Por Cid Ludovico
– ¿No os gustan los cuentos de hadas? — preguntó haciendo un esfuerzo por cambiar de tema.
– Sí que nos gustan —contestó tímidamente Eksi—, nos gustan muchísimo.
– ¿Y cuál es vuestro favorito?
– La historia de la Redención —respondió con sencillez su hermana mayor. (Fenollera, 2016)
Damas y caballeros, resulta tan gracioso como prudente comenzar esta disertación con un diálogo que ocurre entre la señorita Prudencia Prim y un cuarteto de niños pulcros. Los describo de tal manera no precisamente por estar higienizados (probablemente hayan pasado buena parte del día sucios por tanto jugar en la naturaleza), sino por haber sido criados en una atmósfera libre de todo modernismo. Antes de avanzar más, véase el desenlace de la conversación:
La señorita Prim, atónita ante la respuesta, no supo qué contestar […].
– Pero Tes, eso no es exactamente un cuento de hadas. Los cuentos de hadas son historias llenas de fantasía y aventura, están hechos para entretener. No están fechados en una época determinada ni hablan de personas y lugares que existieron.
– Oh, pero eso ya lo sabemos —dijo la niña—. Sabemos que no se trata de un cuento de hadas normal. Sabemos que es un cuento de hadas real.
La bibliotecaria se acomodó, pensativa, en el viejo banco de hierro.
– ¿Lo que quieres decir es que se parece a los cuentos de hadas? ¿Es eso? —preguntó intrigada.
– No, claro que no. La Redención no se parece en nada a los cuentos de hadas, señorita Prim. Son los cuentos de hadas y las viejas leyendas los que se parecen a la Redención. ¿No se ha fijado usted nunca? Es como cuando copias un árbol del jardín en un papel. El árbol del jardín no se parece al dibujo, ¿no es cierto? Es el dibujo el que se parece un poco, solo un poquito, al árbol de verdad.
Verdaderamente asombrosa explicación de estos niños. Aquellos que hayan leído “El despertar de la Señorita Prim” recordarán este pasaje con particular ternura y admiración. Tal vez resulte llamativo el motivo para referirse a éste. Para tratar de explicarlo, será menester remitirse al ensayo “Sobre los cuentos de hadas” (Tolkien, Cuentos desde el Reino Peligroso, 2009).
Como se ha disertado anteriormente en el escrito “De las estatuas de la bruja” (Ludovico, 2020), el hombre puede disponer del poder del encantador. Y este poder consiste en la subcreación de Mundos Secundarios, que, si son elucubrados correctamente, formarán una nueva región del reino de Fantasía. Particularmente, resulta propicio adentrarse un paso más en esta cuestión; y, particularmente, abordar este aspecto subcreador del mito, muchas veces tan olvidado. Para esto, es menester aclarar tres malas concepciones.
Primeramente, es preciso erradicar esa falsa, aunque popular y moderna, acepción peyorativa de “mito” que se ha creado (y forzado a creer) para asociarlo a una mentira. He aquí algunos titulares que pueden servir como ejemplos para materializar este punto: “Cinco mitos sobre la lactancia materna”, “Cuatro mitos sobre el estreno de un auto que debe dejar de creer”. Se utiliza la palabra mito como sinónimo de mentira, de falsedad. Y la única falsedad en esto es considerar que el mito es una mentira. En mi opinión, esta utilización equívoca del término es puramente intencional (esto amerita ser comentado en otra oportunidad); y con un fin perverso: todo aquello que no pueda ser “comprobado científicamente” es lícito que sea desestimado.
Lo absurdo y paradójico, y por tanto cómico, de esta asociación artificial del mito a la mentira es que ha sido pergeñada (aunque con ausencia de genio) por un grupo minúsculo de hombres que se han reunido en un bar y se han hecho llamar “racionalistas”, pero que irónicamente se han olvidado de invitar a sentar en la mesa junto a ellos, justamente, a la razón. Esto amerita dos breves comentarios. El primero es que de ninguna manera pretende el vasallo Ludovico ofender al lector. Probablemente, tanto el lector como el bufón Ludovico hayan cometido tal error de faltar a la caridad al usar esta acepción peyorativa del mito en un pasado. Para esto, sólo basta aplicar esta regla: no existe santo sin pasado ni pecador sin futuro. El segundo comentario está relacionado a la percepción. Aquel que sabe que no es así, al escuchar a alguien ametrallar con insensateces, puede llegar a sentirse ofendido y recibir tales comentarios con total rechazo. Ahora bien, sin ánimos de vanagloria ni de soberbia, es preciso saber que cada creatura percibe los hechos de acuerdo con su naturaleza, a su capacidad. Por tanto, sería correcto ignorar tales palabras, o, en el mejor de los casos, corregir con humildad y astucia.
