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A mi Director Espiritual Padre A. G., mi maestro sabio y amigo bueno.
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El santo cristiano dirá: «Nolo episcopari». Si la gran paradoja del Cristianismo quiere decir algo, quiere decir esto: que hemos de tomar la corona en nuestras manos y buscar en los lugares áridos y en los rincones oscuros de la tierra hasta encontrar al hombre que se sienta incapaz de usarla. (Chesterton, 1998)
Queridos amigos, es para mí, Cid Ludovico, un gran júbilo poder escribir estas líneas que tanto deseé y que, por diversas razones, no he podido hacerlo hasta hoy. Creo firmemente que Gandalf es un personaje mitológico realmente admirable, grandioso y, por tanto, un arquetipo. Y en esto último quiero reparar: se trata de un mago con una personalidad inmensamente virtuosa, digno de conocer e intentar imitar en nuestras vidas. Dejaremos los temas relacionados a su origen, naturaleza, historia y aventuras para futuros escritos. Ahora es menester abocarse a su persona. Veamos.
La virtud que más se destaca y brilla en Gandalf es la humildad. Es ésta la roca sobre la cual se edifica su vida y que se observa en su cotidianidad, como al fumar pipa con los Hobbits. Sobre todo, los destellos de esta tan bella virtud relucen magníficamente en los momentos difíciles. Repasaremos ligeramente algunas situaciones en las que resplandece su humildad.
Manwë, jefe de los Valar, a quienes servían los Maiar como Gandalf, lo convocó junto a otros cuatro Maiar, entre ellos Saruman y Radagast, para que viajen a la Tierra Media a fin de ayudar a los hombres y elfos en el combate contra Sauron. Se sabe que este encargo se dio en el marco de un concilio de los Valar aunque se desconocen los detalles, salvo uno que ha quedado registrado para la posteridad: finalizado el concilio, Gandalf se declaró débil para esta misión, además de temer a Sauron. Y fue precisamente por estas razones que Manwë ratificó su decisión. Nolo episcopari…
Los Maiar son seres angelicales que al encarnarse se les limitó y estorbó su exhibición de poder y conocimiento. Gandalf fue el último de los Maiar en llegar a la Tierra Media. No habitó en ningún lado. Pasó más de mil años viajando y aprendiendo de las gentes de espíritu y conocimientos inferiores. Es característico y valioso en Gandalf el haber permanecido mucho tiempo observando, acercándose hacia todo aquello que quería conocer. Siempre andaba ayudando y entablando amistad con los pueblos acechados por las fuerzas de Sauron. Era alegre y bondadoso con los pequeños, pero rápido para la reprensión de los desacertados. Andaba mayormente a pie y no recolectaba riquezas para sí, ni tenía seguidores. Gandalf no buscaba el poder temporal.
Gandalf nunca desatendió el motivo principal por el cual los Valar tuvieron el plan prudencial de enviarlo: la búsqueda del origen del mal. Frente a la creciente amenaza de Sauron, vio conveniente y recomendó crear el Concilio Blanco, en el cual Galadriel lo propuso como jefe. Sin embargo, el mago gris rehusó prontamente la posición, no hallándose apto y prefiriendo servir a Saruman como cabeza del concilio. Nolo episcopari…
Los frutos de la humildad son la sabiduría y la docilidad.
La docilidad consta de dos niveles: docilidad hacia la realidad y docilidad hacia los superiores. La primera puede verse reflejada, por ejemplo, en el rechazo voluntario de Gandalf al Anillo ofrecido por Frodo. Sabiamente Gandalf conocía sus limitaciones y su intrínseca posibilidad de caída. Era consciente que las consecuencias de que él usara el Anillo eran más devastadoras que si lo hacía Sauron. Gandalf, como Señor del Anillo, hubiera seguido siendo “justo”, pero con una justicia centrada en sí mismo. Habría vuelto el bien, detestable y en apariencia, malo.
La docilidad a sus superiores, los Valar, es lo que más me ha maravillado y cautivado. Los Maiar son emisarios de los Valar y su misión consiste en alentar y lograr que se manifiesten los poderes nativos de los enemigos de Sauron, enseñando y aconsejando antes que forzando y dominando las voluntades. Su función es preparar, aconsejar, instruir, animar el corazón y la mente de los amenazados por Sauron, para oponerle resistencia con sus propias fuerzas y no sencillamente hacerlo los Maiar en su lugar.
Por eso, la tentación de los Maiar es hacer lo que para ellos está mal y es desastroso: forzar las voluntades menores mediante el poder. La forma principal que adopta la tentación en los magos es la impaciencia, que los conduce al deseo de querer forzar a los demás a cumplir sus propios buenos designios y, por tanto, de manera inevitable, al deseo de volver efectivas sus propias voluntades. Como es sabido, Gandalf, por su humildad, logró mantenerse fiel al designio de sus superiores, mientras que Saruman sucumbió.
