—¡Impedírmelo! ¿A mí? Estás loco. ¡Ningún hombre viviente puede impedirme nada!
—¡Es que no soy ningún hombre viviente! Lo que tus ojos ven es una mujer. Soy Eowyn hija de Eomund. Pretendes impedir que me acerque a mi señor y pariente. ¡Vete de aquí si no eres una criatura inmortal! Porque vivo o espectro oscuro, te traspasaré con mi espada si lo tocas.
JRR Tolkien en «El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey».
Muchos hacen hincapié en este momento de «El Señor de los Anillos» para hablar de la opinión del autor del libro sobre las mujeres. A veces, por negar que Tolkien era una machista que despreciaba a la mujer (lo cual es muy acertado demostrar que no lo era), se cae en el otro extremo de ver posible una valoración del papel femenino en la sociedad y en la historia por parte del Profesor solamente con tintes ideológicos feministas.
Por eso creo que, para encontrar un justo equilibrio, tenemos que dirigirnos hacia cómo termina la historia de Eowyn en esta obra, y leer también lo que dice Tolkien al respecto en sus cartas. Ni machismo ni feminismo, sí varón y mujer:
—¡No desdeñéis la piedad, que es el don de un corazón generoso, Eowyn! Pero yo no os ofrezco mi piedad. Pues sois una dama noble y valiente y habéis conquistado sin ayuda una gloria que no será olvidada; y sois tan hermosa que ni las palabras de la lengua de los elfos podrían describiros, y yo os amo. En un tiempo tuve piedad por vuestra tristeza. Pero ahora, aunque no tuvierais pena alguna, ningún temor, aunque nada os faltase y fuerais la bienaventurada Reina de Gondor, lo mismo os amaría. Eowyn ¿no me amáis?
Entonces algo cambió en el corazón de Eowyn (…) Y desapareció el invierno que la habitaba, y el sol brilló en ella.
—Esta es Minas Anor, la Torre del Sol —dijo—, y ¡mirad! ¡La Sombra ha desaparecido! ¡Ya nunca más volveré a ser una doncella guerrera, ni rivalizaré con los grandes caballeros, ni gozaré tan sólo con cantos de matanza! Seré una Curadora, y amaré todo cuanto crece, todo lo que no es árido. —Y miró de nuevo a Faramir—. Ya no deseo ser una reina —dijo
JRR Tolkien en «El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey».
Sobre esto mismo opina y agrega Tolkien:
Aunque no un «ama seca» por temperamento, tampoco era realmente un soldado o «amazona», pero como muchas mujeres valientes era capaz de gran bravura militar en un momento de crisis.
JRR Tolkien, Carta 244.
Estas citas, como también las acciones llevadas a cabo por Tolkien durante su vida y que son relacionables con esto, resultan realmente muy esclarecedoras.
El Profesor es consciente del valor que tienen las mujeres por sí mismas, sin caer en la negación del don de la feminidad. Acepta que puede haber una Eowyn guerrera en su obra, así también como los católicos veneramos la historia de Santa Juana de Arco en nuestro mundo. Pero también reconocemos en los contextos sumamente particulares y de urgencia en lo que se dieron los respectivos hechos de guerra. Y a la dama le da también un cierre que hay que tener en cuenta.
El protagonismo que tuvieron grandes mujeres en su vida es también prueba del lugar que él les daba:
Su madre Mabel, una madre con todas las letras, quién estuvo dispuesta a sacrificar su vida por mantener la fe católica en ella y en sus hijos. Sobre esto escribe el famoso escritor:
«Mi querida madre fue en verdad una mártir, y no a todos concede Dios un camino tan sencillo hacia sus grandes dones como nos otorgó a Hilary ya mí, al darnos una madre que se mató de trabajo y preocupación para asegurar que conserváramos la fe.»
«JRR Tolkien: Una Biografía» de Humphrey Carpenter
Su amada Edith, de quién dicen que hizo numerosas ocasiones de «cable a tierra» de Tolkien. Su compañera de vida, su inspiración para la maravillosa historia de «Beren y Lúthien», con quien pasaría grandes momentos, como también momentos de renuncias y de perdón. Esto decía el Profesor poco después de enviudar:
No diré más ahora. Pero me gustaría tener una larga conversación contigo lo antes posible (…) alguien que esté cerca de mi corazón debería saber algo sobre las cosas que los registros no registran: los espantosos sufrimientos de nuestra infancia, de los que nos rescatamos mutuamente, pero no pudimos curar del todo las heridas que más tarde, con frecuencia, resultaron incapacitantes; los sufrimientos que padecimos después que empezó nuestro amor; todo lo cual (por encima de nuestras debilidades personales) podría contribuir a volver perdonables o comprensibles los lapsos de oscuridad que a veces estropearon nuestras vidas, y a explicar cómo éstos nunca rozaron nuestras profundidades ni disminuyeron el recuerdo de nuestro amor juvenil. Por siempre (en especial cuando me siento solo) nos encontramos en el claro del bosque y vamos de la mano muchas veces para escapar a la sombra de la muerte inminente antes de nuestra última partida.
JRR Tolkien, Carta 340.
Tampoco hay que dejar de mencionar a su hija Priscilla, quien ayudó a su padre a soportar la muerte de Edith, hasta que llegara la hora del reencuentro de ellos en la eternidad, dos años después (comentario aparte, mi respetos a Priscilla, fallecida hace pocos días atrás).
Y aquí también hay que hablar sobre Nuestra Señora, la Madre de Dios, de quién Tolkien llegó a afirmar que sobre ella se funda su «escasa percepción de la belleza tanto en majestad como en simplicidad». Quienes deseen saber más sobre la presencia de la Virgen María en la vida y obra de Tolkien, pueden leer el ensayo ganador de los Premios Aelfwine de la Sociedad Tolkien Española, de Lorenzo Carrera Bloise.
La mujer para Tolkien es la dulzura, la belleza y la sencillez, es el don materno, es la mirada pura femenina. Es la bravura de Eowyn suavizada con la aparición de Faramir, es el testimonio de fe de Mabel, es la compañía de Edith y la inspiración que ella le provocaba. Es la alegría de su hija y el consuelo en todo momento de Nuestra Madre del Cielo.
Que el ejemplo de Tolkien nos invite a valorar verdaderamente a la mujer…
Atentamente, el Sr. Bombadil