“Después de todo, creo que las leyendas y los mitos encierran no poco de «verdad»; por cierto, presentan aspectos de ella que solo pueden captarse de ese modo” (Tolkien, Carta 131,1951)
Cansancio. Repetición. Rutina. Hartazgo. Palabras que hoy redundan en nuestra cotidianeidad, teñida por la finalización del año y todo lo que el mismo puso sobre nuestros hombros. Tiempos que se han tornado oscuros por la desesperanza que se postula gentilmente como un lugar donde descansar, donde apoyar tristemente la cabeza con la “paz” de que nada podría ser peor. Allí no hay lugar para la preocupación. Es que no hay esfuerzo ni voluntarismo humano que valga la pena y entonces nuestra conciencia encuentra una agria, mediocre e insoportable tranquilidad.
Alivio. Novedad. Asombro. Renovación. Se pensará que estas palabras se colaron entre estas líneas, por error, debido al contraste con lo descripto anteriormente. Puede que esa actitud, sea la que se ha arraigado entre nosotros, la que se ciega ante la adversidad y no deja lugar a la palabra esperanzadora que sana y fortalece aún en el contexto más tenebroso. La venida de las fiestas posee ese toque alegre que permite cosechar frutos del año y mirar hacia delante con otros ojos. Acompañando este clima, en esta ocasión, buceando humildemente en la obra de J.R.R. Tolkien, trataremos de remediar esa “ceguera” a partir de la luz de quien supo abrir pasadizos de renovada esperanza, aún en la oscuridad más densa y profunda. Que sea él quien guíe este breve viaje:
“La Renovación (que incluye la mejoría y el retorno de la salud) es un volver a ganar: volver a ganar la visión prístina. (…) En cualquier caso, necesitamos limpiar los cristales de nuestras ventanas para que las cosas que alcanzamos a ver queden libres de la monotonía del empañado cotidiano o familiar, y de nuestro afán de posesión. De todos los rostros que nos rodean, los de nuestros familiares son a la vez los que más dificultad presentan cuando con ellos se quieren hacer juegos de fantasía y los más arduos de contemplar con nuevo interés, percibiendo sus semejanzas y diferencias: percibiendo que todo son rostros y, sin embargo, rostros únicos. Esta cotidianeidad es el castigo por la «apropiación»: los objetos cotidianos o familiares (en el peor de los sentidos) son aquellos de los que nos hemos apropiado, legal o mentalmente. Decimos que los conocemos. Son como aquellas cosas que una vez llamaron nuestra atención por su brillo, su color o sus formas y que, ya en nuestras manos, encerramos con la llave en el arca, las hacemos nuestras y, una vez poseídas, dejamos de prestarles atención” (Tolkien, 2014 : 304)
La Tierra Media se presenta como un lugar auténticamente óptimo para vencer la monotonía de la cotidianeidad. Adentrarnos allí, lejos de adormecernos en un mundo de ficción idealista, nos regala una mirada profunda que permite elevarnos a partir de descubrir el significado último de la realidad que nos rodea.
Sin ir más lejos, si en este momento, observamos superficialmente a nuestro alrededor, seguramente encontraremos alguna puerta. No interesa tanto aquí su forma o cuán acostumbrados estemos a ellas, sino cuánto nos hablan, cómo son capaces de exceder lo dado. ¿Por qué no rastrear las distintas puertas que en la obra de Tolkien delinean respuestas para nuestra sed de conocer más?
Desde la universalidad y sencillez de este elemento, podemos cruzar el umbral e ingresar a la Tierra Media para contemplar renovadamente aun lo que consideramos más familiar y conocido.
Basta con leer la primera hoja de “El Hobbit”, para encontrar una descripción profundamente detallada la que hoy se convirtiera en una de las puertas más populares y entrañables, aquella que nos introduce en el agujero hobbit de Bilbo Bolsón, contradictorio sinónimo de comodidad y aventura:
“Tenía una puerta redonda, perfecta como un ojo de buey, pintada de verde, con una manilla de bronce dorada y brillante, justo en el medio” (Tolkien, 2010 : 11)
La belleza de la misma atrae a la contemplación y el descanso. Sentimientos más que recurrentes en el acomodadizo Bilbo, aferrado a una rutina que, aún sin poseer maldad resultaba ser condena a una vida superficial. Será frente a esa puerta que se presentaría Gandalf a despertar lo que estaba dormido, a abrir el lado Tuk para que brille la autenticidad del hobbit, empañada por la pasividad. Ante ello, cerrar la puerta se volvería una aparente salvación para Bilbo:
“—¡Disculpad! No quiero ninguna aventura, gracias. Hoy no. ¡Buenos días! Pero venid a tomar el té… ¡cuando gustéis! ¿Por qué no mañana? ¡Sí, venid mañana! ¡Adiós! — Con esto el hobbit retrocedió escabulléndose por la redonda puerta verde, y la cerró lo más rápido que pudo sin llegar a parecer grosero” (Tolkien, 2010 : 17)
Un auténtico signo de quien quiere hacer el bien pero a su manera, acomodando las circunstancias a su justa medida. Había en él una leve llama que le indicaba que debía lanzarse a la aventura, pero el deseo de retrasar ese momento de prueba cerraba con fuerza toda posibilidad a lo desconocido. La sabia respuesta de Gandalf, nos lleva a mirar aún más atentamente la puerta. Será una marca invisible con su bastón la que indique a los enanos el lugar de la génesis de la aventura. “¿Por qué no mañana?”: es que Bilbo había nacido para compartir hoy algo más que una taza de té.