La caída de Saruman empeoró la situación haciendo que los “buenos” se vieran obligados a un mayor esfuerzo y sacrificio. Y he aquí el acto culmen de Gandalf en el que convergen su humildad, su sabiduría y su docilidad: su sacrificio, la oblación de sí mismo sobre el puente de Khazad-Dum en el enfrentamiento contra el Balrog. En esta circunstancia, Gandalf es consciente de ser el más poderoso de la Compañía y el único capaz de dirigir una resistencia eficaz contra Sauron: ¿derrotar al Balrog matándose a sí mismo o sobrevivir para cumplir su misión? Atiende a su deber, abandona abnegadamente sus esperanzas personales de triunfo y se sacrifica en defensa de sus compañeros, los más pequeños.
Hasta aquí los magos han fallado: Radagast ha adorado a las cosas inferiores; Saruman se ha adorado a sí mismo; no se ha recibido noticia alguna de los magos azules que partieron hacia el Este, por lo que se supone que han fracasado; y Gandalf acaba de morir. El escenario de la Tierra Media es devastador, catastrófico, y no permite entrever siquiera un atisbo de esperanza.
No obstante, el sacrificio de Gandalf no fue en vano. Eru, el creador increado, lo recompensa haciéndose cargo y ampliando el plan de los Valar: Gandalf se sacrificó, fue aceptado, fue fortalecido y fue devuelto. Los Valar no podían dar vida. Es Eru quien devuelve al mago fortalecido a la Tierra Media por un breve tiempo para que culmine su misión. Es este aumento en su poder, por ejemplo, el que hace posible salvar al soberano Theoden. El poder de Gandalf no es exorcizar, sino infundir nueva esperanza y nueva vida. Gandalf es el profeta de la esperanza. Tan sólo invita al viejo rey a tomar su espada en la mano. Después de eso, es el rey quien hace el resto. Con este mismo poder y autoridad es con el que excomulga a Saruman del Concilio Blanco y de la Orden de los Maiar.
Gandalf es el educador por excelencia, capaz, justamente, de “hacer surgir” (educere) lo mejor de las personas con las que se encuentra. Es el perfecto “director espiritual”: sabe hablar y persuadir sin dominar jamás la voluntad a la que intenta ayudar. La sabiduría de Gandalf está en el saber desprenderse del poder que le es connatural. Esta cualidad del mago puede observarse en sus conversaciones con Bilbo al ayudarlo a comprender que es hora de delegar el Anillo a Frodo. Gandalf tiene puesta su atención en los pequeños: los nobiliza.
Gandalf ha reconocido quién es él: un instrumento. Un instrumento que al momento de haber cumplido su trabajo no vacila en regresar a su tierra, Aman. Su actitud es opuesta a la de Denethor. El senescal de Gondor vio que concluiría su labor con el próximo retorno de Aragorn, hijo de Arathorn y legítimo heredero del trono. Mas no quiso aceptar que su misión había cesado, pues siempre se puso en el centro y en alta estima. Contrariamente, el centro de la afectividad de Gandalf estaba ocupado por la salvación de la Tierra Media.
Gandalf es un caballero, es un verdadero varón, como tal, consciente de su condición, pronto para ejecutar el bien, fiel a su señor, firme en su decisión, de noble espíritu, paciente en la adversidad, justo en sus juicios, casto, guía, buen consejero, observador agudo de la realidad y dispuesto al sacrificio por quienes le fueron encomendados.
La actitud de Gandalf es de un continuo servicio, de oblación. En él se refleja el amor benevolente, el amor de amistad (opuesto al amor de concupiscencia), el amor verdadero: reconoce su lugar, lo que le permite centrarse en los demás y salir de sí en su ayuda, aconsejando sin forzar ni dominar, sino persuadiendo, observando y esperando con paciencia. Tomemos, pues, provecho del testimonio de este maestro sabio y amigo bueno que nos ha predicado con su vida.
Cid Ludovico
Bibliografía
Chesterton, G. K. (1998). La eterna revolución. En G. K. Chesterton, Ortodoxia (pág. 69). México: Editorial Porrúa.
Coassolo, I. (2015). Gandalf según Tolkien. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Ciudad Nueva.
Ferro, J. N. (2022). Leyendo a Tolkien. Buenos Aires: Eucatástrofe Ediciones.
Tolkien, J. R. (1980). Cuentos inconclusos de Númenor y de la Tierra Media. España: Booket.
Tolkien, J. R. (2006). The letters of J. R. R. Tolkien. London: HarperCollinsPublisher.
3 comentarios
Maravillosa descripción del nuestro querido mago, ¡Enhorabuena!
Dedicado a todos los directores espirituales, aunque no tengan la barba blanca, han muerto a ellos mismos para salvar nuestras almas.
El siguiente párrafo está meditable:
Gandalf es un caballero, es un verdadero varón, como tal, consciente de su condición, pronto para ejecutar el bien, fiel a su señor, firme en su decisión, de noble espíritu, paciente en la adversidad, justo en sus juicios, casto, guía, buen consejero, observador agudo de la realidad y dispuesto al sacrificio por quienes le fueron encomendados.