De Saint-Exupéry: Existencialismo y Semana Santa

“La existencia precede a la esencia”

… ¿Qué?

Un lector de artículos abandonaría la lectura al instante en que ve que el escrito inicia con una frase tan difusa y (para el que conoce su trasfondo) controvertida. Pero no juzguen antes de tiempo. Poco a poco intentaré desenmarañar esta cuestión.

  • El existencialismo y la nada

El existencialismo es una corriente filosófica que aunque sus raíces remontan al siglo XVI, los expertos sitúan su inicio a mediados del siglo XX, con el pensamiento del francés Jean Paul Sartre. A muchos les sonará el nombre de Sartre. A aquellos que no, intentaré explicar su obra lo mejor y más concretamente posible.

¿Qué quiere decir que la existencia precede a la esencia? Fijémonos en este ejemplo: Pensemos en una silla. La silla existe, está claro. Pero consideremos que ha habido alguien (un carpintero) que siguió una serie de conceptos y determinaciones para poder fabricarla. El autor del objeto, teniendo en cuenta esta idea de lo que una silla debe ser, le otorga una esencia. La esencia de una silla se encuentra predeterminada, antes de que existiera, en la mente del carpintero. Esta es la concepción tradicional ¿no? Todo lo que existe posee una esencia definida.

Pues bien, si hablamos del ser humano, para el existencialismo ateo es todo lo contrario. Autores como Sartre sostienen lo siguiente: “El hombre (…)  empieza por no ser nada. Sólo será después, y tal como se haya hecho. Así pues, no hay naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla” (Sartre, 1972, p. 16). Sartre fue un peculiar personaje que, movido principalmente por la tragedia de la Segunda Guerra Mundial, buscó devolver al hombre su dignidad. Aunque sus intenciones pudieron ser las mejores, la verdad es que su filosofía fue poco clara y causa de terribles malinterpretaciones. No voy a explayarme tanto en el tema porque me enredaré mucho. Dios mediante, lo volveré a tratar en el próximo artículo. Por ahora, solo traeré a colación una idea, la piedra angular del existencialismo: “El hombre está condenado a ser libre”, otra máxima sartreana.

Jean Paul Sartre fotografiado
en el Café de Flore, París

Sartre pretendió ser un defensor de la libertad. Pero no porque sea liberal, sino porque buscaba devolverle al hombre el sentido de responsabilidad, aquella que había perdido. Sin embargo, el francés vio que si quería defender la libertad absoluta, debía llegar hasta las últimas consecuencias. Por lo tanto, concluyó que somos tan pero tan libres, que no hay nada que determine sus acciones, ni siquiera una naturaleza (esencia) intrínseca que lo defina. De ahí dirá que la existencia precede a la esencia, porque para él existimos, pero lo que somos, es algo que se va forjando a medida que existimos. No somos nada cuando venimos al mundo, porque no tenemos una naturaleza. Solo seremos después, y seremos lo que nosotros mismos forjemos con nuestros actos, llevados a cabo libremente. No obstante, negar la esencia implicaba dar un paso más: Si no hay esencia humana, es porque no hay Dios que nos la dé cuando venimos al mundo (recordemos el ejemplo de la silla). Y si no hay Dios, no hay moral, ni valores, ni principios. Estamos completamente solos en el mundo, sin excusas al fin, dueños de nuestra libertad.

Pero ¿Qué angustiante no? Que duro pensar que así de absurda es la vida, que venimos porque sí, sin un guía, sin un propósito. En ese sentido, estamos condenados a ser libres, porque no hay nada que nos someta, y aún así sin una base sobre la cual sostenernos y actuar. Es por eso que la vida es un sinsentido, y estamos obligados a forjar valores por nuestra cuenta. Pero ¡ojo! dirá Sartre, porque no solo somos libres en medio de una nada, sino que somos una raza de hombres libres, cuyos actos pueden repercutir en el otro ¿Quieren angustiarse más? No solo son responsables de su existencia, sino incluso de toda la humanidad. Porque lo que yo hago puede influir en los demás. Así que, en ese sentido, somos responsables. Hay como una especie de imperativo que nos obliga a llevar a cabo actos ejemplares. Y eso para el autor es angustiante.

Sartre después intentará apaciguar las cosas con cierto optimismo: “Es angustiante pero ¡Somos libres al fin! podemos construir nuestro camino, no hay nada que nos frene, ni Dios que nos gobierne ni excusas que valgan. He recuperado nuestra dignidad, recordando nuestra libertad. La raza humana es capaz de volver a reconstruirse”. Este es en cierto sentido la conclusión de la filosofía de Sartre. Pero eso no evitó que la gente se quedase solamente en que la vida era un absurdo. Y eso no conllevó sino al pesimismo, la desesperanza, los suicidios, y un fuerte nihilismo, que era justo lo que el francés quería evitar. El pobre Sartre llegó al final de su muerte arrepintiéndose de todo lo que dijo.

