La gran incomprensión acerca de Frodo Baggins (III): “Falso heroísmo”

por Thiago Rodríguez Harispe

El inicio del fin

Hemos llegado a la tercera y última parte de esta pequeña serie argumentativa acerca del personaje de Frodo Baggins. Tras disertar acerca de ciertas atribuciones erróneas dirigidas hacia este personaje en las primeras dos entregas (la falsa debilidad y el falso fracaso, respectivamente), queda un último tema por tocar en este gran cúmulo de inexactas acusaciones: la del falso heroísmo, temática que es ápice y síntesis de las otras dos en su totalidad. 

La tesis que trataremos de defender es básicamente la siguiente: Sam Gamgee no es, bajo ningún punto de vista, el “verdadero” héroe de El Señor de los Anillos, como muchos tradicionalmente lo han pensado. Todo lo contrario: Sam es el héroe “central” de la historia en un sentido narrativo, sí, pero no “verdadero”, puesto que Frodo no es, en lo absoluto, un falso héroe. 

Después de esto daremos una síntesis general de esta serie literaria, mostrando el (intento de) retrato que nos hemos propuesto delimitar de este personaje tan complejo.

La pequeña incomprensión acerca de Sam Gamgee

Muchas veces se nos dice que Sam es el “verdadero” héroe de El Señor de los Anillos. Se podría argumentar a favor de esto que Tolkien postula en su carta 131 el hecho no menor de que que Sam es el “héroe principal” (chief hero) de la historia (Carpenter y Tolkien, 1981, p. 161). Sin embargo, afirmar esto es algo muy distinto a decir que es el “verdadero” héroe: entre ambos atributos hay una diferencia abismal. En el primer caso, el criterio que se emplea es, por así decir, geométrico: distingue lo que está en el centro de lo que se encuentra en la periferia. El segundo, en cambio, es más bien aritmético: distingue lo positivo de lo negativo, lo correcto de lo incorrecto, lo verdadero de lo falso. Hay una cuestión valorativa en el segundo caso que es diferente de la presente en el primero. Decir que es “central” posiciona al personaje en un determinado lugar tan solo en la medida en que los parámetros de importancia regidos por la propia lógica narrativa así lo sitúan, pues Sam acaba siendo evidentemente más importante que otros personajes. Decir “verdadero”, en cambio, posiciona al personaje en un determinado lugar de acuerdo a una valoración dicotómica entre la verdad y la mentira cuya resolución no se encuentra como tal en ningún lugar de la materia textual sino en la mera apreciación subjetiva del lector. 

Es una distinción sutil pero, asimismo, indispensable para realizar una correcta hermenéutica del personaje. La declaración del autor es de índole estrictamente narrativa: es el héroe central debido a que se encuentra por encima de Frodo dentro de la jerarquía en la que se encuentran inmersos los diversos personajes, por la cual, asimismo, se configuran las relaciones e intercambios que se dan entre ellos. Y esto no es así desde el inicio sino que acaece poco a poco y de manera proporcional: a medida que deviene héroe en la historia, Sam Gamgee se va consolidando como el gran protagonista de la misma. Esto incluso puede verse también en el aspecto narratológico de la obra: los acontecimientos se cuentan cada vez más desde su perspectiva (Casagrande, 2023, p. 268). Esto llega al punto de que la obra termina con él volviendo a su hogar y no con Frodo, que partió previamente a Valinor desde los Puertos Grises

Baste decir, en cambio, que afirmar la barbaridad inicial implica que, puesto que todo término presupone un opuesto, hay un falso héroe de El Señor de los Anillos. El personaje que tiene que cargar con tan negativo título es, para muchos lectores, Frodo (como si el pobre no tuviera ya suficiente). Decir esto es malinterpretar lo que quiere decir ser un héroe y lo que quiere decir ser un verdadero héroe. ¿Acaso Frodo, con todo lo que hizo, no cuenta con una identidad heroica como la de Sam? ¿Y no son también héroes Gandalf, Aragorn, Merry, Pippin, Eomer, Theoden y Éowyn (entre otros)? Incluso Boromir, que logró redimirse al final, ¿no es acaso también un héroe? Y entonces, al no ser como Sam, ¿ello implica que son también falsos héroes? 

La clasificación inicial a nuestro parecer peca, en última instancia, de subjetiva: consiste en un intento de dar un sustento racional a un capricho volitivo. Es otra forma de decir: “Este es mi héroe favorito, por lo que es el verdadero de toda la obra”. Y se fundamentan para ello en la carta citada del autor, tergiversando el significado original de la misma.

