¿La Belleza salvará al mundo?

Nicolás Palos

Cuando estaba en bachillerato, en un examen de castellano, se me pidió hacer una redacción argumentando por qué Dostoyevski tenía razón cuando dijo que “la belleza salvará el mundo” (Dostoyevski, 2005). En ese momento, no supe qué responder, pero recientemente, leyendo El Señor de los Anillos, descubrí que quizás esta obra pueda iluminarnos un poco, generando en nosotros una apertura, aunque sea por apenas una intuición, a la posibilidad de que podemos ser salvados. En otras palabras, que todo lo que una vez nos atrevimos a esperar, todos esos deseos que un día nos atrevimos a decir que no tenían respuesta, quizás sí tengan respuesta, al fin y al cabo. Quizás, aunque haya sido derribada y pisoteada, la esperanza no esté muerta del todo.

Frodo y Sam acaban de partir de Ithilien, donde han encontrado descanso. Sin embargo, deben ponerse rumbo a Mordor por el sendero de Cirith Ungol. En el camino, los paisajes se tornan sombríos. Cada día se adentran más en una oscuridad en la que apenas se llega a distinguir el día de la noche. La tierra es árida, los árboles cada vez son más secos, el aire es pesado y las jornadas son monótonas. Se dedican a caminar, alejándose de la comodidad de la Comarca, para adentrarse en el peligro y la oscuridad de Mordor. Y en medio del agotamiento, cuando anochece y la penumbra llega a su culminación, uno de los últimos rayos de luz del día ilumina una figura de piedra sentada. Ahí, en medio de la desolación, se encontraba el recuerdo de lo que una vez fue el reino de los hombres; de lo que una vez fueron esas tierras. La solemne imagen esculpida en piedra de uno de los antiguos reyes.

Dicha estatua había sido mutilada y pintarrajeada por los orcos. Su cabeza no estaba, y en su lugar había una piedra con un rostro horrible. En medio del camino, se encontraba la cabeza del rey. Una vez más, parece que la derrota es inevitable. Esta imagen destrozada hacía evidente el fracaso. Sin embargo, por un instante, Frodo intuye la posibilidad de que la derrota no sea total:

“¡Mira, Sam! —exclamó con voz entrecortada—. ¡Mira! ¡El rey tiene otra vez una corona!

Le habían vaciado las cuencas de los ojos, y la barba esculpida estaba rota, pero alrededor de la frente alta y severa tenía una corona de plata y de oro. Una planta trepadora con flores que parecían estrellitas blancas se había adherido a las cejas como rindiendo homenaje al rey caído, y en las fisuras de la cabellera de piedra resplandecían unas siemprevivas doradas:

—¡No podrán vencer eternamente! —dijo Frodo. Y entonces, de pronto, la visión se desvaneció. El sol se hundió y desapareció, y como si se apagara una lámpara, cayó la noche negra”. (Tolkien, 2012a)

Unas pequeñas flores sobre una cabeza de piedra en el camino, por un instante, infunden esperanza en el corazón de Frodo. En medio de la oscuridad, una pequeña luz le aclara la mente, y esto le lleva a formular un juicio arrollador: “¡No podrán vencer eternamente!”. Un instante después la penumbra se cierne de nuevo sobre los hobbits, y se adentran una vez más en el árido y desolador camino a Mordor.

Unos capítulos más tarde, vuelve a suceder algo similar. Esta vez se encuentran ya en Mordor, frente a la meseta de Gorgoroth, cuyo paisaje es más devastador que cualquiera visto hasta entonces. Una enorme meseta cubierta de humo y ceniza, llena de orcos, donde solo crecen espinos y zarzas bajo los cielos siempre cubiertos. El aire les seca la boca, y apenas les queda comida y agua, y en el centro de la meseta, el monte Orodruin; el enorme volcán al que se dirigían, siempre humeante. Una vez más, un paisaje del que cualquiera desearía huir. Y en medio de todo esto, Sam vuelve a toparse con una belleza imprevista:

“A lo lejos, sobre los Ephel Dúath en el oeste, el cielo nocturno era aún pálido y lívido. Allá, asomando entre las nubes por encima de un peñasco sombrío en lo alto de los montes, Sam vio de pronto una estrella blanca que titilaba. Tanta belleza, contemplada desde aquella tierra desolada e inhóspita, le llegó al corazón, y la esperanza renació en él. Porque frío y nítido como una saeta lo traspasó el pensamiento de que la Sombra era al fin y al cabo una cosa pequeña y transitoria, y que había algo que ella nunca alcanzaría: la luz, y una belleza muy alta. (…) Ahora, por un momento, su propio destino, y aun el de su amo, lo tuvieron sin cuidado. Se escabulló otra vez entre las zarzas y se acostó junto a Frodo, y olvidando todos los temores se entregó a un sueño profundo y apacible” (Tolkien, 2012b).

Cuando uno se adentra en Mordor parece que, si hay algo que perdura en el mundo, es el mal. Se podría llegar a decir que, a pesar de todas las luchas e intentos por parte del hombre de hacer el bien, al final siempre vence el mal, y el hombre termina pereciendo junto con sus altas aspiraciones. No obstante, el juicio de Sam es distinto. Sam se da cuenta de que, si hay algo que realmente permanece por encima de todo, aunque a menudo sea tapado por las negras nubes de Mordor, es una belleza que no puede ser destruida. Y esto es lo que le permite descansar.

Numerosas son las ocasiones en las que un aparentemente insignificante gesto, o un pequeño atisbo de belleza en medio de la derrota interminable, infunde esperanza en los corazones de los protagonistas de la obra. Esos momentos son para ellos como pequeños sorbos de agua fresca que les permiten seguir adelante. Como un oasis en medio del desierto por el que caminan, que les permite seguir adelante.

Quizás era esto a lo que se refería C.S. Lewis, cuando dijo que “todo mito es padre de innumerables verdades” (Lewis, 2017). Puede que esta sea una de las muchas verdades de las que quería hablarnos J.R.R.Tolkien a través de su obra. Algo similar pone en boca de Beregond, cuando intuye una inminente derrota en Minas Tirith: “la esperanza y los recuerdos sobrevivirán en algún valle oculto donde la hierba siempre es verde” (Tolkien, 2012b). Quizás la verdadera Esperanza nazca de allí, de una Belleza que se impone en los momentos más oscuros, que la Sombra nunca alcanzará.

A veces me pregunto si Dostoyevski tendría razón o no. Si realmente la belleza salvará el mundo; incluso si realmente el mundo puede ser salvado. En cualquier caso, lo que está claro, es que la belleza permitió seguir luchando a Frodo y a Sam, y salvó la Tierra Media.

Referencias:

  • DOSTOYEVSKI, F.M. (2005). El idiota. Madrid: Homo Legens.
  • LEWIS, C.S. (2017). Dios en el banquillo. Madrid: Rialp.
  • TOLKIEN, J.R.R. (2012a). El señor de los anillos II. Las Dos Torres. Barcelona: Minotauro.
  • TOLKIEN, J.R.R. (2012b). El Señor de los Anillos III. El Retorno del Rey. Barcelona: Minotauro.

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2 comentarios

  1. Ruth dice:

    Qué belleza y qué gran verdad!!! Leer a Dostoyevski junto a Tolkien y CS Lewis… recordar que la belleza es tan necesaria y que estamos hechos para admirar belleza🥰 gracis!

  2. Rosa Blanco dice:

    La esperanza todavía está viva. ¡Hermoso!

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