por Thiago Rodríguez Harispe
Un conflicto
¿Frodo fracasó?
Esta pregunta abre uno de los debates más complejos acerca del legendarium de J.R.R. Tolkien. Verdaderamente, hay muchos que argumentan (y bastante bien) tanto en favor de un lado como del otro. Sería un plan demasiado ambicioso proponer cerrar con este pequeño texto semejante cuestión. Al ser un tema tan amplio y con tantas capas de significación, resulta imposible tratar todos sus matices en un escrito tan pequeño como este.
Sin embargo, vamos a intentar argumentar nuestra postura lo mejor que se pueda. En esta segunda parte de la pequeña serie que hemos iniciado recientemente, trataremos de ir al verdadero Frodo, a aquel contenido en la materia textual, el personaje que estaba presente a modo de potencia en la mente del propio autor a la hora de escribir su obra. Al tratarse de, por mucha diferencia, el personaje más malinterpretado de toda la obra de Tolkien, amerita que se digan una o dos palabras acerca de la acusación del supuesto “fracaso moral” en el que cae hacia el final de la obra. Si bien entendemos la complejidad de esta cuestión y aceptamos que nuestra pluma no tiene la suficiente calidad intelectual como para poder cerrarla, no dudamos acerca de nuestra postura en esta discusión.
Frodo no cometió, bajo ningún aspecto analizable posible, un fracaso moral. Todo lo contrario: es un personaje que, a pesar de haber cedido a la tentación, alcanzó la victoria. Frodo no sólo no fracasó sino que, de hecho, ganó.
Argumentaremos esto por dos vías: una extratextual (por medio de la declaración autoral) y una intratextual (tanto por medio de la construcción de la lógica narrativa como del simbolismo mítico-teológico que organiza el desarrollo argumental de la materia en cuestión).
La opinión de Tolkien
El propio autor, en la carta 246, sostiene que Frodo no tuvo ningún tipo de fracaso moral:
Terminó siendo bastante claro que Frodo, después de todo lo que había pasado, sería incapaz de destruir voluntariamente el anillo. (…) Frodo en efecto “falló” como héroe, como es concebido por mentes simplonas (…) Ellos tienden a olvidar aquel extraño elemento en el Mundo al que llamamos Piedad o Misericordia, que es un absoluto requisito en el juicio moral (…) No pienso que lo de Frodo haya sido un error moral. En el último momento la presión del Anillo alcanzaría su máximo nivel (ciertamente, debería haber marcado, imposible para cualquiera resistir aquello luego de haber tenido una larga posesión, haber soportado meses de tormento creciente y estando por entonces famélico y exhausto). Frodo había hecho lo que pudo y había dado absolutamente todo de sí (como un instrumento de la Providencia) [Traducción propia] (Carpenter y Tolkien, 1981, pp. 325-326).
Tolkien también menciona esta cuestión en la carta 181:
Hay situaciones anormales en las que uno puede llegar a encontrarse. “Situaciones sacrificiales”, como convendría que las llame: s.c, posiciones en donde el “bien” del mundo depende del comportamiento de un individuo en unas circunstancias que le demandan un sufrimiento y una resistencia que están muy lejos de lo normal (…) se encuentra [quien está en este tipo de situaciones] en cierto modo condenado al fracaso, condenado a caer en la tentación o a ser roto bajo presión en contra de su “voluntad” (…) Frodo se encontraba en una de estas situaciones (…) Pero ya a estas alturas la “salvación” del mundo y la del propio Frodo es conseguida por su previa piedad y capacidad de perdón ante el perjurio (…) Por una situación creada gracias a su “capacidad de perdón”, él fue salvado y aliviado de su carga [Traducción propia] (Carpenter y Tolkien, 1981, pp. 233-234).