El verdadero heroísmo de Frodo Baggins

Sin embargo, Frodo es un héroe que excede el continente de las malinterpretaciones. En él se da una totalidad de sentido que hace devenir el caos en cosmos, restituye el orden primordial y reorganiza la totalidad de la existencia humana en base al sufrimiento que su sacrificio implica:

(…) la tierra se estremeció bajo los pies de los hombres (…) Y desde muy lejos, ora apagado, ora creciente, trepando hasta las nubes, se oyó un tamborileo sordo y prolongado, un estruendo, los largos ecos de un redoble de destrucción y ruina.
– ¡El reino de Sauron ha sucumbido! -dijo Gandalf-. El Portador del Anillo ha cumplido la Misión (Tolkien, 2020a, p.306)

De este modo, su álgica trayectoria constituye una auténtica némesis meliorativa de resonancias cósmicas, metahistóricas y ultraterrenas:

Porque Frodo el mediano, se dice, portó la carga a pedido de Mithrandir, y con un solo sirviente atravesó peligros y oscuridad, y a pesar de Sauron llegó por último al Monte del Destino; y allí arrojó el Gran Anillo del Poder al Fuego en que había sido forjado, y así por fin fue deshecho, y el mal que tenía se consumió. Entonces cayó Sauron, y fue derrotado por completo, y se desvaneció como una sombra de malicia; y las torres de Barad-Dur se derrumbaron entre escombros, y al rumor de esta caída muchas tierras temblaron. Así llegó otra vez la paz, y una Nueva Primavera despertó en el mundo (Tolkien, 2020b, p. 362)

El hecho de que haya “fracasado” en lo narrativo no implica que haya fracasado en lo moral, como hemos visto. Él fue elegido héroe y devino héroe respondiendo siempre lo mejor que pudo a las exigencias de la misión en las circunstancias que le tocaron. Él fue elegido con previsión pero fue él quien aceptó con decisión: es en esa encrucijada entre el libre albedrío y el destino (eterno misterio del alma humana) que desempeñó una tarea que nadie más jamás habría podido, ni siquiera Sam. Recuérdese cómo el jardinero sintió el enorme peso de la tentación apenas unos segundos después de colocarse el Anillo en el antro de Shelob: es verdad, no cayó, pero la tentación fue instantánea y si no hubiera sido por su inmensa bondad, habría cedido a ella. Él jamás, a pesar del sufrimiento que veía atravesar a su amo, hubiera imaginado que el Anillo pudiera pesar tanto (¿quién hubiera podido?). Parece que muchos lectores, sin embargo, caen en su mismo error. 

Aún así, es tanto una realidad antropológica como una exigencia narrativa el hecho de que nadie puede ser un héroe para sí mismo, axioma que es el gran cimiento del mensaje de Cristo: “La verdad definitiva psicológica no es que ningún hombre es un héroe para su mayordomo sino que, y es la base del cristianismo, ningún hombre es un héroe para sí mismo” (Chesterton, 2021, p. 132). Ya lo dice el propio Frodo de manera explícita: “Así suele ocurrir, Sam, cuando las cosas están en peligro: alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven” (Tolkien, 2020, p. 422). Sin embargo, del mismo modo que ningún profeta es bien recibido en su tierra (Lc 4, 24), tal vez sea necesario que Frodo haya realizado semejante sacrificio para luego quedar herido y como extranjero tanto en la novelística Comarca como en la extratextual recepción de tantos lectores. Es una de aquellas eternas lecciones que nos otorga la literatura para bajarnos de la gran nube de soberbia en la que nos hemos subido: al igual que sucedió con Frodo, ¿cuántos héroes desconocidos hemos conocido en nuestro día a día? ¿Cuántas veces hemos asignado los laureles a otros que, si bien no son menos heróicos, acaban por opacar a quienes también merecen un poco de apoyo y afecto? 

Esto, sin embargo, es parte esencial de la condición heroica en tanto que todo héroe es una porción de Cristo: ser vilipendiado por el mundo está en la letra grande del contrato. Ya lo dice la Escritura: “Yahvé no mira lo mismo que el hombre ve, pues el hombre se fija en las apariencias, pero Yahvé escudriña el interior” (1 Samuel 16, 7). Todos somos, en este sentido, Frodo Baggins.

Conclusión general

En síntesis. No posee debilidad: tiene fortaleza. No cayó en el fracaso: obtuvo la victoria. No es un impostor: salvó la Tierra Media. 

Y sobre todo, hemos de posicionarnos respecto de una última cuestión: Frodo no es meramente un “personaje”. Definirlo de tal manera es como definir un árbol como “un tronco con hojas”. Para justificar en unas pocas palabras esta afirmación, el lector deberá perdonarle a nuestra pluma un breve excursus.

La labor artística no consiste en la mera reorganización combinatoria de elementos preexistentes del mismo modo que confeccionar un retrato no se define como el mero lanzamiento de manchas sobre un lienzo. La misión del artista es transmitir un Logos viviente en la materia inerte (pues la literatura no es meramente tinta sobre papel) que la trascienda a ella misma y que permita expresar aspectos del mundo (conformado tanto por el macrocosmos externo como por nuestro microcosmos interno) y de lo que está más allá del mismo, que no podrían manifestarse de otra manera. Todo arte (y sobre todo el literario) acaba siendo, en mayor o menor grado, mítico, pues en mayor o menor medida y por divergentes medios es una narración que es eco de una realidad primigenia. Y todo mito es, en última instancia, teofánico, pues en él y por él lo Trascendente, aquello inefable que por definición no puede ser dicho en su totalidad, puede hacerse presente en nuestro mundo (e inclinar la balanza cósmica tanto en favor del Bien como del mal, del Ser como del no-ser, y en ambos casos hasta cierto punto ya previamente determinado). Y como todo mito es teofánico, también es ontofánico, pues revela en ese mismo acto de develamiento trascendente el ser íntimo de las cosas cuyo carácter verbal, por usar un término de Guardini, las vincula a ellas mismas entre sí y en relación con su Creador, el Logos Primigenio. 