  • De Saint-Exupéry: Los baobabs

A estas alturas del artículo, se les han presentado a mis lectores un abanico de decisiones: dejar de leer mis barbaridades, o tal vez darme una oportunidad y seguir leyendo, seguir leyendo después, etc. Sea lo que sea que hayan elegido hacer, lo han hecho libremente, al igual que como lo hicieron al principio. Esto refleja lo poco de verdad que tenía Sartre: Que estamos condenados a elegir. Desde algo tan básico como leer o no un artículo, como elegir si casarme o no. Nuestra vida es una serie de elecciones, elecciones que nadie más tomará por nosotros, cuya responsabilidad recae en nosotros y en ningún otro. Porque sí, somos libres y responsables. Pero que no se me angustien los lectores. No estamos construyendo sobre una nada, ni estamos desamparados. Tenemos la oportunidad de mover nuestra libertad hacia un principio.

Cuando me tocó estudiar a Sartre para la universidad, no pude evitar relacionarlo con aquella perspectiva tan ardua, pero a la vez tan esperanzadora que plasmó otro autor francés en sus obras. En mis artículos ya he tratado a Chesterton, a Lewis y a Tolkien dos veces. Es justo que acuda hoy a la Cuarta Pluma de la Academia: el aviador poeta, Antoine de Saint-Exupéry.

Sartre dijo todo aquello en una conferencia de 1945 que luego se publicaría bajo el título “El Existencialismo es un Humanismo”. “El Principito” se publicó en 1943 en Estados Unidos, pero en Francia se publicaría recién en 1946 por Editorial Gallimard, como si la pluma del piloto retornara para remendar todo el daño provocado por su compatriota ateo. Aunque el motivo directo del retraso de la publicación en su país fue la guerra, prefiero atribuirlo a la irónica Providencia.

Recordemos entonces uno de los pasajes de este librito. El narrador, perdido en medio del desierto, conoce a un pequeño niño que dice venir de otro planeta –un asteroide un poco más grande que una casa-, que viajó por el espacio en donde se cruzó con otros personajes (que no son sino, el reflejo más penoso de los hombres). También, no podemos descartar al personaje de la rosa, que juega en la historia un rol importante. El que lo ha leído, sabe que estas imágenes no son porque sí, sino que guardan su más profundo simbolismo. Creo incluso que, cuando uno lo vuelve a leer, encuentra nuevos significados.

El Principito, dibujado por
De Saint-Exupéry

Vayamos, pues, a la imagen de los extraños baobabs. Por lo que el narrador entiende de todo lo que el pequeño le ha dicho: “El planeta del principito, como en todos los planetas, había hierbas buenas y hierbas malas” (De Saint-Exupéry, 2007, p.23). Estas hierbas nacen de semillas, invisibles, hasta que germinan. Entre las malas hierbas, están los baobabs. Los baobabs empiezan siendo pequeños brotes, relata el autor, hasta que crecen y se hacen enormes árboles con terribles raíces que perforan peligrosamente el planeta. Si no se arrancan apenas crecen, luego será casi imposible deshacerse de ellos. 

El sentido de urgencia con la que Antoine describe esta imagen, da a notar la necesidad de hablar al respecto. Muchas lecturas y análisis se han hecho sobre este simbolismo. Creo que el más acertado es este: los baobabs representan los vicios. Empiezan poco a poco a emerger en las personas, hasta que, sin darnos cuenta, ya son algo habitual en nosotros. Y cuando ya han crecido, es una ardua tarea eliminarlos.

Ustedes se preguntarán ¿Y cómo carambanos relacionamos aquello con la filosofía de ese tal Sartre? Resulta que acá Antoine tiene su toque existencialista, pero sin caer en ese característico desamparo.

Fíjense cómo el escritor no expresa: “esos árboles perdurarán siempre” “son algo ya determinado en el planeta” “es así y listo”. Al contrario, nos cuenta que el Principito se dispone todas las mañanas para eliminar los brotes de baobabs antes de que crezcan. Los baobabs son removibles. Literalmente, los vicios son removibles.

En otras palabras, el piloto nos dice lo siguiente: El hombre es libre para elegir lo que va a ser. El hombre decide si se dispone a arrancar esas malas hierbas. El hombre decide si ser o un hombre de virtudes, o un hombre de vicios. “Hay que dedicarse regularmente a arrancar los baobabs en cuanto se los distingue…” (De Saint-Exupéry, 2007, p.25). Se denota claramente una cuestión de voluntad y de disposición propia ¿Qué demuestra esto? Que sí, el hombre es libre. Pero ¿Está solo él y su libertad?