Empero, no hay forma de argumentar que Frodo fracasó moralmente en su misión desde el ámbito extratextual-autoral: Tolkien no lo pensó así ni en la escritura ni en la revisión (si bien, como dice allí, luego retocó mucho la escena al finalizar los primeros borradores dada su importancia narrativa, sin pensar al inicio con un plan preconcebido en todas las implicancias que tendría, pues lo llevó a ella la propia lógica de la narración que estaba aún construyendo).
Sin embargo, podría insistirse (como muchos lo hacen) en que, aun así, es posible alejarse un poco de lo que el autor piensa y concentrarse en la obra como tal, y ver si allí hay argumentos sólidos. Empero, también el propio autor (en la carta 246 antes mencionada) les contestaría que ya la mismísima lógica narrativa impone el hecho de que Frodo ceda a la tentación: “Desde el punto de vista del narrador, los eventos del Monte del Destino procedieron simplemente desde la lógica del relato desarrollada hasta ese momento” [Traducción propia] (Carpenter y Tolkien, 1981, p. 325). Dejemos, pues, la interpretación autoral y vayamos a la obra.
La construcción narrativa funcional del “fracaso victorioso”
Es imposible, bajo ningún punto de vista humano, élfico, enano o hobbit, destruir el Anillo de Sauron por la mera fuerza física. La única manera de hacerlo es llevando el Anillo hasta el lugar en donde fue forjado, el Monte del Destino, y arrojarlo allí. a la lava.
Esto no puede ser realizado por ningún ser humano individualmente. La única razón de existir de la Comunidad del Anillo era acompañar a Frodo en su misión de modo que pudiera realizar esta tarea: “[Elrond] El Portador del Anillo parte ahora en busca del Monte del Destino. Toda responsabilidad recae sobre él (…) Los otros van con él como acompañantes voluntarios, para ayudarlo en esa tarea. (…) Cuanto más lejos lleguéis, menos fácil será retroceder, pero ningún lazo ni juramento os obliga a ir más allá de vuestros propios corazones” (Tolkien, 2020a, p. 385).
Sin el apoyo conjunto de seres superiores, la propia lógica narrativa induce a pensar que no es posible realizar esto. Cada vez el Anillo es más pesado, más difícil de llevar y tienta cada vez más a su portador y a los seres circundantes (recordemos que tiene voluntad propia): “Frodo sentía, en efecto, que con cada paso que lo acercaba a las Puertas de Mordor, el Anillo, sujeto a la cadena que llevaba al cuello, se volvía más y más pesado” (2020b, p.316). Por eso se les pide a los compañeros de Frodo, en la cita anterior, que nunca vayan más allá de la propia fuerza de sus corazones, pues “basta desear el Anillo para que el corazón se corrompa” (2020a, p. 368). Aquello constituye un peligro para la misión (como sucedió, por ejemplo, en el caso de Boromir, aunque luego su intervención, como suele ocurrir, fue aprovechada providencialmente dado que fue un factor decisivo para la ruptura de la Comunidad). En el lugar donde fue forjado, el Anillo alcanza su máximo poder. De aquí se intuye que, si está en su máximo poder, la voluntad del Anillo se encuentra en su máximo despliegue, de lo que uno concluye que, ontológicamente, en pleno Monte del Destino hay dos voluntades que se están oponiendo: la del Anillo Único, que participa de la voluntad de Sauron, el Señor Oscuro, que metafísicamente tiene la naturaleza de un maiar (espíritu primordial menor a los ainur, como se desarrolla en El Silmarillion), y la de un hobbit, un subtipo de hombre. Y por si fuera poco, la voluntad de este último está debilitada por el desgaste físico, psíquico y espiritual. Si ya en pleno uso de facultades este pequeño ser no tendría ninguna oportunidad de luchar contra semejante fuerza maligna, es perfectamente entendible el hecho de que es aún más imposible que resista la tentación en el contexto que la narración aquí nos presenta. De ahí que Frodo ceda.