La segunda aclaración con respecto al mito y al cuento de hadas es la de no confundirlos con una fábula. Es decir, dentro del mito o dentro de cualquier cuento de hadas, naturalmente, hay personajes; pero es en vano y equivocado que el lector conciba a éstos últimos como unos extraños entes que portan una careta que esconde algo o a alguien que el autor quiere encubrir. Y es mucho más en vano y equivocado que uno se esfuerce por develar qué personaje de nuestro mundo, o qué virtud o vicio, está siendo encubierto por el autor en uno de los personajes. Lo deseable es que el lector lea la realidad de lo que es narrado dentro del mundo secundario en donde es presentado, y que discierna y se sirva del provecho que pueda sacarse.
Finalmente, es menester mencionar que, si bien el cruce de palabras con el que se comenzó ocurre entre una damisela y un grupo de niños, los cuentos de hadas y mitos no son sólo para los niños: son para todos (en especial para los adultos, atrévase agregar). No es extraño que los mismos hombres del bar que se llaman “racionalistas” (que con inconsistentes razones dicen razonar sobre la divinidad de la razón mientras se conceden la licencia de no razonar sobre sus irracionales razones) hayan encasillado arbitrariamente los mitos y cuentos de hadas como lectura para niños. Entonces, retómese y conclúyase la sentencia misma del párrafo anterior, agregándose dos puntos: a) ahorrándose el subestimar a los niños y el categorizar libros por edades; b) eliminándose la convicción de que el proceso de crecimiento fisiológico va necesariamente unido a una creciente perversidad.
El poder del encantador que se presentó al comienzo consiste en la capacidad de subrcreación de Mundos Secundarios por parte del hombre. Pero esta subcreación ha de ser entendida como co-creación. Porque tal poder está presente en el hombre (aunque no todos lo practican, y, del subconjunto que lo hace, no todos los hacen loablemente) gracias a que el único que crea, propiamente hablando, es Dios, el Uno y Trino. Y como Él, en su infinita bondad, nos ha creado a imagen y semejanza, entonces, nosotros al subcrear, en realidad, estamos siendo co-creadores, salvando la inmensurables distancias con el Creador.
Los niños iniciaron la ponencia tratando la Redención. Es curioso, aunque no extraño, que sean niños los que han descubierto la realización plena del Cuento de Hadas. El profesor Tolkien lo ha inmortalizado de esta manera: “He tenido siempre la impresión – una impresión jubilosa – de que Dios redimió a los hombres, criaturas caídas y a su vez creadoras, en una forma que respondía tanto a éste como a los otros aspectos de su extraña naturaleza. El Nuevo Testamento […] abarca toda la esencia de las historias de fantasía. Contiene muchas maravillas […]; y entre esas maravillas está la mayor y más completa eucatástrofe que pueda concebirse. Pero esta historia ha entrado ya en la Historia y en el mundo primario; el deseo y las aspiraciones de la subcreación se han sublimado hasta la plenitud de la Creación. El nacimiento de Cristo es la eucatástrofe de la historia del Hombre. La Resurrección es la eucatástrofe de la historia de la Encarnación.” (Tolkien, Cuentos desde el Reino Peligroso , 2009).
Estimados lectores, no es la intención desestimar el uso de la razón. Simplemente, se procuró esgrimir que así como la inmensa mayoría de los hombres que ocupan cargos políticos no desean el bien del pueblo, así como al feminismo moderno no le interesa el bien de la mujer, así tampoco los racionalistas apelan a la razón. De igual forma, se ha realizado el esfuerzo por hacer una correcta apología del mito y del cuento de hadas. Y si el lector permite un último atrevimiento, y aquí tomo toda la responsabilidad: os enseño, al igual que yo he sido instruido, que, paradójicamente, tal vez, sólo volviéndose un niño pueda uno alcanzar a comprender no sólo los cuentos de hadas subcreados, sino también el augusto Cuento de Hadas. Y para quien ponga en tela de juicio la cordura y las razones de Cid Ludovico (que con justa causa lo haría), he aquí Alguien que habla con autoridad: “En verdad, os digo, quien no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Mc. 10, 15).
FIN.
Cid Ludovico
Bibliografía
Fenollera, N. S. (2016). El despertar de la señorita Prim. En N. S. Fenollera, El despertar de la señorita Prim (págs. 111-112). C.A.B.A.: Planeta.
Ludovico, C. (2020). De las estatuas de la bruja. Sr. Bombadil y Academia de las Cuatro Plumas.
Tolkien, J. (2009). Cuentos desde el Reino Peligroso. En J. Tolkien, Sobre los cuentos de hadas (págs. 257-317). Buenos Aires: minotauro.
Tolkien, J. (2009). Cuentos desde el Reino Peligroso . En J. Tolkien, Sobre los cuentos de hadas (pág. 316). Buenos Aires: minotauro.