Cuántos niños irritados o agobiados lo gritan con toda naturalidad. Cuántas veces también nosotros quisiéramos expresarlo, con calma o como sea. Más no nos atrevemos, puesto que, como afirma Chesterton -quien recoge tal experiencia- esto significaría contradecir las convenciones actuales (cfr. Ídem). ¡¿Quién se animaría a semejante cosa?!