Sin embargo, fíjese el lector atento en la magnífica complejidad hermenéutica que construye Tolkien en la escena del fracaso narrativo, pues Frodo no cede al instante: “Y allí, al borde del abismo, de pie delante de la Grieta del Destino, [Sam] vió a Frodo, negro contra el resplandor, tenso, erguido, pero inmóvil; como si fuera de piedra” (2020c, p. 301). ¿Por qué no cede al instante? Está sólo, allí en pleno lugar de la forja del Anillo, sin nadie que lo ayude. No hay forma de que resista bajo ningún punto de vista. ¿Cómo puede ser que no haya usado el Anillo al instante apenas hubo llegado al lugar, cuando el Anillo adquirió ya su máximo poder?
A los pocos segundos, al escuchar a Sam, Frodo se mueve, habla con una voz profunda y fuerte, reclama el Anillo para sí y cede, colocándolo en su dedo. Luego acaece toda la escena con Gollum, quien le arranca el dedo con el Anillo antes de bailar, tropezar y caer en la lava, destruyendo al Único para siempre.
Proponemos dos maneras de interpretar este breve lapso de tiempo durante el cual tarda en ceder a la tentación. Una es que el Anillo único ya lo tuviera completamente tomado por el cuello, dominado, y se deleitara en usarlo como una marioneta, manteniéndolo en una contemplación enferma de “su precioso”, siendo esto una muestra más del error moral clásico de Sauron (y, por extensión, del Anillo) que constituye una isotopía, esto es, un rasgo o sema que se repite y que engloba una cierta interpretación uniforme (1979: p. 229 y ss.) a lo largo de toda la obra: el orgullo. El Anillo estaba tan seguro de poseer la victoria que se tomó el tiempo de ver a Frodo completamente vencido de una vez por todas y, tal vez, uno podría aventurar, quería esperar para que Sam viese a su maestro ceder. Seguramente o no tuvo en cuenta a Gollum (pues pensaba que Sam lo habría matado, dado que Sauron no cree como tal en la misericordia ni la tiene en cuenta, ni mucho menos la confianza en que los seres como Sam puedan cambiar de vida para ser mejores de lo que eran), o directamente pensaba que Gollum no sería capaz de arruinar sus planes (hipótesis más débil que la primera, pero igualmente posible por la constante del orgullo que rodea al Anillo y su forjador).
La otra opción es que Frodo aguanta la tentación durante un tiempo por una misteriosa fuerza que formaría parte del enigma propio de los hobbits, del cual Gandalf habla en el primer libro: “Mi querido Frodo -exclamó Gandalf-, los hobbits son criaturas realmente sorprendentes, como ya he dicho. Puedes aprender todo lo que se refiere a sus costumbres y modos en un mes, y después de cien años aún te sorprenderán” (2020a, p. 90). Recuerda esto a lo que el mago dice acerca de Bilbo: “Hay mucho más en él de lo que imagináis, y mucho más de lo que él mismo se imagina” (2012, p. 28). Podría interpretarse, entonces, que Frodo, gracias a esta fuerza misteriosa propia de los hobbits, aguanta contra toda esperanza la tentación ante una fuerza ontológicamente superior en demasía a la suya propia. De ese modo, cuando Sam le habla a Frodo, el Anillo se da cuenta de lo cerca que está del fracaso absoluto, por lo que intensifica aún más la tentación para hacerlo caer y finalmentelo lo hace ceder, segundos antes de que se mueva para dirigirse hacia Sam. Esto sería una forma de expresar, desde el plano mítico, la grandeza misteriosa e inefable (si bien limitada) de los sujetos pequeños y humildes, que resisten contra todo cálculo a fuerzas extraordinariamente superiores a sí mismos.