Todo artista es un mediador de la Belleza, doncella acompañada por los arcángeles del Bien y de la Verdad. Empero, el poeta es, antes que poeta, sacerdote, o no es. 

¿Significa esto acaso que el artista conscientemente trata de transmitir un determinado mensaje en sus obras? ¿O significa acaso que siempre busca inexorablemente con total consciencia mover al obrar virtuoso del lector? De ningún modo, pues no todo artista es un moralista (los mejores, de hecho, son los que no lo son). El artista puede partir de muchos sitios e, inconscientemente, llegar a resultados inesperados, pues lo que está haciendo es un parto subcreacional de una alteridad lingüística que es producto y fuente de algo que lo excede. Esto mismo es lo que testimonia el propio Tolkien: empezó con el ansia de escribir un mito literario y acabó por notar en la revisión que, de hecho, era una obra profundamente religiosa y católica. Así acaece, en última instancia, con todo arte: desde el momento de su nacimiento, lo quiera el artista o no (y debe ser consciente de ello), abre en nuestro mundo interior una puerta a lo absoluto, y por ella pueden entrar, figurativamente, tanto los ángeles como los demonios. 

Nuestro logos es contingente y participa del Logos Primigenio que creó, sigue y seguirá creando la totalidad de la existencia. No es, pues, performativo (metafísicamente hablando) como Aquel, sino descriptivo: de ahí que tenga que servirse de la materialidad de lo creado. Pero si no fuera de tal modo, si no fuera descriptivo sino performativo, todas nuestras subcreaciones serían creaciones ex nihilo, concretas, vivas, palpables en una cercanía tan íntima y singular como el tacto de una mano con el tronco de un árbol. Si fuéramos creadores y no subcreadores, dioses y no creaturas de Dios, nuestras creaciones tendrían vida. Pero esa no es nuestra misión y no debemos caer en la tentación de creer que así lo es, como sucedió en el Edén. 

Esta es casi, podríamos decir, la nota primitiva de la experiencia estética: la contemplación del límite y, con ello, el descubrimiento del don y misión (obsequio y fardo) de la libertad humana, creada y otorgada necesariamente dentro de unas fronteras delimitadas, pues somos limitados. 

Los personajes literarios, entonces, no son “personajes” y nada más. Aquello es tan solo una forma de llamar a las entidades lingüísticas que conforman mentiras consentidas que no concuerdan con la realidad. No son tan solo personajes del mismo modo que el árbol no es meramente tronco, hoja y savia: los personajes son entes lingüísticamente vivientes que estarían metafísicamente vivos si el logos que los originó fuera creacional y performativo. El arte ficcional puede impactar y generar cambios en la realidad justamente porque es realidad en estado potencial, vida secundaria que devendría primaria si el acto que la origina estuviera en un estado de realidad superior. En la lectura tenemos el don de experimentar la alteridad absoluta del latido subcutáneo de seres subcreados en estado de completa efervescencia que desean nacer. En ellos vemos el reflejo de nuestra propia vitalidad, su destino y sus límites, para bien y para mal. En el arte, pues, el hombre ve al hombre en cuanto hombre, paradójicamente por medio de entidades lingüísticas “homínidas” que nunca han nacido.

Frodo, entonces, no es un personaje. Es algo más: una materialidad que nos arroja hacia más allá de la materia, un microcosmos que nos envía más allá del macrocosmos, un conjunto de palabras que nos remonta hacia el instante furtivo de la Palabra originaria. 

Frodo, en otras palabras, es un símbolo, un trozo de eternidad. En su devenir narrativo se configura como arquetipo universal del que es fuerte, pese a su fragilidad; del que ha alcanzado la victoria por tener misericordia, pese a haber caído; del que ha podido merecer el título de “héroe”, pese a que muchos atribuyan sus logros a otro. 

Frodo, en este sentido, encarna a la humanidad entera, es un hombre en el sentido máximo del término: es testigo de esperanza, peregrino del cosmos, amante creado por amor y para amar. 

Propongo, entonces, que sigamos el camino trazado por su figura, que es eco del Figurado, antes de que el último barco parta y las puertas de Valinor se cierren para siempre.

BIBLIOGRAFÍA

  • Biblia de Jerusalén. (2009). Desclée de Brouwer. 
  • Chesterton, G.K. (2021). Herejes. Lectio. 
  • Carpenter, H. y Tolkien, C. (Eds.) (1981). The letters of J.R.R. Tolkien. Houghton Mifflin Company.
  • Casagrande, C. (2023). La amistad en El Señor de los Anillos. Eucatástrofe. 
  • Tolkien, J.R.R. (2020a). El Señor de los Anillos. El Retorno del Rey. Minotauro.Tolkien, J.R.R. (2020b). El Silmarillion. Minotauro.

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