Situarse en otra partida del ahora viejo Bilbo permite comprobar ilusionadamente tal realidad de rotunda transformación y encuentro con lo hondo de su ser. En la noche de su cumpleaños, llegado el momento de abandonar la Comarca, casualmente acompañado por tres enanos, su corazón canta ante la partida con alegre paz de reconocer una vida recorrida con plenitud:
“—¡Qué alegría! ¡Qué alegría partir otra vez, estar en camino con los enanos! ¡Años y años estuve esperando este momento! ¡Adiós! — dijo mirando a su viejo hogar e inclinándose delante de la puerta —. ¡Adiós, Gandalf! (…)
En seguida, en voz baja, como para sí mismo, se puso a cantar en la oscuridad:
El Camino sigue y sigue
desde la puerta
El Camino ha ido muy lejos.
y si es posible he de seguirlo
recorriendolo con pie decidido
hasta llegar a un camino más ancho
donde se encuentran senderos y cursos.
¿Y de ahí adónde iré? No podría decirlo” (Tolkien, 2012 : 62)
Es la experiencia de quién ha recorrido un arduo camino de renuncia y pérdida pero de aún mayor gratitud y ganancia por atreverse a cruzar la puerta dejando atrás el nostálgico afán de posesión material. Así, podemos ver en Bilbo una profunda resignificación de aquellas “puertas” que se vuelven impedimentos a emprender el inevitable viaje que nuestra vocación exige transitar. Claro, no se nos promete que ese recorrido sea cómodo. Al igual que Frodo, sabemos que este camino no está exento de dificultades:
“En realidad me recuerda mucho a Bilbo en los últimos años, antes que partiera. Decía a menudo que solo hay un Camino y que era como un río caudaloso; nacía en el umbral de todas las puertas y todos los senderos eran ríos tributarios. «Es muy peligroso, Frodo, cruzar la puerta» solía decirme” (Tolkien, 2012 : 113)
Hemos develado el punto de partida. No obstan
te, las puertas en la obra de Tolkien, no sólo nos hablan del origen. Son también aquellas trabas que se nos presentan aún habiendo superado el temor inicial a emprender la aventura.
Una vez conformada la Comunidad del Anillo, serán las Puertas de Moria las que se interpondrán como un obstáculo en el sendero hacia la conquista de la misión. Ante un Gimli que asegura que es imposible encontrar el portal por ser invisible, la sabiduría esperanzada de Gandalf será la encargada de descubrirla: “Si las cosas no cambiaron aquí demasiado, un par de ojos que sabe lo que busca tendría que encontrar los signos” (Tolkien, 2012:425). Sin embargo, aquí no se trata únicamente de una mirada profunda (aunque necesaria) para descubrir la dificultad a superar. Es ésta una puerta, y aquí, la palabra se viste de llave. Son las escrituras en lengua élfica las que darán la pista:
“— ¿Qué significa habla, amigo, y entra?— preguntó Merry.
— Está bastante claro —dijo Gimli—. Si eres amigo, dices la contraseña, y las puertas se abren, y puedes entrar” (Tolkien, 2012 : 427)
Las desesperanzadas palabras de Gimli se fundan en reconocerse ante un impedimento que lo supera enormemente. Será nuevamente la sabiduría de Gandalf para reconocer en la sencilla e inocente pregunta de Merry el saber revelado que se vuelve la clave para abrir la infranqueable puerta: “Solo tuve que pronunciar la palabra amigo en élfico y las puertas se abrieron. Simple, demasiado simple para un docto maestro en estos días sospechosos. Aquellos sin duda eran tiempos más felices. ¡Bueno, vamos!” (Tolkien, 2012 : 430)
En un mundo en el que lo sencillo es descartado y las relaciones se vuelven superficiales, Gandalf nos indica que más que una fórmula, es la realidad que la palabra “amigo” designa lo que abre las Puertas. La pureza de la amistad se vuelve una fuerza exponencial capaz de avanzar en el camino, sin importar si los tiempos son más o menos felices. Hay en ellas algo que supera lo efímero de las circunstancias, un sutil aroma de eternidad. Lo perenne de las buenas amistades es capaz de vislumbrar un futuro superador, aún cuando pareciera que éste se vuelve invisible, de apostar por lo sencillo y verdadero, aún cuando las teorías de intrincados estudiosos se presentan por encima de lo real, y de ser esa palabra de sincera lealtad que alumbra desde la esperanza aún en los días más sospechosos.