¿Podría alguno de ustedes decir de manera absoluta que una es sin lugar a dudas la respuesta correcta y que la otra no tiene ningún tipo de fundamento? Tal vez la primera sea una interpretación ligeramente superior, pues carece un poco de sentido el hecho de que el Anillo, estando ya al borde del volcán, no hubiera dispuesto todas sus fuerzas en hacer caer al hobbit desde un principio, y que recién “saque todo su arsenal” cuando llega a Sam. A su vez, en la segunda interpretación, la sumisión de Frodo a la voluntad del Anillo se habría consolidado de manera sumamente veloz, casi instantánea, unos segundos antes de darse vuelta al escuchar a Sam. Tal vez haya más interpretaciones sobre esta cuestión. No faltará quien argumente, a partir de la lógica de los posibles narrativos de Bremond y la noción de lector implícito de Iser, que esta escena sólo se construyó de tal manera para que los lectores tuvieran una escena dramática en la que vieran caer, por medio de los ojos de Sam, a Frodo, evento que no presenciarían si el hobbit no hubiera tardado, aunque sea un breve tiempo, en ceder a la tentación. Nos parece una línea de interpretación un poco pobre como para aplicarla en una obra tan milimétricamente pensada como lo es esta, pero constituye otra posibilidad. Presentamos todo esto tan solo para enfatizar lo que dijimos anteriormente: el autor plantea un verdadero mito literario en todo su esplendor, una polisemia de significados entrecruzados y, si no oscuros, ambiguos.
Ahora bien, si la materia textual nos indica entonces que Frodo nunca habría podido realizar la misión por sí mismo… ¿Por qué la Comunidad del Anillo se separó? ¿Cómo concebir que un relato en donde la única posibilidad de destrucción del Anillo sea aquella en la que Frodo esté acompañado por la Comunidad del Anillo, luego haga que se desmorone dicha comunidad para que el héroe se dirija hacia una empresa que no tiene posibilidad alguna de éxito por su propia cuenta? (Pues la compañía de Sam, si bien indispensable, no hubiera sido suficiente como para que Frodo lance el susodicho Anillo a la lava, pues Sam no es un ser superior sino un igual a él). Parece una historia fatalista, digna de una tragedia griega: un héroe trata de eliminar un mal sin éxito y, de hecho, en el proceso termina obteniendo un trauma que le durará toda la vida. ¿Acaso el autor plantea un relato trágico fatalista como el del finlandés Kullervo o el del tebano Edipo?
Ciertamente, no es este el caso. La lógica subyacente a toda la organización narrativa no es la del fatalismo sino la del providencialismo mítico: hay fuerzas que están más allá de nuestro alcance que eligen que los hechos sucedan de la manera en que efectivamente lo hacen, y todo ello en pos del devenir meliorativo de un Bien misterioso que se revela con el paso del tiempo: “Bilbo no se equivocó al elegir al heredero, aunque no pensó demasiado en la importancia que tendría esa elección” (Tolkien, 2020a, p. 90). Esto tiene su fundamento en la identidad católica de la obra (si bien revestida en un mundo ficcional pagano en el que no ha ocurrido la Encarnación), la cual empezó siendo algo inconsciente al inicio pero de lo que luego el autor tomó consciencia, como él mismo lo dice, en la revisión (Carpenter y Tolkien, 1981, carta 142, p. 172). Uno podría tranquilamente suponer que, habiendo visto eso, enfatizó voluntariamente los susodichos elementos simbólicos en diversas partes de su obra (aunque con límites, sin trasladar en ningún momento el género de la narración del plano mítico al alegórico).
Entonces, ¿por qué plantear un relato en el que se nos muestra cómo las fuerzas de Frodo son insuficientes para destruir el mal del mundo? Pues bien, la respuesta está en la pregunta. La finalidad narrativa es, justamente, esa: como el mito, busca develarnos algo de la naturaleza del cosmos. En este caso, del microcosmos, de nosotros mismos: el fracaso narrativo de Frodo nos muestra que las fuerzas humanas son insuficientes para destruir el mal del mundo porque necesitamos de un Salvador sobrenatural para ello. Frodo no cae en un fracaso moral porque hace todo lo que humanamente es posible. El fracaso narrativo, sin embargo, es necesario para no caer en la presunción de que nosotros somos capaces de hacer todo por nuestra cuenta. Lo que acaece con Frodo es una especie extraordinaria de, por así decir, “fracaso victorioso”: el fracaso narrativo y la victoria moral se entrelazan en la lógica narrativa por medio del simbolismo teológico que nace a partir de la lógica providencialista que organiza la diégesis y la identidad del personaje mismo, el cual actúa como salvador, constituyendo una figura crística (Ferro, 2022, pp. 111-124).