No por nada nos remarca que hay hierbas buenas y malas. Recupera la moral, recuerda los valores, nos recuerda que existe un bien y un mal. Por lo tanto ¿somos libres? Claro que sí. Pero no es una condena. Porque no fuimos lanzados a una nada, donde nos vemos obligados a determinar qué es un baobab y qué no. Venimos a un mundo donde los baobabs, es decir, el mal, ya nos están señalados.

Un libertario me diría ¿No es mejor que el hombre pueda ser libre para darse su moral? Bien, ya vimos que pasó con la filosofía de Sartre. Sus seguidores se dieron cuenta que su libertad no era sino un peso enorme, algo que no podían dominar. La falta de criterios les sería angustiante hasta el final de sus días. Y es que el hombre no está preparado ni viene al mundo para guiar su libertad por sí solo. Necesita reglas, patrones, principios que lo guíen. Caso contrario… concluye en un absurdo.

 Y eso nos trae a colación, creo yo, De Saint Exupéry. En nuestra vida somos libres. Pero no una “nada libre”. Somos seres, con una naturaleza propia, y capaces de decidir si, o dejamos que las malas hierbas destruyan nuestra vida… o podamos esos baobabs que tanto mal nos hacen. Hay un bien y un mal para que orientemos nuestra libertad hacia lo mejor para nosotros.

  • La Cruz: muestra del amparo, brújula de nuestra libertad

Esta semana hacemos memoria de aquél suceso, el más grande de la historia. Recordamos el Santo Sacrificio de la Cruz. Y ese ideal se refleja en la escena de los baobabs ¿no? Se deja ver en aquella metáfora “desaintexuperiana”. Por varios motivos:

Porque fue la enseñanza de Cristo, pero más aún su muerte, la recuperación del rumbo, la reorientación del hombre. Es la Cruz quien devuelve el sentido a nuestra libertad. El bien triunfa sobre el mal, y vuelve a hacerse clara su distinción ¡Oh, gran muerte, que señalaste el camino del hombre! Nos recuerdas que no estamos desamparados, ni olvidados en esta tierra, sino que Dios intercede, para que nuestro ser llegue a la salvación. Por eso ¿De qué nos angustiamos, amigos? Cristo, Dios hecho hombre, nos ha devuelto el sentido, y su enseñanza se consuma un Viernes Santo con el acto más heroico y bondadoso de los siglos. Ha restaurado nuestra humanidad caída. No estamos solos, ni en la nada. La diestra divina nos ampara. La Cruz nos resguarda en su santa pedagogía.

Elegimos y decidimos bajo los preceptos de esta Pascua que nos orienta. Y hoy, en dónde corrientes como el existencialismo han extraviado al hombre, Semana Santa es la oportunidad para recordar que sí existe un sentido. Hay un bien y un mal, señalados por Jesús. Están ahí, depende de nosotros cuál elijamos.

Otra cosa que el Santo Sacrificio nos recuerda es que estamos llamados a forzar nuestra voluntad, a mover nuestra libertad, y levantarnos todas las mañanas a combatir los baobabs, a luchar contra los vicios y males que nos amenazan. Ese cuidado que, como dice el Principito, “es cuestión de disciplina”, es la Cruz que debemos cargar en la vida, tomando al Señor como ejemplo y paradigma de vida.

Por último, el Sacrificio de Viernes Santo enseña también que, si existe un bien, y podemos elegir el bien, no hay acto más libre que el de dejar nuestra voluntad bajo los preceptos de la Divina Voluntad. Si hay algo que trae paz al alma, es sentirse fiel a Dios. No existe condena alguna en esa libre elección. Y, como el Señor nos enseña con su muerte, no hay mayor acto de libertad, ni de bondad, ni nada que ennoblezca más nuestra esencia, que dar la vida por los amigos en nombre de Dios ¿Cómo Sartre hizo para recuperar la dignidad humana, si Cristo lo hizo cientos de años antes que él?

Entonces ¿Tenemos elección? No de lo que ya somos, claro. Pero sí en aquello que podemos ser. Y no hay nada mejor que llegar a ser santos ¿Y cómo lo logramos? Siguiendo los principios que la Cruz nos transmite. Como dijo el Principito, “es cuestión de disciplina”. Podemos nuestros baobabs para vivir esta Pascua de la mejor manera posible, más cerca del santo sentido que de una nada existencialista.

El Juglar Prieto

Bibliografía:

  • DE SAINT-EXUPÉRY, Antoine. El Principito. Editorial Emecé. México, 2007.
  • SARTRE, Jean Paul. El Existencialismo es un humanismo. Traducción de Victoria Prati de Fernández. Editorial Sur. Buenos Aires, 1973.

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