Siguiendo nuestro recorrido, se presentan las puertas de Edoras. Es aquí, Gandalf junto a Legolas, Gimli y Aragon quienes desean cruzar el umbral. Una vez más, no será nada sencillo. Los visitantes son recibidos como extraños por los centinelas, son considerados extranjeros que deben dejar sus armas en la puerta para asegurar su buena voluntad. A pesar de las quejas de sus compañeros, Gandalf decide entrar con paso decidido y despojado de su espada. Su objetivo es claro. Su interés último está en abrir las puertas del adormecido y endurecido corazón de Théoden, el Rey de la Marca de Rohan. Han sido los consejos de Lengua de Serpiente, el enviado de Saruman, los que han seducido al rey a una rastrera vida de ambición, desesperanza, confusión, mediocridad y afán de poder. Gandalf sabe que con esta “apertura”, ya no habrá desconfianza ni temor, sabe que con la reconquista de una voluntad corrompida, las puertas del castillo y de una nueva vida se abrirán de par en par. Para ello, ningún arma es más poderosa que la palabra redentora:
“Hubo un relámpago, como si un rayo hubiera partido en dos el techo. Luego, todo quedó en silencio. Lengua de Serpiente cayó al suelo de bruces.
—¿Me escucharéis ahora,Théoden hijo de Thengel? —dijo Gandalf—. ¿Pedís ayuda? — Levantó la vara y la apuntó hacia una ventana alta. Allí la oscuridad pareció aclararse, y pudo verse por la abertura, alto y lejano, un brillante pedazo de cielo. —No todo es oscuridad. Tened valor, Señor de la Marca, pues mejor ayuda no encontraréis. No tengo ningún consejo para darle a aquel que desespera. Podría, sin embargo, aconsejaros a vos, y hablaros con palabras. ¿Queréis escucharlas? No son para ser escuchadas por todos los oídos. Os invito, pues, a salir a vuestras puertas y a mirar a lo lejos. Demasiado tiempo habéis permanecido entre las sombras prestando oídos a historias aviesas e instigaciones tortuosas.
Lentamente Théoden se levantó del trono. Una luz tenue volvió a iluminar la sala. (…)
Lengua de Serpiente seguía tendido en el suelo. Llegaron a las puertas y Gandalf golpeó.
—¡Abrid!— gritó—. ¡Aquí viene el Señor de la Marca!.
Las puertas se abrieron de par en par y un aire refrescante entró silbando en la sala” (Tolkien, 2014:152)
A diferencia de las palabras esclavizantes de Lengua de Serpiente, la voz de Gandalf sana y libera al rey. Descubrimos que el mal se camufla de aparente bien bajo promesas atrapantes pero en el fondo ilusorias. Son tantas las voces que nos rodean que es inmensa la tentación de seguir dócilmente las más atractivas o las que suenan con mayor fuerza. Importará pues, en los momentos de sombras conducir nuestra voluntad, para, al igual que Théoden discernir según el Bien para que sean nuestros oídos los que estén atentos para escuchar y salgamos a las puertas “a mirar a lo lejos”, hasta ser capaces de reconocer que “el tiempo del miedo ha pasado” (Tolkien, 2014:152)
Hemos recorrido diferentes senderos significados por la presencia de alguna puerta. En ellas, ha sido Gandalf el encargado de abrirlas en par en par. Quedarse en que la esperanza descansa en la aparición de un sabio mago en la cotidianidad nos haría olvidar el propósito inicial: resignificar las puertas en nuestra vida. Así, es posible descubrir que en las diferentes situaciones existe una respuesta interna al llamado, hay una voluntad errante que sin embargo responde afirmativamente según el bien. A su vez, esa apertura no crea inmediatamente algo nuevo, sino que eleva algo que ya se encontraba en potencia. La renovación aún es posible. Claro, importará discernir cuándo es conveniente abrir a algún Gandalf que llama a nuestra puerta y cuando cerrar a aquel Saruman que ante la aparente liberación busca esclavizarnos.
Cercanos a la Navidad, en tiempos en los que la legalidad parece alejarse de la justicia en nombre del deseo individual y se toma con liviandad hasta lo más hondo, reconozcamos qué puertas abrir para cerrar aquello que daña nuestro corazón y así, defender con fortaleza lo que realmente vale la pena. No olvidemos que hace algunos años, muchos posaderos negaron la entrada a un carpintero y a una mujer a punto de dar a luz, ignorando que en esa vida se nos daría la verdadera Vida.
Bibliografía:
- Carpenter, H. (comp.) Cartas de J.R.R. Tolkien, Barcelona, Minotauro, 1993
- Tolkien, J. R. R., “Sobre los cuentos de hadas“ en “Cuentos desde el reino peligroso”, Buenos Aires, Minotauro, 2014.
- Tolkien, J. R. R., “El Hobbit”, Buenos Aires, Minotauro, 2010
- Tolkien, J. R. R., “El Señor de los Anillos I: la Comunidad del Anillo”, Buenos Aires, Minotauro, 2012
- Tolkien, J. R. R., “El Señor de los Anillos II: las Dos Torres”, Buenos Aires, Minotauro, 2014.