Ecos de la Redención
Frodo, entonces, no fracasó. El autor no lo concebía así, la lógica narrativa propia del mito no lo presenta de tal manera y el simbolismo crístico que el personaje desarrolla a lo largo de la obra enfatiza este hecho. El “fracaso” narrativo de Frodo no es moral en lo absoluto, es meramente una refracción de la Verdad revelada. Del mismo modo que los mitos son fragmentos de un gran espejo roto, Frodo no es más que un héroe que participa, desde un heroísmo pagano, del heroísmo divino. Frodo Baggins es, pues, un fragmento de Cristo.
Frodo no pudo y nunca habría podido eliminar la totalidad del mal de la existencia del mismo modo que nosotros mismos tampoco podríamos hacerlo sin una intervención externa superior. No es posible para el hombre, bajo ningún aspecto, eliminar el mal del macrocosmos. Tampoco es posible para ninguno de nosotros eliminar el mal de nuestro microcosmos personal, aunque dispongamos para ello de todas nuestras fuerzas.
¿Esto acaso convierte a Tolkien en un fatalista? Pues, en realidad, no. Él realiza un mito literario que presenta de manera subyacente (surgida inconscientemente a lo largo de la escritura y enfatizada luego por medio de una revisión y revisitación consciente) un latido del mensaje de la Revelación, como acaece (a grandes rasgos) en todo mito. La misión de Frodo alcanza la victoria gracias a la misericordia: Bilbo no mató a Gollum ni lo hizo luego Frodo ni Sam, y luego Gollum permite con su intervención egoísta que el Anillo caiga a la lava. La Tierra Media fue salvada de la aniquilación gracias a ese triduo exultante de la no-aniquilación.
Tal vez Gollum no habría tenido que morir para tal propósito, pero aquella cuestión forma parte de la historia de Sam y no tiene lugar en nuestras páginas. Baste decir para nosotros que la triple misericordia de la cual Frodo fue el engranaje central le valió a sí mismo una misericordia especial y la salvación, con ello, de todo el cosmos. Gollum y Frodo actuaron de “corderos” (uno voluntario, el otro forzado y ambos en diverso modo y grado) que por medio del sacrificio devolvieron el orden al universo.
¿Significa que todo esto que acontece con Frodo es un calco delimitado de la historia de la Salvación? Ciertamente, no, pero justamente eso es lo grandioso. Nuestro autor no se conformó con una alegoría seca sino que quiso expresar algo más elevado y más profundo al mismo tiempo.
Toda la cuestión del fracaso de Frodo cobra su sentido cuando entendemos que la obra de Tolkien no es otra cosa sino la encarnación literaria y culta de la expresión más profunda de nuestra identidad: es mito, resonancia, eco de la eternidad en la caverna textualizada del corazón humano.
BIBLIOGRAFÍA
- Carpenter, H. y Tolkien, C. (Eds.) (1981). The letters of J.R.R. Tolkien. Houghton Mifflin Company.
- Ferro, J. (2022). Leyendo a Tolkien. Eucatástrofe.
- Greimas, A.J. y Courtés, J. (1979). Semiótica: diccionario razonado de la teoría del lenguaje. Gredos.
- Tolkien, J.R.R. (2012). El Hobbit. Minotauro.
- Tolkien, J.R.R. (2020a). El Señor de los Anillos. La Comunidad del Anillo. Minotauro.
- Tolkien, J.R.R. (2020b). El Señor de los Anillos. Las Dos Torres. Minotauro.
- Tolkien, J.R.R. (2020c). El Señor de los Anillos. El Retorno del Rey. Minotauro.