R. Tolkien: Revised and Expanded Edition, ed. Humphrey Carpenter (William Morrow, 2023).
  2. Tolkien, carta 306.
  3. Todavía no he encontrado evidencia decisiva de que Tolkien haya leído The Development of Doctrine (como comúnmente se lo conoce), pero, dada su formación en el Oratorio y su posterior involucramiento en la Newman Society y en la Newman Association, me resulta imposible creer que no estuviera familiarizado con él.
  4. Tolkien, carta 294a.
  5. Tolkien, carta 306.
  6. Tolkien, carta 306.
  7. Newman, An Essay on the Development of Christian Doctrine (Longmans, Green, 1909), p. 73. Disponible en https://newmanreader.org/.
  8. Newman, The Development of Doctrine, p. 40.
  9. Tolkien, carta 306.
  10. Tolkien, carta 306.
  11. Tolkien, carta 154.
  12. Newman, The Development of Doctrine, p. 445.
  13. Tolkien, carta 306.

Traducido por Tomás De Rosa

3 comentarios en “El Doctor de la Iglesia y el Creador de la Tierra Media: las conexiones de J.R.R. Tolkien con Newman”

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